Javier Andreu (59) está encantado. Físicamente, se le ve en forma. Luce tupida cabellera y gafas de rock. Excepto por unas pocas canas, que dan a su pelo un atractivo tono ceniza, en nada se diferencia del líder de La Frontera a quien conocimos a mediados de los ochenta. “Es porque voy al gimnasio”, aduce. Hace seis meses consiguió abandonar el tabaco. “¿Mi método? Cerveza y Lexatin, uno al día”, dice. “Después dejé el Lexatin, y sigo con la cerveza”. Rubrica casi cada frase con una franca carcajada. Pero si hay algo que por encima de todo explica su radiante bonhomía es la gira que 2022 le ha traído una nueva edad dorada musical. En esta entrevista para uppers nos habla de su exigente gira, su separación y el duelo posterior, su hija Muriel (también música), cómo ahora los grupos rockeros de los 80 son más amigos y tienen "menos piques" y cómo el indie les hizo "mucho daño" en los noventa.
“Lo de este año no ha sido normal”, se sorprende. “Desde finales de los ochenta y principios de los noventa no actuábamos tanto. Estoy viviendo una segunda juventud, la verdad. Y estoy disfrutando más de lo que me esperaba y más que cuando empecé. En los ochenta estábamos todos muy locos y no valorábamos lo que teníamos. Pensábamos que nos venía dado porque éramos unos maestros o algo así. Ahora doy gracias. Cuando veo a la gente cantando mis canciones, me pongo llorón”.
Junto con otras bandas de su generación (La Guardia, Danza Invisible, The Refrescos, Tennessee, Los Rebeldes, Burning), La Frontera —con Javier Andreu y el bajista Tony Marmota como miembros fundadores aún en la brecha— está siendo objeto de un renovado interés por público de todas las edades, que se traduce en una agenda de conciertos tan apretada como en sus mejores tiempos. Algunas actuaciones forman parte de la gira Rock & Roll Star, que comparte con Javier Ojeda (Danza Invisible) y La Guardia.
Ha llegado a actuar siete días de una misma semana, de lunes a domingo. Fue cuando vio el calendario que tenía por delante cuando decidió dejar de fumar, lo que posibilita que esté cantando “mejor que nunca”. Y aunque reconoce que tanto ajetreo es “muy cansado, porque el tiempo no perdona”, se lo toma con madura filosofía: diez días antes de su próximo concierto en Ibiza viajará a la isla para relajarse con su pareja.
Eso no significa, ni mucho menos, que haya abandonado el estilo de vida de los músicos de rock en carretera, aunque con matices. “Después de los conciertos, cogemos toda la bebida del camerino y hacemos fiesta en el hotel. Con quien se quiera venir”. Si hay algo que ha cambiado con respecto a las giras del pasado —además de Google Maps, “una maravilla; antes íbamos preguntando a todo el mundo”, y unos mejores equipos de sonido— es la camaradería que reina en el gremio.
“Ahora las bandas estamos más unidas”, dice. “Antes había más pique entre nosotros. Como teníamos esas ganas de comernos el mundo, había más envidia, supongo. Ahora somos como una hermandad del rock de los ochenta y noventa, y nos llevamos todos muy bien. Nos alegramos mucho de vernos, porque quieras o no, somos supervivientes. Nos vemos bien, vivos y en forma, y eso nos hermana mucho más”.
Atribuye la creciente demanda por los grupos de los ochenta a una especie de efecto rebote. “Creo que la gente se ha cansado de las músicas que están poniendo en las grandes cadenas de radio”, explica. “Demasiada música latina, demasiado reguetón. Y la gente no es gilipollas. Se ha dado cuenta de que eso no puede ser, y quiere recuperar lo que siempre se ha hecho en este país, que son buenas canciones y buenas letras en castellano. Porque no estamos en Venezuela ni en Costa Rica. Estamos en España”.
Veteranos seguidores de La Frontera llenan los recintos donde tocan, aunque Andreu también ha percibido la presencia de público más joven. “Hay gente de trece o catorce años que se pone al lado de la valla de delante y se pregunta: ‘¿Y estos, con la caña que tienen, quiénes son?’ Últimamente estamos haciendo conciertos bastante punks, tocamos las canciones más rápidas, todas seguidas, tipo los Ramones. Estos niños alucinan, y les gusta. No están acostumbrados a escuchar rock en castellano”.
Javier Andreu nació en Madrid, en la calle Ferrocarril, en el barrio de Delicias. En los setenta, unos locales de ensayo de la zona acogían a incipientes músicos de rock urbano: Ñu, Leño, Cucharada… En otras palabras, abundaban los melenudos. “A mí no me dejaban salir”, recuerda. “Decían mis padres que había muy mala gente por ese barrio. En esa época te podían atracar”.
Sus padres tenían una casa en Cercedilla y fue allí, en casa de un amigo, donde descubrió el rock. “Atesoraba una colección de discos espectacular. Tenía de todo. Iba a su casa a escuchar música y nos tirábamos toda la tarde. Ahí descubrí una canción de REM, ‘(Don’t go back to) Rockville’, maravillosa, ahí conocí a David Bowie, a la Velvet, todo el punk…”. Mientras, Javier empezaba a tocar la guitarra, el bajo, a cantar y a formar sus primeros grupos, como Los Neuróticos y La Visión.
Con ambos se presentó al entonces prestigioso certamen de rock Villa Madrid, sin mucha suerte. En el bar de la Facultad de Ciencias de la Información, donde estudiaba Publicidad, gestó La Frontera con Tony Marmota. Volvieron a presentarse al “Villa”. Creado en 1978, triunfar en el concurso era garantía de éxito. Paracelso con el Gran Wyoming, Obús o Derribos Arias se habían dado a conocer en él (Kaka de Luxe fueron finalistas en la primera edición). En 1984 ganó La Frontera: a la tercera fue la vencida.
