Joan Vich, de camarero a co-director del FIB: "A mis cincuenta, me encanta ver las explosiones hormonales de los músicos jóvenes"
En 'Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB' (Libros del K.O) el autor cuenta sus mejores experiencias en el festival
Trabajó en el FIB desde 1995 a 2019, año en el que Melvin Benn vende el festival a The Music Republic
"Llevar la pulsera dice mucho de esa persona, de sus gustos. Aporta identidad"
“Cuando llega el calor…”, los chicos se enamoran, sí. Pero también llega la esperadísima temporada de festivales. Pulsera de tela en mano, millones de personas disfrutan de la mejor música en directo, amigos, copas y mucha fiesta. La cultura del festival ha regresado con más fuerza que nunca después de dos años de sequía a causa de la pandemia, y el mes de Julio nos recuerda a algunos de los momentos más especiales de la juventud. Sobre todo nos trae uno de los eventos musicales más míticos de España: el FIB (Festival Internacional de Benicasim).
Puede que hayas asistido en alguna ocasión, pero seguro que no lo has vivido como Joan Vich (Palma, 1972). Comenzó sirviendo copas de joven en la barra de este festival y acabó siendo, 25 años después, el co-director.
MÁS
Proteger los oídos en los conciertos: consejos para que los festivales de verano no te dejen un poco tapia
Julio Iglesias, Raphael o Tino Casal: grandes ídolos que surgieron en el Festival de Benidorm
'Primabuela Sound', el festival de música de una residencia que celebra la vacunación de los mayores
Ahora, recoge 'Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB' (Libros del K.O) algunas de las anécdotas más especiales que ha vivido, rodeado de famosos, estrellas del rock y el indie, y aventuras por doquier. Por este festival han pasado iconos como Lou Reed, Morrissey, Bob Dylan, Noel Gallagher o Amy Winehouse. Así nos ha hablado de la etapa más alucinante de su vida.
¿Qué pasó para que aquel Joan que servía copas en la barra del FIB se convirtiese en una figura clave del festival?
¿Qué pasó? ¡Pues veinticinco años! No fue de la noche a la mañana, simplemente una cosa fue llevando a la otra. Imagino que una combinación de perseverancia, no éramos muchos los que aguantábamos allí desde los primeros años, y de haber mostrado solvencia en los puestos que iba ocupando y por ello ganarme la confianza de los directores y propietarios durante los años.
De todos estos años en el festival, ¿con qué momento te quedas?
Me cuesta mucho pensar en un solo momento, la verdad. Son demasiadas cosas vividas durante veinticinco veranos como para quedarme con una sola. ¡Ni siquiera me atrevo a seleccionar un único concierto! A nivel más conceptual, me quedo con la sensación de comunidad y amistad que se creó alrededor del festival y que he intentado reflejar en el libro.
25 años dan para mucho, ¿Qué es lo mejor y lo peor que te llevas del FIB?
Lo mejor, esa comunidad a la que me refería antes. Prefiero no pensar en lo peor, siempre me quedo con lo bueno.
Ahora vives en el Puerto de Santa Maria con tu esposa y tus dos gatas, ¿puede uno disfrutar del relax aún siendo un fiestero?
Bueno, ¡yo no soy especialmente fiestero! Pero, si lo fuera, creo que precisamente esos momentos de relax serían más necesarios todavía. Por mi parte, llevo más de diez años viviendo en El Puerto (y antes vivía en Gijón y en Mallorca). He combinado siempre el trabajo en el festival y los viajes continuos a Madrid con mi residencia habitual fuera del centro de la actividad más frenética. Me gusta más así, y quiero vivir cerca del mar.
¿Qué diferencia al FIB del resto de festivales?
No sé si sigue siendo así ahora, después de la pandemia y con la nueva etapa del festival, pero creo que el sentimiento de pertenencia y de fidelidad que consiguió el FIB (quizá ayudado por su condición de pionero) es bastante singular y la comparte con muy pocos festivales en España. Conozco a gente, y no son pocos, que tiene el logo del FIB tatuado en su piel. Creo que eso define bastante el nivel de identificación que alcanzó entre su público.
La ultima pulsera del festival si que la dejaste un tiempo en tu muñeca, ¿cómo puede ir a un festival decir a los demás como o quiénes somos?
