Un Pingüino en mi Ascensor, 35 años de humor irreverente: “Si tuviera el éxito de Alejandro Sanz, te aseguro que estaba en la cárcel”

  • Al tiempo que celebra el aniversario de su primer disco, de 1987, José Luis Moro tiene a punto un nuevo trabajo: “Hace sol y es viernes”

  • Así explica el auge de sus conciertos: "Muchos me dicen: ‘Me recuerdas a la mejor época de mi vida’. Evocan cuando empezaron a salir con catorce o quince años y quieren recuperar eso"

  • "Hoy en día hay un grave problema para el humor —dice—, que es la tiranía de las redes sociales. La cantidad de gente que se indigna por gilipolleces"

El mundo de la música es maravilloso. ¿Quién en su sano juicio habría vaticinado que Un Pingüino en mi Ascensor, que básicamente era un tipo solo tocando un órgano electrónico que sonaba como el de la cabra y la trompeta, cantando sobre su vecina de enfrente, el Sendero Luminoso o Juan Valdés, el sufrido recolector de Saimaza, llegaría a cumplir 35 años en activo? Pues el improbable augurio se ha cumplido. No solo nunca ha dejado de funcionar, sino que sus conciertos —treinta y tantos al año, cifra nada desdeñable— atraen cada vez a más gente y este diciembre publicará nuevo disco.

La travesía del desierto

Por supuesto que José Luis Moro (57) atravesó lo que denomina “la travesía en el desierto de los noventa”. En esa funesta década —después del subidón de los ochenta, tenía que venir el inevitable bajón—, cuando el indie empezó a acapararlo todo, tocaba para medio centenar de personas en pequeños municipios. “Recuerdo haber actuado una noche en una sala de Alcalá de Henares (Madrid), justo antes de David Summers, en la época en que Hombres G se habían separado, y había muy poquita gente para vernos. No venía ni mi familia”, dice en su despacho de la agencia de publicidad Pingüino y Torreblanca, de la que es socio fundador.

Pero fue terminar los aciagos noventa y notar que algo empezaba a cambiar. En 2001 le invitaron a tocar en la discoteca Élite (antigua Macumba, en la Estación de Chamartín) e, inopinadamente, el enorme recinto se llenó. “No sé si es que en los noventa la gente de nuestra época estaba ocupada teniendo hijos y no podía salir, y un poco más adelante se ha visto viviendo una segunda juventud”, cavila. “Muchos me dicen: ‘Joder, es que me recuerdas a la mejor época de mi vida’. Evocan cuando empezaron a salir con catorce o quince años y la música que asocian a aquellos días, y quieren recuperar eso", explica. A sus conciertos actuales no solo acuden los de su generación, sino también sus hijos y jóvenes que acaban de descubrirlos.

Sostiene que el inicio de esa segunda edad dorada coincidió con la eclosión de las redes sociales, en concreto Facebook. “Tú pensabas que eras el único fan de Un Pingüino en mi Ascensor, que debías ser el único colgado al que le gustaban esos tíos, y de repente te encuentras que no, que hay más gente, y eso ha hecho piña y ha ayudado bastante a que esto se convierta en algo más grande”, señala.

Un jovencito autosuficiente

Moro sitúa el inicio de su actividad musical en 1985. Por entonces tenía veinte años, estudiaba Derecho y, acompañado de su inseparable teclado, se dedicaba a cambiar las letras de las canciones, incluso las de misa. Su primer concierto lo organizó en el cuarto de estar de la casa de sus padres. “Fue la primera vez que presenté las canciones que había estado haciendo —recuerda—, porque intenté intenté montar un grupo con amigos y no me siguieron. Y pensé: ‘Pues lo hago yo solo’. Afortunadamente había empezado a existir una tecnología primitiva que permitía hacer las cosas sin ayuda de nadie”.

En 1987, la discográfica independiente DRO lanzó su primera grabación, un minielepé de seis canciones titulado 'Un Pingüino en mi Ascensor' (y atribuido, por un error de imprenta, a Yang & Ginés, quienes en realidad eran los ilustradores que habían estampado su firma en el piano de la portada). Un locutor de Radio 3 dijo en su día que si bien no había sido el disco más vendedor de aquel año, probablemente sí fue el más rentable: se registró íntegramente con un teclado Yamaha PSR-60, usando solo dos de sus 16 ritmos pregrabados y solo uno de sus 16 sonidos (el llamado “jazz organ”). Prácticamente no había que saber tocar para hacerlo sonar. Era como hacer música punk, pero con un aparato electrónico.

