Hay discusiones sobre si el amor-pasión es cosa común o extraordinaria en el sentido estadístico, o sea, si le pasa a muchos y muchas o a pocos y pocas. Visto desde lejos, objetivamente, como aquel que dice, a mí me parece más bien raro, pero todo puede ser. Sobre lo que no hay discusión es que resulta de comprensión difícil y que es tema muy embrollado.
Tal vez, como aseguran los poetas, sea incluso un misterio. Pero misterio arriba o abajo lo cierto es que se han escrito libros acerca del asunto hasta reventar las bibliotecas y más de una aorta. Total, que hoy hemos elegido siete que lo explican o tratan de explicarlo y que, tanto si aciertan como si no, dicen mucho de la condición del corazón y de la humanidad que lo lleva en el pecho. Y conste que la sabiduría que de ellos se desprende vale para todo tipo de amor y de amantes, aunque aquí prevalezca el canónico o tradicional o más cantado.
La mejor novela de amor jamás escrita y la mejor novela de todo lo demás jamás escrita. Si a usted no le gusta o le parece un folletín, la literatura no es lo suyo y abandone cualquier intento de acercarse a ella (puede hacerle daño).
En fin, el amor como una fuerza natural, como elemento desatado, descontrolado, que maneja los corazones como trapos, pero que eleva a los amantes por encima de los miedos y de las precauciones de empleado, hasta volverlos sobrehumanos y también inhumanos. El amor, además, como fusión, como identidad en el otro. "Yo soy Heathcliff", responde Katherine cuando le preguntan por qué le ama. No por esto ni por lo otro, no por guapo o por rico, sino porque tú te has convertido en el otro. Para siempre.
Una tradición que ya empezó en nuestra Celestina, el amor saltabarreras (como lo denominó don José Antonio Maravall), la pasión enfocada a subir en el escalafón de la sociedad, del poder y de la influencia, aunque uno no lo sepa.
A veces, uno se enamora –se enamora de verdad- de las prendas del otro, de quién es y qué representa, de los paisajes que se contemplan desde una clase o un pináculo más alto. He aquí el famoso esquema triangular del deseo que tanto ha dado que hablar a los psicólogos: uno (primer vértice) se enamora de algo (segundo vértice) que lo lleva a enamorarse de alguien (tercer vértice). A veces, el algo es alguien, por ejemplo, y según Freud, en el triángulo de los celos. Y ahí queda para la eternidad Julien Sorel, desesperado, apasionado y trepa. Muerto sin haberse enterado de nada. Y maravilloso.
Uno se enamora de su imaginación, que de esto no quepa duda. Uno adorna al amado de todas las joyas de la naturaleza y de la sociedad (cosa de la que suele enterarse demasiado tarde). Y por otro lado, el misterio, la traición, lo oculto, los deseos no confesados, alimentan el amor como el carbón las antiguas locomotoras de vapor (y suena igual, a base de bufidos y oscuros estertores). Más imaginación.
Todo amor apasionado –toda pasión, en realidad- es un descenso a los infiernos, círculo por círculo y de látigo en látigo. Ahí, donde no vemos en el corazón del otro, es donde concebimos nuestro destino, donde el fuego nos consume, donde de nosotros solo quedan, al final de todo, cenizas. El amado se transforma rápidamente en un desconocido cuando se descubre que su piel está hecha de velos, y que detrás de un velo hay siempre otro velo.
Inspirado en esta nouvelle, Stanley Kubrick rodó 'Eyes Wide Shut'.
Hay que admitirlo: el personal no se enamora a menudo de lo que más le conviene, no, señor. Y en una buena mayoría de esas ocasiones nefandas, se ha enamorado además de alguien que lo atormenta y lo consume. Poco se puede hacer, sirva esto de advertencia. En esta novela del gran Buzzati, un honesto profesional liberal, algo enmadrado, un poco apagado de pasiones y que cree tener la vida en orden, va a quedarse prendado de una jovencita que le va a torear del rabo hasta la cruz, además de sablearlo y volverle medio loco de celos, como no podía ser de otra manera.
Y es que el amor llega así de esta manera, como dice la canción llanera, cuando menos se espera, incluso cuando menos se quiere, en medio de la vida pacífica. Y seguramente para recordarnos que seguimos vivos y a expensas del dolor.
Pues de eso va, de la relación de dos casi adolescentes, medio expulsados del mundo (como todos los adolescentes), tan cansados de buscar su identidad que ya, a tan temprana hora, la dan por imposible, y refugiados en una relación que reclama, como siempre en el amor, la confirmación de que merecemos existir. En fin, estamos demasiado solos.
El drama del primer amor no abunda en literatura y, sin embargo, marca la existencia como pocos sucesos del alma. A esa edad, el enamorado se lo juega todo al reconocimiento de que su amor y su persona son valiosos, merecen ser mirados, merecen que un semejante se una a él entre muchos y a nadie más. El fracaso es aquí una catástrofe, pues no pueden acompañarle ni la experiencia ni las palabras.
Beckett trabaja el tema con la sinuosidad, oscuridad y retorcimiento que el asunto merece.
Y no, el amor no acaba con la separación. Hay un amor que se dedica a existir y a alimentarse solo, que va por ahí como alma en pena y que flota en el aire como una condena. Esta novela es la historia de un hombre abandonado, que se encierra en casa y escribe una larga carta a su amada en fuga, reflexionando sobre la naturaleza de un sentimiento tan poderoso que es superior a la muerte, pues en su ausencia la muerte nada significa. Ni la muerte ni la vida, por supuesto. También es la historia de una disección sin anestesia de las relaciones de pareja, de sus cárceles y de sus envenenamientos.
En el texto se mezclan la inevitable e infinita melancolía de la separación con todas sus prendas, y el placer de la escritura y del pensamiento, finalmente liberadores.
Una modernez: el amor por Internet, el chateo a lo loco, la obsesión por un desconocido y una desconocida, la necesidad de verse y de sentirse desbaratada al cabo por las propias reglas impuestas por la relación digital.
Efectivamente, si uno se enamora a ciegas y a base de palabras, ¿para qué quiere mirar detrás de la pantalla, para qué quiere escuchar lo que le enamoró estando escrito? Después de todo, y como en el amor convencional, el cuerpo del amante está en nuestra forma de imaginarlo y además sabemos que los sentidos se gastan, que tienden a la disolución, que se embotan.
Lo mejor de la novela es la brillantez de los intercambios, la manera en que va cuajando una relación indefinible, pero que empieza a pesar en las vidas de los interlocutores.