Mercè Brey, experta en nuevas reglas de liderazgo: “En las organizaciones falta muchísima humildad”
Mercè trabajó 30 años en el sector financiero y fue la primera mujer en presidir una cámara de comercio
Decidió formarse y dar un giro en su carrera para acompañar a las personas en su desarrollo profesional
“Cuando mis compañeros vieron mi primer libro pensaron: ‘Hemos perdido, se ha salido del sistema’”, asegura
Mercé Brey es una mujer éxito que hace años decidió dejar a un lado su brillante carrera en el mundo de las finanzas y la internacionalización de las empresas para ayudar a marcar un camino nuevo tanto en el mundo de los negocios como en la propia sociedad.
Experta también en liderazgo y diversidad, pasó de escribir modelos matemáticos a libros sobre desarrollo profesional. Ahora acaba de publicar ‘La millonésima mujer’ (Plataforma editorial), en el que plantea la creación de una esfera nueva que combine la pública y la privada y en la que hombres y mujeres puedan desarrollarse profesional y personalmente con unas nuevas reglas. Más de un alto ejecutivo le ha reconocido que ha escrito el libro que le habría gustado escribir a él.
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¿Qué te lleva a pasar de la vida de una financiera de éxito, una mujer que está metida en el mundo de los negocios, a pasar a escribir y a centrarte en el lado más personal y más espiritual de las personas?
Yo vengo de una formación muy mecanicista y cuando me dieron el primer equipo de personas, me di cuenta de que toda esta formación que había estado realizando con tanto aínco durante tanto tiempo no me ayudaba a traccionar las personas.
Ahí se me abrió un campo muy interesante y empecé a indagar qué es aquello que hace posible que las personas nos conectemos con lo que estamos haciendo. Entonces empecé otra formación completamente distinta en programación neurolinguística, mentoring, coaching…
¿Qué supuso este cambio?
Fue todo un descubrimiento para mí. Me vino de perlas en mi desarrollo profesional, me abrió un mundo de comprensión. Yo veía muchas cualidades en las personas pero también notaba que ellas mismas no percibían su potencialidad.
Y a partir de ahí, todo cambió.
Después de 30 años en el sector financiero me parecía que ya estaba bien, que había hecho un buen recorrido, que había llegado hasta donde yo me había propuesto y me sentía reconocida en mi profesión. Entonces me propuse poner a disposición de la gente todo este bagaje y tratar de inspirar con mi experiencia.
Cuando vas escalando en responsabilidades, necesitas otras habilidades, que son las habilidades de gestionar equipos de personas, de poner a las personas en aquel sitio donde sean capaces de mostrar su mejor versión. Muchas veces se da por hecho que si eres buena técnicamente también vas a ser buena dirigiendo a las personas, pero ahí no estamos tan preparados.
Después de 30 años en el sector financiero me parecía que ya estaba bien, que había llegado hasta donde me había propuesto y me sentía reconocida en mi profesión. Entonces me propuse poner a disposición de la gente todo este bagaje
Es vital formar en estas capacidades a los que mandan en las empresas.
Absolutamente. Yo era un poco friki y me ponía a estudiar porque sentía que vamos cojos con el desarrollo de habilidades que tiene que ver con la persona.
Has pasado 30 años en el mundo financiero pero no tienes problema en hablar de magia en tus charlas o tus libros. De lo más tangible a lo más espiritual.
No es lo más habitual en este mundo. De hecho, cuando publiqué mi primer libro (Eres lo mejor que te ha pasado, quiérete), yo estaba todavía en el sector financiero y hubo una persona de muy alta responsabilidad que me dijo: “¿De verdad has escrito eso? Hubiera preferido que publicaras una novela negra”.
Y es que aquel libro era como salir del armario. Estaba mostrando que se puede ser financiero y se puede ser también, espiritual.
Hay que tener valor para dar ese paso.
Sí. Algunos colegas me miraban diciendo: “¡Joder, hemos perdido! Se sale del sistema”.
Saliste del sistema apelando a tus valores: equilibrio, libertad, humildad, generosidad y coherencia.
Así es. Esos son mis valores y presumo de ellos. En este tiempo me he dado cuenta de que hay muchísima gente que no tiene ni puñetera idea de cuáles son sus valores. Eso es estar un poco desnortado, Sin valores no puedes tomar decisiones coherentes.
