Tengo un nudo en la garganta, el estómago encogido y una enorme sensación de desgarro y pérdida cuando pienso que no voy a volver hablar con él y recuerdo esa conversación inacabada que tuvimos unos días antes del confinamiento. Los recuerdos, tan lejanos en el tiempo pero tan cercanos para mí, se me agolpan y atropellan en la memoria porque con el 'Califa rojo' se va una parte importantísima de mi vida profesional y me deja un hueco personal e intelectual difícil de sustituir. Ha sido el único político con el que yo he roto ese viejo código no escrito que los periodistas llevamos en nuestro ADN de no acercarnos demasiado afectivamente a nuestras fuentes, para que los sentimientos no hagan saltar en pedazos la cacareada y siempre mal entendida independencia.
Le conocí siendo alcalde de Córdoba cuando aún era un desconocido en la política madrileña. Un colega, Fernando Jáuregui, me habló de él como de un visionario de sólida formación política e intelectual que daría mucho que hablar pasado un tiempo, como así ocurrió. Me fui a su Córdoba natal a entrevistarle y fue como un flechazo, un soplo de aire fresco que rezumaba pasión y honestidad, algo inusual ya por aquel entonces en la política. Le entrevisté, me invitó a comer, paseamos sin prisa entre saludo y saludo de los ciudadanos, debatimos intensamente sobre la actualidad política y entonces por primera vez escuché de sus labios su famoso "programa, programa, programa" seguido del "justicia, justicia, justicia", que repetía como un estandarte de la izquierda.
Aquel primer día empezó a llamarme "niña" y así lo hizo siempre, incluso en alguna de las entrevistas que le hice para televisión, lo que dio lugar a situaciones cómicas y chascarrillos entre colegas. Me llamó niña cuando presentó mi libro 'El Tercer Hombre P.J la pesadilla de F.G', cuyo primer capitulo, titulado: "Así se gestó la pinza PP-IU", le ha perseguido desde hace nada menos que 25 años.
Ese encuentro de Córdoba fue el primero de muchos. Un día me llamó por teléfono a una hora inusual para preguntarme cómo andaba el ambiente político "por el foro" . Me dijo, sin más, que estaba dispuesto a dar el salto a la política nacional, pero tenía muchos recelos porque era consciente de que dentro del PCE tendría que librar duras batallas con los más zorrocotrocos. La noche del Congreso en la que fue elegido líder de su formación mientras se debatía con intensidad su idoneidad, ya se masticaba la tensión. Se acercó a la sala de prensa y me hizo un gesto para que saliéramos a fumar. Pasamos ¡nada menos! que tres horas dando vueltas alrededor del edificio de CCOO donde se celebraba el evento, durante las cuales al menos en dos momentos me confesó que si no paraban de "volar los cuchillos largos", tiraría la toalla.
Al final salió elegido y nuestra ya consolidada amistad se fortaleció. De hecho, cuando tiempo después me presentó alguno de mis libros o estábamos en algún acto público siempre recordaba "esa larga noche que pasamos juntos esta niña y yo que tanto marcó mi vida", cosa que a mí me hacía sonrojar por el equívoco de la anécdota.
Sus años de mayor intensidad política y los míos -como entrevistadora en Tribuna de actualidad, el ABC y El Mundo y luego en Antena3- fueron en paralelo. En 1993 estando con él en su despacho grabando una entrevista, mi teléfono comenzó a sonar insistentemente. Lo llevaba en el bolso e intenté silenciarlo pero momentos antes de hacerlo me dijo que contestara por si era algo importante. Lo hice y debió notar que me acababan de dar una buena noticia. ¿Todo bien?, preguntó. "Sí Julio, voy a ser madre de una niña que nacerá en octubre. Era mi médico para confirmarme que todo va bien", le dije emocionada. "Pues el padrino de esa criatura le tienes aquí delante y no admito un 'no' de ninguna de las maneras", sentenció.
Así fue como el líder de IU, mi querido amigo, se convirtió en el padrino espiritual de mi hija Itziar. El bautizo se celebró en Toledo y no pudo estar pero siempre me preguntaba por ella. "Soy su padrino imaginario pero cuando me necesite aquí estaré", me decía irónicamente .