Los hábitos de consumo cultural crean comunidades más o menos homogéneas, y esas comunidades tienen códigos visuales que las identifican y las diferencian del resto del mundo. Esos rasgos estéticos pueden ser desde un peinado hasta una camiseta, una chapita o la pulsera de un festival. A veces, basta con esa coincidencia estética para averiguar muchas cosas sobre los gustos de la persona que lleva esa pulsera o esa camiseta. Dicho esto, a mí lo de llevar las pulseras de los festivales durante todo el año ¡me parece un horror!
¿Qué música escuchaba aquel joven Joan de 1996?
Toda la que caía en mis manos, tenía un hambre voraz por descubrir nueva música y completar las discografías de los artistas que iba descubriendo y sumando a mi listado de favoritos, que nunca deja de crecer. En el 96 me gustaban mucho Belle & Sebastian, Denim, Sebadoh, The Auteurs, Suede, Chemical Brothers, The Cardigans, Rocketship...
¿Y el Joan de ahora? ¿Qué hay en tu Spotify?
Paso mucho tiempo escuchando la música que publico o publican los artistas con los que trabajo (Ghouljaboy, Adiós Amores, Melenas, Teo Planell, The Parrots...) y también escuchando mi colección de discos con música de todas las épocas, pero sigo atento a las novedades, por supuesto, y me gusta mucho el disco de Rosalía, Tyler the Creator, Wet Leg, King Gizzard, Idles, Billie Eilish, Beabadoobee...
En uno de los capítulos hablas sobre el consumo de drogas en festivales, ¿hay tanta droga en el mundo de la música como se cree?
No. Hay tanta droga en el mundo, en general. Punto. Creo que con el consumo de drogas hay una hipocresía generalizada, incluso entre la gente que las consume. Eso no pasa con el alcohol, que también es una droga con efectos parecidos a otras sustancias prohibidas y que también se relaciona naturalmente con los entornos festivos.
Hay gente que se droga para trabajar, para relajarse, para despertarse, para competir en eventos deportivos. Hay droga en las bodas, en las redacciones periodísticas y en el congreso de los diputados. No solo en el mundo de la música. Y está bien así, si es lo que quieren hacer y no ponen en peligro la vida de otras personas (no se drogan para conducir, por ejemplo).
Yo no soy consumidor habitual de drogas, pero creo que su consumo debería ser legal, como el del tabaco o el del alcohol. Eliminaríamos la droga adulterada que causa sobredosis y muertes, se reduciría la delincuencia asociada al tráfico y, además, pagarían impuestos, que buena falta nos hacen.
¿Qué consejo le darías a esos padres que dejan a sus hijos acudir cada verano a uno?
No creo que necesiten ningún consejo en concreto, excepto que les recuerden que usen crema solar y que beban mucha agua. El resto depende ya de si los han educado bien o no, no de un consejo puntual que yo pueda darles.
¿Cuáles son tus cinco imprescindibles para acudir a un festival?
Zapatos cómodos, gorra o sombrero, gafas de sol, crema solar y, sobre todo, dinero. No es barato sobrevivir cómodamente en un festival.
¿Qué aconsejas a los mayores de 50/60 que quieran seguir disfrutando de estos eventos?
Se puede perfectamente, pero quizá hay que seleccionar los eventos para buscar los más apropiados y evitar los que suponen mayores aglomeraciones o un público más juvenil y entusiasta al que le cuesta más contener su energía. Dicho esto, a mis cincuenta años me encanta ver conciertos de gente joven y sus explosiones hormonales, y, en ese caso, lo que recomiendo es colocarse a un lado, nunca en el centro.
¿Algo que siempre hay que hacer en un festival?
Escuchar a los artistas del cartel antes de ir. Siempre puedes descubrir a tu próximo grupo favorito.
¿Y algo que nunca debes hacer?
Ir de mal humor o pensando que todo va a ser perfecto como si fueras a ver un concierto en un teatro. En un festival hay que estar abierto a tolerar la diversión de los demás, que a veces puede no coincidir con la nuestra.
¿Un concierto del FIB inolvidable?
Los que más recuerdo por la impresión que me dejaron son dos que cuento en el libro, y fueron en años consecutivos: el de Björk (con la participación de Raimundo Amador) en 1998, y el de Jon Spencer Blues Explosion en 1999. El de Björk por la delicadeza, el de Jon Spencer por el salvajismo.