Tras su anterior libro, 'Casas y tumbas' (2019), Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) anunció que se retiraba de la novela y de momento lo ha cumplido. Su flamante última entrega, 'Desde el otro lado' (Alfaguara), no es una novela, sino cuatro relatos de vida y muerte de corte fabulístico protagonizados por reptiles, aves, roedores y espectros que fluyen entre la realidad y la fantasía. Se trata de cuatro historias inéditas en castellano, puesto que las dos que se publicaron en euskera en 1985 y 1995 han sido reescritas para la ocasión, imbuidas de un humor "muy particular", que va "más allá" del humor negro y que le permite al Premio Nacional de las Letras en 2019 reflexionar con cierta distancia sobre el bien y el mal inherentes a la condición humana.
Tras publicar su obra anterior dijo que quería explorar formas más libres de escribir. ¿Qué ha encontrado?
A mí me ha pasado lo contrario que a los corredores de atletismo, que normalmente cuando son jóvenes hacen carreras de 1.500 y luego van al maratón. Yo he ido al revés. Empecé con el maratón y ahora mi distancia narrativa son los 1.500. Esto en papel son 40, 50 o 60 folios. Esa es la distancia que más me gusta, la me parece más intensa y divertida. Ahora seguiré escribiendo textos de 1.500 metros lisos.
¿Cómo se le ocurrió que las voces narrativas principales del libro fuesen animales?
He llegado a la conclusión, después de muchos años escribiendo, de que eso que llamamos personaje puede ser cualquier cosa. Si decido escribir un cuento desde el punto de vista de estas gafas lo podría hacer. Estas gafas serían el personaje. En cuanto algo, ya un objeto o un animal, adquiere voz ya está en nuestro mundo.
Obaba, su particular Macondo, vuelve a ser uno de los escenarios en 'Desde el otro lado'. ¿Qué le impulsa a seguir volviendo allí?
En España casi siempre que hay una geografía literaria se habla de Macondo, quizás porque es muy popular. Sin embargo, si se lee el catálogo de las geografías imaginarias, publicado hace dos años, vemos que hay cerca de cien diferentes. De modo que es algo usual y corriente, y lo es por una sencilla razón: porque el escritor necesita lo que llamamos un infinito virtual, un lugar donde pueda pasar todo lo que el autor quiera que pase, y que sea lógico. Da lo mismo que sea un barrio de Nueva york, el polo Norte, Macondo o Obaba. Todo debe suceder en algún lugar, y es mejor que ese lugar no sea muy concreto.
Obaba parece remitir a recuerdos y espacios de su infancia. ¿Cuánto tiene que ver con Asteasu, aquel pueblo en el que nació y pasó su niñez?
Todo tiene que ver con la infancia. Cuando vamos cumpliendo años, sobre todo a partir de los 50, todo el mundo se da cuenta de que la infancia es como un núcleo, como si fuera nuestra dinamo. Parece mentira pero es así. En ese sentido, los paisajes que utilizo en este libro quedaron fijados en mi zona natal y en los desiertos de Reno (Nevada, EEUU), donde estuve viviendo. Una persona, dependiendo de donde haya vivido, tiene más o menos paisajes. Esos dos y alguno más, como Bilbao, yo los tengo dentro.
¿Qué recuerdos tiene de entonces?
Mi problema es que tengo demasiados recuerdos. Quizás habría que matizar que el recuerdo es ya una memoria verbalizada, una memoria que adquiere forma y la puedes poner en palabras. Pero la memoria también es algo más. Hay cosas que no has verbalizado, que están ahí pero que no sabes que están hasta que en un momento determinado surgen. Mi memoria, no sé si por razones profesionales o de forma innata, es un poco excesiva, tremenda, hasta problemática a veces.
¿Por qué?
Porque recordar mucho es muy peligroso. Cuando la memoria actúa una y otra vez y no le funciona el borrador, esa sensación de tener demasiadas cosas en la cabeza... Cuando escribo mi problema no es tanto qué voy a escribir en la siguiente página, sino ver qué no voy a escribir. Hay que buscar el equilibrio. Es importante no dejarte avasallar por los recuerdos y la memoria.
