La escritora canadiense Alice Munro, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2013, ha fallecido este martes a los 92 años, en su residencia de Ontario. La escritora, calificada por la academia sueca como una "maestra de los cuentos cortos contemporáneos", sufría demencia desde hacía más de una década, según informa el diario Globe and Mail.
Para muchos expertos, Munro fue la heredera directa de Chejov por su habilidad para los relatos cortos centrados en retratar las tormentas emocionales que se agitan en el interior de las personas corrientes, y que fueron recogidos en antologías como '¿Quién te crees que eres?' (1978), 'Las lunas de Júpiter' (1982), 'Escapada' (2004) o 'Demasiada felicidad' (2009).
Pero Munro tardó en encontrar el reconocimiento y el prestigio crítico. Nacida en 1931 en una familia de granjeros en plena Gran Depresión, estudió durante dos años en la Universidad antes de mudarse a Vancouver en 1951 con su primer marido, James Munro, cuyo apellido siempre mantendría y con quien tuvo cuatro hijas, una de las cuales murió poco después de nacer.
Durante mucho tiempo se dedicó en cuerpo y alma a ser la perfecta ama de casa, pero cuando sus hijas dormían aprovechaba para dar forma a sus primeras piezas cortas, ambientadas en el Ontario rural y en Vancouver, que iría publicando en varias revistas canadienses. Solía decir que se centró en los cuentos cortos porque no podía concentrarse en escribir piezas más largas.
El New York Times sería el primero en percibir que en las páginas de Munro había una sensibilidad especial. En los años 70 se rompía su matrimonio y regresaba a Wingham, donde se volvería a casar en 1976 con Gerald Fremlin, fallecido en abril de 2013. Publicaba en el New Yorker y en revistas como Paris Revie wy Atlantic Monthly, y su reputación crecía al mismo tiempo que lo hacía su capacidad para condensar las pasiones más complejas que definen la condición humana en solo unas pocas páginas.
Ganaría el premio Man Booker International en 2009 y luego llegaría el Nobel de literatura en 2013. Para entonces sus obras cada vez giraban más en torno a la enfermedad y la memoria. Una cirugía a corazón abierta en 2001 había traído consigo una mayor percepción de su propia mortalidad.
A una historia sobre un personaje diagnosticado con cáncer publicada en 2008 le siguió un año después su confesión de que ella misma padecía cáncer. Al fin y al cabo se había pasado toda la vida plasmando sobre el papel historias personales. "Espero que sean una buena lectura. Espero que conmuevan a la gente. Cuando me gusta una historia es porque consigue algo... como un golpe en el pecho", admitía en 'The Guardian' en 2013.