Xaime Fandiño, el hombre de las mil armas contra el edadismo: "Soy viejo y estoy encantado de serlo"

Xaime Fandiño tiene 71 años y ha hecho de todo durante ese tiempo. Entre otras cosas, ha sido profesor universitario, músico, director de programas de televisión y escritor. Sin embargo, aún no sabe lo que quiere ser de mayor. Por ahora, su ocupación es dedicarse en cuerpo y alma a ser "activista outsider intergeneracional". Se considera viejo "a mucha honra" y está encantado de serlo, "porque... la otra opción es peor". Su entusiasmo vital le lleva a involucrarse en decenas de proyectos al mismo tiempo, aunque ahora está especialmente orgulloso de su novela 'El último concierto. Cuando la vejez se torna en herejía' (Editorial Elvira).

"Se trata de una road movie en tono de comedia ácida, golfa y vitalista, que trata sobre el derecho a decidir de las personas, así como de su heterogeneidad", nos explica este gallego, defensor a ultranza de lo que él llama la “longevidad audaz”, expresión que le parece mucho más adecuada que la de 'envejecimiento activo', en contraposición a ese "gueto cronólogico, ese escenario en el que nos meten a los mayores dejándonos en un apartheid etario sin posibilidad de inputs intergeneracionales". Queda claro que con Xaime no pueden.

Te defines como activista outsider intergeneracional. ¿Qué significa eso?

De entrada, que no estoy alineado con ninguna causa específica o línea política. A veces se generaliza y se toman axiomas llenos de prejuicios y plagados de estereotipos sobre los diferentes momentos etarios por los que transcurrimos. Por ejemplo, se dice que los viejos son sabios y no estoy de acuerdo. Serás el viejo que has forjado durante tu juventud y madurez. Por lo tanto, si durante tu vida has sido un insolidario o un impresentable esto se reflejará también en tu vejez.

Lo mismo cuando se habla con generalización del tipo que los jóvenes son de una determinada forma. Eso son todo falacias, porque la heterogeneidad nos acompaña durante todo nuestro tránsito vital. No hay dos personas iguales ni en la juventud, ni en la madurez y mucho menos en la vejez.

¿Qué te impulsó a escribir ‘El último concierto’?

En el 2018 leí una 'fake news' en una revista alemana que hablaba de que unas personas internas en una residencia se habían ido a un concierto heavy. Pensé: “se non è vero è ben trovato” y en ese momento, en el 2018, comencé el primer borrador. Empezó como un tratamiento cinematográfico y lo presenté a unas ayudas al desarrollo de largometrajes en mi comunidad, pero no fue seleccionada y además, en la valoración al autor, me calificaron con un cero en el apartado denominado “experiencia y trayectoria audiovisual”. Todo esto después de haber trabajado muchos años en el sector y ser profesor universitario de Comunicación Audiovisual... El caso es que, visto esto, mi mujer en aquel momento me dijo: “déjate de caralladas del audiovisual y escribe una novela”. Dicho y hecho. Me senté e hice estas quinientas páginas.

Cuéntanos de qué va

"Transcurre por Galicia y Portugal. La trama sucede en el 2019, antes de la pandemia y va de unas personas que viven en A Balea, una residencia de mayores ficticia, ubicada en la antigua factoría de Massó en Cangas do Morrazo a la orilla del mar en la ría de Vigo. Allí, unos internos deciden ir al Resurrection Fest de Viveiro. Antes, por una serie de circunstancias, que no cuento para no hacer spoiler, tendrán que pasar por Portugal para cumplir con un cometido que la vida y el azar les asigna.

¿Hay muchos elementos autobiográficos en sus páginas?

Sí, en algunos eventos y tramas, aunque como es lógico están ficcionados y por lo tanto no hay una exactitud de acciones o historiográfica, pero tampoco se pretende. Los personajes tienen mi edad y por lo tanto han vivido en un Vigo de los 60 que es por donde yo he transitado. Hay un background importante con referencia a localizaciones, eventos, costumbres, aficiones…

¿Qué poso esperas que deje en el lector?