"Yo quiero ser ese"

Aquel minielepé, hoy altamente cotizado en las webs de coleccionismo, conectó poderosamente con una generación de chavales seducidos por sus letras de fantasías adolescentes (“Espiando a mi vecina”, “Juegas con mi corazón”, “Quiero ser un teenager”), la loca historia de “El Sendero Luminoso (me persigue sin reposo)”, el surrealismo de “Recogiendo el algodón” y, sí, también, ese lado oculto de Juan Valdés, el cosechero que en realidad odiaba el café y prefería la manzanilla Hornimans (“Mi café”). 

“Para mí fue maravilloso —dice—, porque yo arrancaba como tantos otros que se dedicaron a la música, como un fan que va a conciertos, ve a los que están subidos en el escenario y piensa: ‘Yo quiero ser ese’. Mis grupos favoritos de la época eran Los Nikis, Los Pegamoides, Siniestro Total, Aviador Dro… Y como yo ya hacía canciones, el poder vivir todo eso fue como, ¡joder! Pensaba: ‘No creo que lo consiga’, pero el llegar a sacar un disco en DRO, que era la compañía cuyos discos compraba, para mí fue algo muy especial”.

"Se me fue un poco la pinza"

A ese primer disco siguió el LP “El balneario” (1988), que incluía el megaconocido “Atrapados en el ascensor”. Lo produjo Mario Gil, exteclista de Paraíso y La Mode, quien a renglón seguido entró a formar parte de Un Pingüino, desde entonces configurado como dúo (hasta nuestros días). El tercer trabajo, “Disfrutar con las desgracias ajenas” (1989), los mantuvo en lo alto, aunque, en fin…, los implacables noventa acechaban a la vuelta de la esquina.

“Decidí acabar la carrera de Derecho, porque me quedaba un año y no sabía si me podría dedicar a la música. La terminé en 1988, que es cuando sale el segundo disco. Fue un año y medio o así de mucha actuación, pero luego me tuve que ir a la mili y ya vino un poco el el pequeño declive del cuarto disco, con lo cual no me dio tiempo a volverme demasiado loco. No viví el éxito muy alocadamente. Fue muy divertido, pero no me metí en las drogas ni nada de eso. Por suerte, Mario también es un sano de la vida”.

“El único problema que creo que tuve —prosigue— fue que, como todo el peso de la composición y de las decisiones recaía en mí, llegó un momento en el que me despisté un poco. Siempre digo que me habría gustado que en la compañía alguien me hubiese dicho: ‘A ver, chaval, ¿tú qué crees que es lo que le gusta a la gente?’. Ahora, como publicitario, se lo pregunto mucho a las marcas. Empecé a hacer temas más serios, y el cuarto disco no parece un disco de Un Pingüino en mi Ascensor. Honestamente, es un disco más raro, más serio musicalmente. Me fui a un mundo más acústico, y ahí se me fue un poco la pinza”.

Malos tiempos para la lírica (humorística)

Es posible que si José Luis Moro hubiese nacido treinta años más tarde y hubiese querido hacer las mismas letras, no le hubiesen dejado. A ese gran atributo humano que es la capacidad de reírse y hacer reír le han surgido unos infatigables contrincantes: los ofendiditos. “Hoy en día hay un grave problema para el humor —dice—, que es la tiranía de las redes sociales. La cantidad de gente que se indigna por gilipolleces. Es un problema gordo que va más allá de la música. En publicidad lo vivimos mucho. Dices cualquier cosa que cruza una línea y surge un tío que ha decidido erigirse en adalid y proteger a gente que no necesita que la protejan”.

“Es verdad que en los ochenta —añade— nos pasábamos porque había una especie de pacto tácito entre todos los que estábamos ahí de: ‘Bueno, vamos a reírnos de todo, no pasa nada, esto es una coña, nadie se va a tomar en serio esto…’. Desde los primeros Gabinete Caligari, que salían vestidos de nazis de escenario, hasta canciones de Los Ronaldos o Loquillo, es evidente que nada de eso es serio. Mucha gente me dice: ‘Joder, sigues diciendo unas burradas increíbles y no pasa nada’. Claro, no pasa nada porque soy muy minoritario, si tuviera el éxito de Alejandro Sanz, te aseguro que estaba en la cárcel”.

Y continúa: “He pensado en cambiar algunas letras, porque no quiero que nadie las malinterprete. Pero al final casi prefiero dejarlo estar. Debemos dejar de interpretar la literalidad de las canciones. Muchas de las que he escrito, camufladas en canción de amor, en realidad están contando una neura mía que nada tiene que ver con el amor. La literalidad es tóxica”.