Los hijos, ¡siempre los hijos!, los suyos y los míos, con sus alegrías y desvelos, han estado muy presentes en nuestras charlas. Era un padre orgulloso de los tres mayores y la llegada de la pequeña Carmen fue una explosión de ternura y alegría. Todo lo contrario que aquel día aciago de abril del 2003 cuando Pedro J me llamó para decirme que Julio Anguita Parrado, el reportero que estaba cubriendo la guerra de Irak, acababa de morir por el ataque de un misil cerca de Bagdag. "Si puedes llama a Julio. Acabamos de recibir la noticia y he querido contártelo antes de que se publique", dijo mi entonces director. Maqué su número y me quedé muda. Fue un silencio largo y espeso donde sobraban las palabras. Solo mucho tiempo después pudimos hablar del dolor y el luto por la muerte de su hijo mayor que le rompió el corazón . "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen", repetía siempre el hombre que, cosas del destino, rompió la tradición militar de su familia.
Ese corazón grande que dio nombre a uno de sus últimos libros, 'Corazón rojo'. Ese corazón que en plena campaña electoral del 93 le dio su primer aviso, y que el destino quiso también que yo estuviera allí para contarlo. Ese día habíamos quedado en Barcelona después del mitin para preparar un reportaje, '24 horas con El Califa Rojo', que no pudimos llegar a hacer. Cuando estaba todavía convaleciente fui a visitarle a su casa y le llevé una cesta de Acerolas, una fruta muy poco conocida que él llamaba 'manzanitas' y le encantaba. Me dijo bruscamente que cerrara la puerta de la habitación, que encendiera un cigarro y le echara el humo sin que su pareja se percatara. "Me muero por fumarme uno y me lo han prohibido", sentenció con una complicidad casi infantil, por lo que no puede negarme.
Le gustaba disfrutar de las cosas pequeñas y darse pequeños y sencillos placeres culinarios. En una ocasión, tras un acto político en Málaga, me invitó a tomar unos pescaitos en un pequeño bar que conocía. Cuando estábamos mirando la carta se acercó una señora que, con mucho desparpajo, le dijo: "Anguita, eres todavía más guapo que en la tele", mientras le intentaba dar una servilleta para que le firmara un autógrafo. Su reacción fue brusca y muy desconcertante en alguien tan empático. "Señora, yo no soy un cantante y, desde luego, no firmó autógrafos. Así que le pido por favor que nos deje en paz" y, dirigiéndose a mí, continuó con la conversación en el mismo punto que la dejamos.
Luego, años después, vinieron otros problemas cardiacos y sus esfuerzos por llevar una vida sana y metódica tras dejar la política. Es curioso porque siempre en presencia de Julio Anguita (Fuengirola 1941) he tenido la inevitable sensación de que no pasaba el tiempo por él, salvo porque peinaba más canas en sus sienes y porque él se empeñaba invariablemente en recordarme que sus mañanas de jubilado comenzaban a las 7,30 haciendo ejercicio, " principalmente natación" o jugando al mus. Ha seguido siendo el mismo activista de siempre que contagiaba a cualquiera su pasión y entrega por la cosa pública.
Salvo porque la hemeroteca no perdona, siempre era difícil de creer que se retiró de la primera línea política en 1999 y, aunque siempre ha admitido que el proyecto político que lideró y dejó en un momento álgido no paraba de languidecer, jamás en todos estos años ha bajado la guardia ni ha pensado en dejar la política en un segundo plano. Escribía artículos, daba conferencias, publicaba libros o ponía en pie de combate al personal con su Frente Cívico-Somos Mayoría y luego con Unidas-Podemos.
Cuando en alguna ocasión le hice un paralelismo entre aquella noche en vela de 1986 en la que el 'Califa Rojo' dio el salto de su Córdoba natal a Madrid, y lo que ocurrió años después con Pablo Iglesias, diseccionaba con la precisión del cirujano los errores que se cometieron antaño y que no podían volverse a repetir. Me decía machaconamente que no era la mano que había mecido la cuna del nacimiento de Podemos y que era comunista, "porque la sociedad ha de transformarse para defender los derechos humanos", poniendo el énfasis en que "al PP y al PSOE es más lo que les une que lo que les separa".