Empecemos por el equilibrio.
Es básico, entre la vida personal y profesional, entre el hacer y el ser, o sea, el equilibrio no es un punto sino un espacio, un espacio donde yo me agarro a lo que necesito en ese preciso momento.
Libertad…
Somos bastante esclavos y esclavas. Nos creemos libres pero estamos sometidos a muchísimas cosas. La libertad como principio fundamental me parece lo más. Debemos tener la capacidad de pensar qué es lo que quiero y dar los pasos para conseguirlo.
Humildad...
Para mí la humildad es pensar que todas las personas pueden enseñarme algo. Es una humildad mirada desde el punto de generosidad también. Vivimos en un mundo extremadamente individualista. La gente ve que alguien se cae y se aparta para no interrumpir lo que está haciendo.
Ahí aparece, de algún modo, la generosidad.
La generosidad es compartir tiempo y conocimiento con los demás. Es básico en esta sociedad.
Y, por último, la coherencia.
Es el último pero es el que da sentido a todos.
¿Cuál de estos valores echas más de menos?
En las organizaciones falta muchísima humildad. También me preocupa mucho en el ámbito de las organizaciones el gran desequilibrio en que vivimos. Empleamos el 80% en el hemisferio izquierdo y tenemos ahí al pobre hemisferio derecho, que es donde reside por las emociones y que está conectado con nuestra energía femenina, aparcado, arrinconado. Existe un desequilibrio en las organizaciones que nos está enfermando.
¿Cómo podemos hacer cambiar esto? Es algo del ser humano, no de hombres y mujeres, tenemos que hacer el camino juntos.
Absolutamente. Estamos con una película, que es la confrontación entre hombres y mujeres, que no tiene nada que ver con lo que es la historia real. Esto no se trata de una confrontación entre hombres y mujeres, sino entender de dónde venimos y hacia dónde debemos ir.
En las últimas décadas, no cientos de años, décadas, se ha ido produciendo una llegada de mujeres de la esfera privada a la pública. Pero nos encontramos ahí con unas reglas del juego que no conocemos y son una desventaja competitiva para nosotras.
En la esfera pública hay un exceso de lo masculino, no de hombres, sino de lo masculino y no hay lugar casi para lo femenino así que, ¿cuál es mi propuesta? Creemos una tercera esfera donde llevamos lo mejor de la esfera privada y lo mejor de la esfera pública con unas reglas del juego nuevas, donde no gane nadie y ganemos todos.
En la esfera pública hay un exceso de lo masculino, no de hombres, sino de lo masculino y no hay lugar casi para lo femenino
Hemos creado una sociedad absolutamente loca y sin sentido. Hay que pensar un poquito en que la raza humana ha evolucionado para seguir avanzando en condiciones óptimas, que hay espacio para todas las personas y que debemos tener una relación mucho más sana y mucho más beneficiosa individualmente.
Tu discurso se aleja, en cierta medida, del feminista.
No estoy nada a favor de la confrontación. No podemos sacar a los hombres para meter a las mujeres. Eso no tiene ni pies ni cabeza. Algo no puede ser bueno para los hombres si no es bueno para también para las mujeres.
Tú fuiste la primera mujer presidenta de una cámara de comercio.
Sí, entré en un entorno absolutamente masculinizado y pensé, o me masculinizo yo o no hay tu tía. O lo hago o no sobrevivo. Pero cuando te masculinizas porque son las reglas del juego te conviertes en fría y distante, como el resto. ¿O es que yo por ser mujer tengo que pasarme el día abrazando a todos a mis vicepresidentes?
Obviamente, no.
Claro, pero parece que una mujer tiene que ser de una determinada forma. Esto se llama sesgo inconsciente. Pero yo no fui así y, claro, me veían como la más cañera.
En aquella época, ¿intentabas crear esa tercera esfera o vivías dentro de las ya existentes?
Yo vivía plenamente inmersa en la esfera pública, había visto claramente cuáles eran las reglas del juego y las había aceptado hasta que me di cuenta e hice un proceso de reflexión personal y pensé que no quería jugar el partido con esas reglas. Esto es un proceso de años y tuve que asumir las consecuencias de tomar esta decisión.