Creativo publicitario de éxito

Curiosamente, el mundo de la publicidad, que siempre lo atrajo —no hay más que citar de nuevo a Juan Valdés en “Mi café”, o el guiño a “el algodón no engaña” en “Recogiendo el algodón”—, acabó convirtiéndose en su carrera profesional. En 1992 entró a trabajar en la agencia Contrapunto (“no quería ser abogado”), y más tarde pasó dieciocho años en Remo, donde llegó a ser director creativo y firmó campañas de bastante resonancia como la que rodó en Finlandia con Georgie Dann para una marca de coches. En 2014 creó su propia compañía junto a su compañero Pablo Torreblanca.

“La música es para mí un hobby maravilloso que me lleva mucho tiempo, que me divierte mucho, y al que nunca pensé que a esta edad podría seguir dedicándome”, confiesa. Lo que gana con los conciertos lo considera una especie de "bonus anual” de empresa. “No podría vivir de ello, aunque es verdad que por decisión propia. Rechazamos muchos conciertos porque si bien me apetece tocar de vez en cuando, hay fines de semana que me apetece descansar”.

Un hobby que en determinada etapa de su vida fue terapéutico. “Antes de montar la agencia viví unos tiempos un poco turbulentos y me vino muy bien como terapia tener esa vía de escape: llega el fin de semana, me convierto en mi otra personalidad y se me olvida todo. Ahora mismo, que tengo una vida profesional bastante satisfactoria, es simplemente una ocupación más que me divierte muchísimo. Me sigue haciendo mucha ilusión cantar esas canciones que escribía con 18 años y que a la gente le sigan divirtiendo”.

Claro que actualmente en su repertorio confluyen aquellas canciones de los ochenta y el repertorio nuevo al que empezó a dar forma al inicio de la pandemia de covid. Comenzó emitiendo por Internet conciertos en su casa los sábados y continuó subiendo vídeos con nuevos temas. “En el confinamiento me puse a componer con muchísima más furia”, asegura. “No he parado nunca de componer, pero lo hacía a un ritmo lamentable. Los últimos años estaba componiendo una canción al año, lo que da un poco de vergüenza. Y a partir de marzo de 2020, cuando empieza el confinamiento, he compuesto un montón de canciones, hasta el punto de tener ahora las suficientes como para hacer un disco nuevo”.

Humor durante el confinamiento

Ese disco nuevo se titulará “Hace sol y es viernes”, se publicará en diciembre en vinilo de color amarillo y lo presentará en directo el 22 de ese mes en Lula Club (Madrid), en un concierto que servirá también de colofón al 35 aniversario de su primer lanzamiento. La canción que da título al álbum es la que mejor refleja aquella vuelta a la composición. “Habla de ese momento en que parecía que se aproximaba al apocalipsis, pero llegaba el viernes, hacía sol y decías: ‘Yo salgo a pasarlo bien”. Ha envuelto las nuevas letras (que define como “pequeñas pequeñas tonterías siempre con un punto de humor o de ironía o de provocación”) en pildorazos de menos de tres minutos (“una obsesión para mí”). “Trato de huir del humor coyuntural, pero sí que hubo dos o tres momentos, como el asalto al Capitolio, que me han inspirado. Me parecía tan pintoresco ver a la gente disfrazada…”, dice.

Aunque tímido en el trato, a José Luis Moro Valentín-Gamazo se le ve jovial y físicamente en forma. Cuenta que a raíz de unos problemas de estómago se hizo unas pruebas que revelaron que tenía “intolerancia a todo”. Así que durante unos meses redujo al máximo su dieta. “Hasta que me harté y volví a comer normal, pero a partir de ahí ya no me gusta engordar”, explica. Intenta estar al día de los nuevos grupos que surgen en España. “Ahora mismo detecto un movimiento que me flipa, muy a raíz de Carolina Durante, de grupos que hacen esta especie de punk rock, como Las Ginebras, Tronco… Esta noche tengo entradas para ver a Jordana B”, dice.

A sus tres hijos ha tratado de no inculcarles la música. Aun así, el mayor, de 25 años, suele asistir con su pandilla a los conciertos del Pingüino. Pero, en general, música y familia son para él mundos aparte. “Al menor, que ahora tiene 15, cuando era pequeño le dio por un grupo de Zaragoza que se llama Los Gandules, unos cachondos que todo lo que hacen son versiones con letras cambiadas; son geniales. En un viaje en coche estábamos escuchando uno de sus discos, y mi mujer dijo una frase que le salió el alma: ‘Para oír esta mierda, oímos las canciones de tu padre’. Pensé: ‘Me has puesto en mi sitio pero en un segundo, vaya”.