Siempre ha sido un auténtico volcán ideológico en erupción, un hombre de izquierdas en estado puro, de principios firmes, coherente, de una honradez intachable que no sabía lo que era el miedo en política y nunca ha tenido pelos en la lengua. "Yo a los míos siempre les he dicho lo mismo: Votad al honrado y no al ladrón aunque tenga la hoz y el martillo", afirmaba.
Le entrevisté para El economista -periódico en el que colaboramos los dos-, otra coincidencia del destino, en julio del año pasado. Él estaba en Córdoba y yo en Oviedo. Hacía mucho calor y eso le dio pie para recordarme cuando en 1989 -jamás se le olvidaba una fecha- fui a entrevistarle a la playa de Bolonia, entonces un lugar alejado del mundo, un paraje virgen donde él solía refugiarse en verano. Me enseñó el conjunto arqueológico de Baelo Claudia, las dunas e incluso alguna vegetación autóctona como la Sabina y la Camarita. Dejó de ir cuando ese paraíso empezó a dejar de serlo y yo, siempre que puedo, vuelvo.
En esa última entrevista que le hice para un medio escrito, aunque hubo otras en radio y televisión, le pregunté si ser comunista le situaba en la radicalidad en estos tiempos de rojos y azules. Su respuesta textual fue :
"Yo soy comunista porque creo que la sociedad tiene que transformase. Ser comunista es tener una cosmovisión alterativa, y es luchar consecuentemente por los derechos humanos, por el derecho al trabajo, la igualdad salarial de hombre y mujeres, por un salario digno… En cuanto a los insultos al comunismo, no sé si estos señores saben lo que están diciendo. Yo no insulto nunca, no hablo de las checas volantes de la CIA, ni de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, ese inmenso genocidio. Cuando una persona, en vez de argumentar, se dedica a descalificar en la mejor de la línea de lo peorcito de la España de Fernando VII y de la Inquisición está definiéndose su proyecto político y a él mismo. A los comunistas nos atacan porque temen lo que representamos de defensa de los derechos humanos. Ellos nos atacan, nosotros cabalgamos".
Y ya, metidos en harina, le insistí en la idea que acababa de plantear Pedro Sánchez de modificar la Constitución para que quién gane las elecciones, gobierne. Esta fue su respuesta:
"Lo fácil es decir que se va a cambiar la Constitución, y eso es una falta de sentido democrático que asusta. Puestos a cambiar la Constitución vamos a cambiar las cosas importantes. Yo soy republicano y me gustaría la constitución de la Tercera República española, eso para empezar. Pero puestos a abrir el melón constitucional, de entrada, deberían de ser considerados obligatorios para los gobiernos que el derecho al trabajo, a la educación, fuesen exigibles. Y después, si se toca la Constitución hay que abordar inexcusablemente el tema de la Corona. Es impresentable que un llamado rey emérito, un señor al que se le han imputado graves delitos de tipo económico se haya beneficiado de la concesión de una amnistía. Echarle el manto de la inviolabilidad a Juan Carlos define a la clase dirigente de este país y a quienes la componen. Todos ellos son cómplices de tanto privilegio escandaloso".
La última vez que hablé con él, pocos días antes del confinamiento, fue para buscar una nueva fecha de entrevista y, de paso, darle una fotos que no se habían llegado a publicar del último encuentro que él quería tener de recuerdo. "Niña coges el AVE, te vienes a Córdoba, comemos y así charlamos tranquilamente". Todavía me parece increíble que el hombre del gran corazón no esté aquí con su ironía, su lucidez y coherencia.
Ni puedo ni quiero decirte adiós y menos hacer tu Obituario, querido Julio. Las fotos que querías se las haré llegar a tu familia y me quedo con una de ellas para recordar siempre la grandeza y la dignidad del hombre y del político que tanta falta nos va a hacer en estos tiempos revueltos. Descansa en Paz, amigo.