Entiendo a las mujeres que se masculinizan para aceptar las reglas porque, o adoptan este comportamiento o es imposible sobrevivir a ese entorno.
¿Cómo se pueden cambiar esas reglas? Necesitamos a la millonésima mujer.
Determinadas reglas se rompen en comunidad, colectivamente. Para que haya una mujer presidenta en un país necesitas preparar el país para que acepten a una mujer como presidenta.
Hay techos de cristal que se rompen que son intrínsecos y otros que son extrínsecos. Es decir, algunos los puedo romper yo, dependen de mí, pero hay otros que pasan fuera que debemos romperlos colectivamente.
La maternidad y las consecuencias en la vida profesional es uno de esos techos de cristal.
Así es, el 63% de las mujeres que son madres renuncian a sus puestos. Por eso, yo, con un poco de maldad, preguntaba a los trabajadores: “Cuando una mujer ha tenido una criatura y regresa, ¿cómo la tratáis?”. Y la respuesta es: “Igual, como si no hubiera pasado nada”.
Es muy bonita esta respuesta y me da mucha ternura, pero no es verdad porque sí que ha pasado, ha pasado una bomba nuclear de hormonas en un cuerpo de una mujer. Por eso hay sesgos inconscientes que proyecta la sociedad en mí o que yo mismo proyecto en mí que tienen que ver con la culpa y que hay que eliminar. Muchas mujeres se sienten culpables cuando trabajan porque piensan que son malas madres. Es el peso de nuestra cultura, que ha puesto una serie de etiquetas a papeles que desarrollamos hombres y mujeres en la sociedad, que nos condicionan mucho.
Según la ONU quedan 131 años para alcanzar la igualdad. ¿De verdad estamos tan lejos?
Sí, así es. Los movimientos sociales van por olas, como el mar. Cuando hay una ola muy fuerte, después llega la resaca y el retroceso del mar. Ahora estamos en pleno retroceso, en la resaca de la última ola de feminismo. Hemos avanzado en muchas cosas y una de ellas es muy curiosa y es que las leyes han ido por delante de la evolución de la sociedad. Hemos legislado la infraestructura necesaria para la equidad de género más que el desarrollo de la propia mentalidad de la sociedad. Ahora toca un trabajo mucho más sutil, que es el cambio de mindset, de los estereotipos y las creencias
Bueno, yo te he escuchado que cada día te levantas diciéndote ti misma: “Voy a cambiar el mundo”.
Sí, así es. Es muy presuntuoso, pero lo pienso desde un punto de vista bueno. Creo que cada uno en lo suyo lo debería intentar o, al menos, tener esa actitud ante la vida. En mi pequeña realidad yo tengo la capacidad de ejercer mi influencia y esto es cambiar el mundo. Si yo ejerzo mi influencia en mi realidad, tú lo haces en la tuya y el otro en la suya y así hasta que hay un número determinado de personas que tienen el mismo comportamiento. Entonces se llega al millonésimo elemento y automáticamente hay un cambio de constancia o un cambio de actitud que se eleva a toda la especie. Por eso yo estoy con este mantra desde la humildad y la responsabilidad.
En el libro propones algunas herramientas para cambiar el mundo, pero, ¿podrías resumirlas en dos?
Tenemos que ganar autoconfianza y para ello propongo varios ejercicios que me gustan mucho. Uno es el de la escalera en la que se mira hacia arriba en busca de los objetivos pero también hay que mirar hacia abajo para ver el camino recorrido. Esto tiene que ver con la gratitud, con cambiar la mirada, con tender la mano a las personas que vienen detrás…
Otra actividad que me encanta son las visualizaciones para entender qué es aquello que mueve tu vida, cuál es el reto que tú quieres conseguir, aquello que es tan importante para ti, que es un reto. Entonces yo propongo que lo visualices como si ya lo hubieras cumplido porque así se construye un mural de imágenes en el hemisferio donde tenemos toda la información guardada, donde están los modelos mentales, y guardarlo como algo ya cumplido te ayuda mucho a focalizar la energía para hacer cosas que realmente son muy importantes para ti. Esto nos hace tomar decisiones coherentes con el objetivo.