Que el tiempo que lleva cada uno sobre la tierra no debe ni puede ser un condicionante para tener ilusiones y anhelos. Por ello, es necesario vivir intergeneracional más allá de cualquier gueto cronológico, para recibir inputs de gente diversa, tanto en edad como en ideas, y así vivir en el siglo que le ha tocado a cada uno. Lo contrario significa entrar en una especie de apartheid etario donde los temas de conversación se vuelven monocordes: sintrom, próstata, colesterol… fallecimientos, dolores… y demás causas perdidas. 

Cada persona es un mundo y cada uno tiene sus “cadaunadas”. Por ello, los viejos, como sucede en cualquier momento de la vida: niñez, juventud o madurez, también tienen futuro y es necesario que lo puedan vivir y disfrutar con menos cuidados y más atención, es decir con menos protección y más escucha. 

¿Puede haber segunda parte?

Claro que sí. Ya estoy trabajando en ello y desarrollando, de forma ficcionada con visos de realidad, mucho más ese Vigo de los 60 que realmente ha sido mi hogar durante mi infancia y juventud. 

¿Somos conscientes de lo edadista que es nuestra sociedad?

Mi lema de cabecera es que la vacuna contra el edadismo es la intergeneracionalidad. Si uno vive rodeado de personas de diferentes edades e interacciona con ellas en su vida diaria, es imposible que pueda ser edadista. Igual que si estás rodeado de amigos de diferentes etnias, culturas… y te relacionas con ellos de forma habitual, no puedes ser racista.

El edadismo es el tercer ismo que, junto al racismo y el sexismo, confirman unas tipologías de discriminación incomprensibles para el siglo XXI. Y se empiezan a fraguar estereotipos edadistas desde la primera infancia. Mi nieta de 11 años vino con una amiga a nuestra casa y al entrar dijo: “esto no parece una casa de abuelos”. Como puedes ver, ella ya se ha formado su propio estereotipo de cómo debe ser una casa de personas mayores. Al ver algo diáfano, en colores claros, guitarras eléctricas, fotos raras… ya no le coincide con la edad que ella asocia a las personas que pueden habitar un espacio de esa condición. Vemos pues aquí, un ejemplo claro de edadismo incipiente e inconsciente.

¿Por qué tantas personas que se jubilan asumen el mantra de “esto ya no es para mí” para dejar de hacer cosas?

Ese “ya” es lo verdaderamente peligroso. “Esto no es para mi”, lo decimos a lo largo de la vida y no pasa nada ya que se refiere a las cosas que se nos dan mejor o peor. Así, yo comencé como todos los niños de mi época dándole unas patadas a un balón y rápidamente me di cuenta de que aquello no era para mí, es decir, no se me daba bien. Otros, al contrario de lo que me sucedió a mí, no eran capaces de poner un acorde en la guitarra y también decían lo mismo al respecto.

Lo malo es cuando una persona, generalmente por razón de su edad cronológica, decide que ya no está para una cosa que le podría apetecer y que además se le podría dar bien, limitando su actitud vital con esa terrible frase. Se trata del peor edadismo, el denominado endógeno o autoinflingido, en el que los prejuicios y estereotipos los creamos nosotros mismos, es decir, en nuestro interior. Personalmente, estoy a punto de cumplir los 72 años y aún no se lo que quiero ser cuando sea mayor. Por suerte o desgracia siempre estoy a favor de apuntarme a un bombardeo

¿Qué crees que hace falta para aprender a envejecer?

Primero hay que dejarse de eufemismos y llamar a las cosas por su nombre. Se habla de vejez, de envejecimiento, pero se intenta evitar el adjetivo, es decir: la palabra “viejo”. La gente huye de esta acepción e intenta sin éxito suavizar la palabra con eufemismos, eso sí, sin conseguirlo. Pues yo soy viejo y estoy encantado de serlo. No soy ni silver, ni sénior… ni como decimos aquí: caralladas de ese tipo. Viejo, a mucha honra. Con esas acepciones anglo algunos creen que son más cool, y que gente los percibe más jóvenes. Nada más lejos de la realidad porque el significante es el mismo. Lo que hay que hacer es actualizar la palabra con la connotación que se corresponde con una persona de los años veinte del siglo veintiuno y santas pascuas.