¿Qué le diría el Bernardo Atxaga de 'Desde el otro lado' al joven que publicó en 1971 'Lo que anhelamos escribir'?
Le diría que el último movimiento del bailarín tiene que recordar al primero. Es diferente pero tiene que haber algún enlace, conexión o vínculo. Para mí es importante no perder ese vínculo. Si se pierde uno queda a merced del viento. Yo sí me siento perfectamente vinculado a aquel yo.
¿Qué habría sido Bernardo Atxaga si no se hubiera dedicado profesionalmente a escribir?
Es difícil saberlo. Por algún motivo siempre pensé que quería ser escritor. Fue una vocación muy temprana y muy grande. De no haber sido escritor me habría gustado tener un oficio manual. Quizás mecánico. Lo que no me gustan son los oficios de responsabilidad. La política, por ejemplo. Jamás en mi vida habría entrado en política.
La muerte está muy presente en este último libro ¿Le preocupa más a medida que envejece?
La muerte es una gran piedra que está ahí. Puedes no mirarla o hacerte el sueco con ella, pero hay que ser consciente de ella. Me parece bueno cogerla, como yo he querido hacer en este libro, pero es muy importante que esa piedra no te venza, que no te haga caer al suelo. Hay que aguantar ese peso. Para mí, el mejor modo de afrontar la muerte es el humor.
En mi libro hay un humor con respecto a la muerte que me parece de lo más particular. Está un poco más allá del humor negro. No me gusta nada el humor agrio y agresivo, el sarcasmo, eso es basura casi siempre. Yo hago un humor que roza el absurdo pero apela a la mente del lector. 'Piénselo usted', es lo que yo le digo al lector.
¿Qué dice del ser humano una guerra como la de Ucrania en pleno siglo XXI?
Lo terrible de una guerra como la de Ucrania es que no es una excepción. Lo terrible es pensar que ha ocurrido hace poco en otros lugares del mundo y que además va a volver a ocurrir. Hay una reflexión de Walter Benjamin delante de un cuadro de Paul Klee en el que se ve un ángel que está mirando hacia atrás, 'Angelus Novus', que dice "es el ángel de la historia, cuando mira atrás no ve una concatenación de sucesos, personajes, fechas… lo único que ve es una única catástrofe, ruina sobre ruina". ¿Qué podemos hacer? Pues lo más inmediato es dar dinero a Save the Children, Amnistía Internacional o Médicos sin fronteras.
Premio Nacional de las Letras Españolas, Premio Liber, Premio Nacional de Narrativa… ¿qué peso tienen los premios en el equipaje vital de un escritor?
Decía Baudelaire que lo bueno de que haya premios es que animan al escritor. También a veces uno piensa que no se lo merece. Alardear de los premios me parece una soberana tontería. Hay algo siempre de azar, y ante eso hay que ser serio. 'Qué bien, porque me anima, porque alguien aprecia lo que he hecho', pero ya está. A partir de ahí, al día siguiente hay que volver a escribir.
Luis Mateo Díez decía que 'no sé qué ha pasado que de repente todo tiene tres cifras más que antes'. También se podría decir eso de los discursos. Hoy son más ditirámbicos, dándose autobombo del tipo 'mira qué guapo soy y qué bíceps tengo'... Eso me parece basura.
¿Cómo le gustaría ver al Bernardo Atxaga de dentro de diez años?
Tengo que hablar con las musas, con mi ángel de la guarda, con mi demonio de la guarda, y cuando hable con todos estos espectros ya lo pensaré. En principio ahora estoy tranquilo porque los 70 es una cifra aceptable. Cuando los cumplí me dije que había cruzado el rubicón, así que ahora estoy completamente tranquilo. Shakespeare tiene en un soneto una expresión que es 'mellowness', como la suavidad de la vejez.