El nacimiento de esta obra de teatro tiene el toque suficiente de fatum y carácter que Safo merece. Todo empezó cuando a Christina Rosenvinge le robaron el móvil en Tirso de Molina. En él estaba, sin copia de seguridad, todas las musas de su siguiente disco. Tras un par de días de desesperación, llegó la clarividencia resignada: “Será que el universo tenía otro plan”, explica la cantante. Y así fue, la prueba de que su oráculo íntimo tenía razón no tardó en llegar: “Montemos la obra definitiva sobre Safo”, propusieron al otro lado de su nuevo teléfono pocos días después.
“Digo que sí entusiasmada, después de estudiar mucho su figura, y propongo a María Folguera como dramaturga y a Marta Pazos como directora para crear una recreación libre de Safo. Porque Safo es un enigma. Se sabe muy poco sobre ella. Gran parte de su trabajo ha desaparecido y esto da lugar a un campo muy grande para la imaginación”, explica Rosenvinge a la salida de su actuación en los madrileños Teatros del Canal (hasta el 9 de octubre). Un elenco cien por cien femenino a los mandos y en el escenario (mención especial para la bailarina Lucía Bocanegra) que estrenó en Mérida y seguirá de gira las próximas semanas por varias ciudades españolas.
Así que manos a la obra, nunca mejor dicho. Contactaron con su traductora y reciente Premio Nacional de poesía, Aurora Luque (seguramente la persona en España que más íntimamente la conoce y cuya voz recitando en griego aparece en escena) y empezaron a desbrozar. ¿Qué es suyo, de Safo, y qué de reinterpretaciones interesadas, suspicacias y envidias a lo largo de ocho siglos? ¿Por qué sus versos conectan como flechas con nuestro anhelo moderno? ¿Cómo contar a una figura de la que no se sabe casi nada y todos creemos saber todo?
Y se encontraron mucho ruido. Demasiado. Vieron que su icono se había comido a la poeta. Su ‘merchandising’, la esencia. Todos tenemos una idea ancha, inconcreta, de quién fue… pero su imagen está hecha de humos. Así que lo primero fue dejar claro qué de lo que se cuenta de ella es directamente falso. E incluirlo. Como la escena de Ovidio, por ejemplo, quien quiso recuperarla para los romanos escribiendo un final que nunca sucedió: para el autor de ‘La metamorfosis’, y para los lectores de casi tres siglos después, Safo se suicidó por amor a un hombre tirándose al mar desde lo alto.
Y no. Safo murió de vieja, en su cama, tras una vida larga llena de mujeres y musas, deseo y rosas, versos y uvas. “Lo que se ha ido diciendo de ella en las diferentes épocas dice más de esas épocas que de ella”, explica Christina. “Esa idea de Ovidio está totalmente desactivada ya por los académicos, era ficción pura”, añade Luque.
Tampoco ayudaron sus versos. O más bien la cantidad de ellos que se conservan. Han llegado a la actualidad unos pocos centenares (se estima que escribió más de 10.000), muchos en fragmentos encontrados en un vertedero egipcio. Parece que a los cristianos posteriores, como a Ovidio, no les gustó mucho aquella mujer fuera de la norma que exaltaba los sentidos y el placer. “Sus fragmentos están muy vivos, tienen la suficiente fuerza para invocar a lo que falta, con lo cual es muy sugerente. Transmiten un modo concreto de ver el amor y el deseo”, explica María Folguera, la creadora del texto, a lo largo del cual se nombran todos ellos. “Para Safo estar viva es estar en búsqueda”, insiste, “y esta obra es búsqueda”.
“Hemos recibido críticas muy apasionadas que lo que nos dicen en realidad es que vamos por el buen camino”, explica Marta Pazos, directora y creadora de la escenografía, que ha ‘envuelto’ el teatro como una escultura, como están haciendo otros grandes artistas contemporáneos con iconos modernos como los Campos Elíseos. “La puesta en escena se basa en trabajar sobre lo oculto, en una persona velada que se revela en el presente. Desde el mármol al velo y al papiro (…). La idea es conectar con el erotismo y el festejo, con lo carnal. Como si las cariátides cobraran vida en las musas y empezasen a danzar”, añade. “Me gustaría que el público saliera con calor del teatro y se fuesen a casa a hacer el amor”.
El espectáculo parte de la certeza de que la poesía de Safo estaba "construida para ser canción", explica Rosenvinge, autora de los temas, que saldrán próximamente en un disco. Fondo y forma son un todo. “Ahora la leemos, pero ella realmente fue poeta lírica: son canciones lo que hacía, que tocaba con una lira en tono mixolidio para grandes audiencias, seguramente en bodas”.
“Hay que jugar con los fragmentos, jugar con lo que hay, pero su poesía está escrita en primera persona y es profundamente emocional, con lo cual tiene un vínculo importante con la música pop moderna… Los fragmentos de Safo podrían estar en cualquier festival veraniego. He intentado indagar en todo esto y recrear en acordes de canción popular sus versos”, dice.
“A mí el verso que más me gusta es el de ‘deseo y después busco’. Esta es la clave de por qué está tan presente en la época contemporánea. Antes del amor viene el deseo de amar, y esto antes incluso que el objeto amoroso. Todo nace de un impulso, y lo mismo pasa con la literatura. No escribes porque quieres contar una historia, sino que quieres escribir y entonces buscas sobre qué. Para mí esto es una afirmación vital maravillosa. Y nos deja la esencia absoluta de lo que significa Safo: la plenitud de la vida, jugar con los elementos, incluso con el desamor y el dolor, algo profundamente lúdico y conectado con la música pop. Ella es la primera cantautora de la historia”, continúa Rosenvinge.
Otro de sus versos más conocidos dice además ‘te aseguro que alguien se acordará de nosotras’, un anhelo muy de los artistas de la antigüedad, preocupados por el legado y la gloria. “Nosotras con esta obra le damos la razón: todavía nos acordamos de ella, queremos descubrir más, que haya nuevos hallazgos, y reencontrarnos con ella aunque sea en forma de fantasma teatral”, cierra Folguera.