A partir de ahí, cuando te consideras sin complejos dentro de tu momento vital y con la denominación asumida, ya estás preparado para lo que te echen. Estoy en contra también de ese palabro de moda: “empoderar”. Para mi lo suyo es normalizar, es decir no darle ningún poder ni intención, al momento de la vejez ni al posterior de la ancianidad, que sea algo natural como cualquier otra acepción que nos defina.

Te involucras en un montón de proyectos distintos. ¿De cuál de ellos estás más orgulloso?

De los que están por llegar. Desde siempre, cuando desarrollo un proyecto la fase que más me gusta es la de creación y gestación. Cuando entra en la fase de producción me parece que la meta está conseguida y ya me suelo enrollar con otra idea. Por suerte, he hecho música, televisión, docencia… siempre en ámbitos de la realización, la ideación y la creatividad.

En 2016 comprobé en carne propia que cuando te jubilas no te dan sólo el finiquito laboral, sino también el social. Te sacan de circulación y más allá de viajes del IMSERSO, gimnasia de mantenimiento y universidad para mayores queda poco espacio. Visto esto me convertí en militante intergeneracional. 

Uno de esos proyectos es La Tribu Hereje. ¿Qué nos puedes decir de eso?

La tribu hereje es una iniciativa militante con vocación y espíritu intergeneracional que, desde la perspectiva de la longevidad audaz, trata de aglutinar una comunidad de personas que piensan que hay otras formas de vivir, alejadas de perspectivas con el foco en lo etario, donde se discrimina a las personas simplemente por cualquier factor cronológico relacionado con la la edad física de los individuos, da igual si eres joven, maduro, viejo o anciano. La tribu hereje no tiene edad.

¿Qué opinas de la nostalgia por los viejos tiempos que parece embargarnos a todos?

Creo que tener en cuenta de dónde venimos para articular el futuro es importante, pero en su justa medida. Como se suele decir “mirar para atrás, ni para coger impulso”. Lo pasado, pasado está, con sus errores y aciertos. Es frustrante ver gente que se regodea todo el tiempo en algo que ya no puede cambiar porque el reloj cronológico no se puede detener. Aprender del pasado es importante, pero no vivir en él de forma permanente.

Conozco amigos viejos que, aunque como yo, han llegado al siglo XXI y viven aún en el XX, y eso es muy frustrante. Yo les llamo “viejos caraduras” porque, por comodidad, ya que no padecen importantes deficiencias físicas ni cognitivas, se montan en el machito de que les hagan todo: la mujer les maneja el móvil, dicen que no entienden el cajero del banco, cuando son tecnologías que se han implementado en los años 70…. En definitiva creo que los seres humanos deben vivir de forma plena, el siglo que les ha tocado. 

¿Cómo te imaginas dentro de unos años? ¿Te ves en una residencia?

Más viejo y dolorido que ahora. Hace unos días vi un reportaje en televisión en el que una periodista acompañaba a un hombre centenario, encorvado y con bastón. Entraron en un gimnasio y él comenzó a hacer todo tipo de ejercicios aeróbicos como cualquier joven. Llegado un momento la reportera, sorprendida, se acercó al hombre y le preguntó: “le duele algo” y él contestó sonriendo, sincero y convincente: “hija, me duele todo”.

Me veo en cualquier sitio donde me sienta bien. En este momento nuestra casa es idónea pero me imagino que hay momentos para todo. Una residencia libertaria como A Balea, que aparece en 'El último concierto', puede ser interesante.

¿Y qué mensaje le darías a tu yo de dentro de 10 años?

Pues eso, ir viviendo el plan vital y disponiendo debajo de la manga de un plan contingencia porque aquí no queda nadie, o por lo menos ese es el dato que tenemos hasta el momento, aunque podamos llegar a centenarios. Ya sabes que Galicia somos “blue zone”. Así que habrá que ir dando caña mientras los telómeros aguanten.