Un año después ya tenían su primer disco en las tiendas, 'La Frontera', y fechas cerradas en toda España. “En cuanto vi que se ganaba dinero con esto dejé los libros”, admite Andreu. “Era lo que quería hacer desde que tenía siete u ocho años. Lo tenía clarísimo”.
Durante el resto de aquella agitada década y principios de la siguiente, La Frontera entregó una ristra de estupendos discos que contenían canciones convertidas hoy en himnos. Así, el álbum 'Si el whisky no te arruina… las mujeres lo harán' (1986) incluía ‘Judas el miserable’; 'Tren de medianoche' (1987) albergaba el single de igual título, ‘Siete calaveras’ y la preciosa balada ‘Aunque el tiempo nos separe’; 'Rosa de los vientos' (1989), el clásico ‘El límite’ y ‘Juan Antonio Cortés’… Hasta 1996 su regularidad fue impecable. Pero algo cambió en los años sucesivos.
“El indie nos hizo mucho daño”, se lamenta. “A mediados de los noventa se empezó a valorar más a los grupos que cantaban en inglés que a los que veníamos trabajando desde hacía años. No pasa nada, no se la tengo jurada, son cosas que pasan. Pero se notó mucho el bajón. Afortunadamente, el tiempo nos ha puesto en nuestro lugar”.
Precisamente la reivindicación de la música en nuestro idioma ha sido siempre bandera de Andreu. “Escribir en castellano es difícil”, dice. “Hacerlo en inglés está chupado. Son monosílabos. Puedes decir lo que quieras, que queda bien. Yo escuchaba a Serrat cuando era pequeño. Los grupos de los sesenta: Los Brincos, Los Bravos… Todo eso te influye. Hasta Luis Aguilé. Lo que ocurre es que aquí no somos nada chauvinistas. Si es en inglés, mola, si es en castellano, no. ¡Qué nos pasa! Nos tenemos que querer más, y valorar más lo nuestro. Somos autodestructivos”.
Los primeros años 2000 fueron duros para Andreu. “Fue horrible, porque me separé, me puse a pintar cuadros y a componer. Hice el disco ‘Tu revolución’ (2003); hice ‘Rivas Creek’ (2011), uno de mis trabajos más queridos, que mucha gente no conoce”. No tuvo necesidad de buscarse otra ocupación, “porque entre que vendimos la casa y un poco de derechos de autor…, siempre he ido tirando”, dice.
Su hija Muriel tiene ya 25 años. Desde pequeña la aficionó a la buena música y parece que el esfuerzo ha dado resultado. “Le gusta el rock, los Ramones… Empecé a aleccionarla con los Beatles, como empecé yo. Después le puse a Bob Dylan y, más tarde, la música punk, que fue lo que más le gustó. Toca la batería. Mi batería, Vicente Perelló, le da clases. Que yo le pago, como buen padre”.
Actualmente, un día normal en la vida de Javier Andreu empieza con ejercicio. “Me da un poco de vergüenza decirlo —admite—, pero me levanto y lo primero que hago es ir al gimnasio. No queda nada rockero, pero es la verdad. Me tiro dos o tres horas, pero porque tiene un Spa de puta madre. En el Spa me tiro hora y pico, y haciendo deporte, menos de una hora. Lo justo. Veinte o treinta minutos de bici, un poco de aparatos… Antes iba a pilates, pero de nivel bajo”.
A última hora de la mañana hace la compra y se enfrasca en la cocina. “Todos los músicos cocinamos, pienso yo, porque tenemos tiempo libre. Cocino un poco de todo, y todo se puede comer. Hago cocidos de vez en cuando, alguna paella…”, cuenta. Por las tardes coge la guitarra, compone y lee. “Salir por la noche ya no lo hago. Ya tengo bastante con lo mío, q ue es como salir a lo bestia, como si salieras cada noche hasta las seis de la mañana. De hecho, los músicos de mi generación no suelen salir por la noche tampoco. Nos hemos bebido todo Malasaña”.
Este otoño tendría que haber visto la luz ‘El hombre que salía demasiado’, un disco en solitario. Pero el atasco en las plantas de fabricación de vinilos lo ha retrasado. “Son diez canciones que definen realmente los palos que yo toco: el rock and roll, la balada en plan Velvet Underground, algo de Johnny Cash… Es preciosista, pienso que tiene buenas letras…”. Incluye colaboraciones de Coque Malla y Manuel España. “Creo que a la gente le va a gustar mucho”, confía.
Con ese disco en el mercado deberá enfrentarse a una nueva forma de consumir música, que choca frontalmente con los hábitos de los viejos aficionados. “Es el arma de doble filo que tiene la tecnología”, afirma. “Por una parte, es buena porque puedes grabar en el móvil cualquier idea que tengas para una canción, pero por otra es horrible que tengas tanta información, porque, como oyente, pasas de una canción a otra en un suspiro. Escuchas dos compases, decides que no te gusta y pasas a otra. Eso antes no se podía hacer. Debías levantarte y levantar la aguja del disco. Te tragabas todas las canciones, que es como debe ser. Y la gente compraba discos; ahora la música es gratis. Está volviendo el vinilo, pero para unos cuantos señores mayores como nosotros”.
Nunca ha sopesado la retirada, y menos ahora, que atraviesa tan excepcional momento. “No pienso en jubilarme. No. Los cantantes no nos retiramos nunca. Moriré con las botas puestas en un escenario o en la carretera”.