La columna de Juan Tallon: "Se vende, todo se vende"
Si no vendiésemos y comprásemos todo el tiempo la existencia diaria se desmoronaría
Nada, por muy tuyo que te parezca, vive libre de pasar a otras manos en cualquier momento
Hay ya en nosotros un vendedor y un comprador al acecho, aun cuando nada esté en venta todavía
Qué no está en venta, si omitimos el patrimonio nacional. Y aún así, ¿cómo estar absolutamente seguros de que hasta eso algún día no lo estará? La acción de vender y comprar mantiene el mundo en funcionamiento. La simple omisión de estos dos verbos conduciría al colapso. Si no vendiésemos y comprásemos todo el tiempo la existencia diaria se desmoronaría con la facilidad con la que un lápiz rueda y se cae de la mesa al suelo.
Nada –por muy tuyo que te parezca, y por muy amado que sea– vive libre de pasar a otras manos en cualquier momento. Se trata de una amenaza secreta, invisible, pero que si cierras los ojos, y piensas en ella, se te aparece. Es un fantasma real. Basta que necesites espacio, o dinero, o empezar de casi cero, o simplemente desees con mucha fuerza un cambio de vistas.
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El placer de las compras irracionales
Yo nunca pensé que me desharía de mi sofá de escay, blanco y negro, en el que apenas me senté en quince años: era para mirar. Imitaba al asiento trasero de un viejo Dodge. Lo amaba. Lo compré en un momento que no sabía qué hacer con el dinero ni cómo llenar los espacios de mi nuevo piso. Mi enamoré de él tan pronto lo vi en la tienda. No lo necesitaba, pero me lo quedé. Otro día hablaremos de las acciones irracionales.
De hecho, cuando entré por la puerta mi intención era hacerme con una lámpara de suelo, sin más. Pero daba gusto verlo. Qué me importaba si era o no práctico, y mucho menos cómodo. El día que cambié de piso y ciudad me lo llevé conmigo. Sobrevivió a una mudanza de cien kilómetros, y a una existencia en pareja sobrevenida. Pasaron los años y una mañana, sin más, lo puse a la venta en Wallapop. Vinieron a recogerlo por la tarde. Ni pestañeé.
La compra-venta lo admite todo. Desde mi amado sofá, que coloqué por ciento veinte euros, a un cromo de 1978, que puedes conseguir por diez céntimos en la misma plataforma. La convivencia con tus cosas es hoy más precaria que nunca. Son tuyas y enseguida de otros. Su vida es un baile, y su valor sentimental, de repente, una patraña.
Puertas de Gaudí a la venta en Wallapop
¿A quién puede sorprender, por ejemplo, el descubrimiento de cuatro puertas atribuidas a Gaudí, procedentes de La Pedrera, a la venta en Wallapop por diez mil euros? A nadie le extraña que suceda algo así porque el destino de cualquier cosa es cambiar de dueño y de dirección. Es como si también las propiedades largamente conservadas, y amadas y valiosísimas, se volviesen de pronto una fuente de aburrimiento, un significado vacío.
Nuestras vidas están ya tan secas de sentido que necesitamos renovar constantemente nuestras pertenencias, y eso nos obliga a hacerles hueco, desprendiéndonos de las viejas. Hay ya un vendedor en nosotros, y a la vez, un comprador al acecho, aun cuando nada esté en venta todavía.
Recuerdo el día que Juan Marsé acudió a firmar su última novela a unos grandes almacenes. Lo sentaron tras una enorme mesa para hacer sitio a las enormes pilas de ejemplares de su libro. Al escritor le llamó la atención la presencia de una mujer que no paraba de girar a su alrededor. Cuando al fin se plantó ante Marsé, le preguntó "¿Cuánto cuesta?". "No lo sé exactamente, ahora pregunto y se lo digo", respondió el autor, que desconocía el precio de venta su novela. "No, el libro no. La mesa", lo cortó la señora.