"Es virtualmente imposible que, después de varios tangos, dos cuerpos no empiecen a conocerse. En esa sabiduría, en ese desarrollo del contacto se diferencia el tango de otros pasos de baile que mantienen a los bailarines alejados entre sí o solo les permiten roces fugaces que no hacen historia". Estas palabras, extraídas de la novela 'La borra del café' (1992), del uruguayo Mario Benedetti, encuentran su mejor expresión cuando María Antonieta Tuozzo y Ezequiel Herrera Petrakis se miran de frente, cierran el abrazo y arriman sus rostros dejando que sus torsos guarden la distancia oportuna mientras sus pies se disponen a ejecutar una asombrosa sucesión de giros.
Alcanzar la coordinación exquisita y la compenetración de María Antonieta y Ezequiel requiere años. Una vida, como la suya, entregada al tango. Tal vez tengan mucho que ver sus raíces argentinas para que la sangre bulla de ese modo, pero a la excelencia hay que golpearle la puerta todos los días. Ella es hija de Leonor Benedetto, una de las actrices más carismáticas que ha tenido la televisión y el teatro en Argentina. Los dos nacieron en Buenos Aires y los dos recalaron en Madrid con un equipaje lleno de talento, compás y una fuerza interpretativa capaz de conmover incluso al público más desconocedor de esta disciplina artística.
La primera en llegar fue María Antonieta. Actuaba en Madrid y, de repente, necesitó un bailarín con dotes actorales. Viajó a Buenos Aires y allí conoció a Ezequiel. No solo le convenció para venir, sino que le entusiasmó tanto la idea de difundir su tango que decidió quedarse. Ambos forman una de las parejas artísticas más consolidades del tango.
Borges le dio una dimensión poética
Su trayectoria confirma que el tango tiene ese no sé qué que despierta la necesidad de expandirlo, de compartir ese goce. Jorge Luis Borges descubrió que es un símbolo de felicidad y le dio una dimensión poética. Él detestaba el género excesivamente melancólico, impregnado de sufrimiento. Carlos Gardel le dio al tango canción. Con él, cruzó el charco y consiguió que la gente sintiese que esa historia que se contaba eran sus propias vivencias. El tango ha unido a mucha gente, igual que unió a María Antonieta y a Ezequiel en 2001.
En 2009, la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad, lo que compromete a los tangueros a salvaguardar este bien galardonado. Es un compromiso que esta pareja instalada en Madrid cumple a rajatabla como bailarines y como maestros tangueros en su escuela Clases de tango en Madrid. Les da igual una milonga, el aula, la pista de baile o cualquiera de los escenarios internacionales en los que han exhibido su arte. "Hemos formado parte de diferentes compañías, como Mi Tango Loco, Estación Tango o Tango Real. Lo bonito es que, después de varias décadas, mantenemos intacto nuestro entusiasmo por bailar, enseñar y abrazar nuevos retos".
Ezequiel y María Antonieta tienen la respuesta ágil: "Esta danza es un abrazo en el que se encuentran dos cuerpos, dos seres, dos voluntades, un juego de dos personas que comparten un espacio. Ese abrazo puede continuar o quedarse allí. Todo lo que en ese abrazo ocurre es mágico".
Tanta pasión le ponen que es fácil descubrir por qué el tango ha revivido y por qué se disfruta con idéntica fuerza en lugares tan insospechados como Japón, Finlandia, Alemania. En España, cada vez más parejas mayores de 50 se apuntan a esta disciplina. "Siempre ha estado vivo -explican-, pero es verdad que ahora hay un interés grande en buena parte del mundo. No solo engancha en países con mayor conexión con Argentina, como pueden ser España o Italia, también en el norte de Europa, Asia o cualquier otro continente. Son culturas muy diferentes a las latinas, pero el tango pega igual de profundo. Ahí te das cuenta de nuestra mala costumbre de crear estereotipos para definirnos. Además, no olvidemos que una parte de los argentinos desciende de los barcos que llegaron de Italia, España, Polonia, Francia y otras partes de América. El tango es la expresión de todos ellos".
Uno puede aprender el paso y los giros rapidísimos con los pies, pero sospechamos que no se ha inventado la técnica para echarle la pasión que transmite el tango. Sin embargo, Ezequiel y María Antonieta rebaten esta idea y aseguran que, hasta el más desmoralizado puede bailar y salir airoso. "La única base para empezar es la permeabilidad. Uno tiene que permitirse sentir y qué le pasen cosas mientras baila. Generalmente, es la primera barrera que hay que romper cuando alguien decide aprender a bailar tango".
Otra cosa es la excelencia. "Es una búsqueda que no cesa -confirman casi al unísono-. Siempre queda algo por investigar, por descubrir y hay grandes maestros a quien seguir. El tango tiene dos lenguajes. Uno es el escénico, más pasional. Visualmente te llega al alma y lo vives con intimismo. El brazo es más abierto para ejecutar las figuras. Los bailarines saben que es un tango para ser admirado y el resultado es hermoso y muy brillante".
Otra cosa, nos dicen, es el tango de la pista. Este es un baile social en el que no hay más protagonista que uno mismo con su pareja. Es el baile de las milongas, esos espacios cerrados -salones o pistas de mayor o menor tamaño- en los que se baila normalmente de noche. En Buenos Aires es habitual que, al llegar la primavera y el verano, se trasladen a las plazas y las gentes bailen tango al aire libre. Las parejas se mueven dejándose llevar por la música, desplazándose por la pista y marcando el paso. "Hay mucha improvisación y sentimiento. En las milongas se ve la maravilla del tango como expresión popular". Para revivir ese espíritu tan bonaerense, Ezequiel y María organizan una práctica de laboratorio el tercer domingo de cada mes.
En ella, siempre hay parejas que destilan, de forma muy natural, garbo y pericia. Otras lo consiguen a base de ensayo, incluso cuando se creían incapaces de moverse sin pisar a su pareja. "Hasta la gente con dos piernas izquierdas aprende a bailar tango. Solo hace falta la alegría y la ilusión por bailar. Como primera lección, el bailarín tiene que saber que tienes dos piernas y un abrazo, y que enfrente tiene otras dos piernas y otro abrazo. A partir de ahí, tendrá que buscar la coordinación. Al principio se marca una distancia, pero el verdadero abrazo acaba cerrado. Es el que se baila en todas las milongas. El truco es abrazarlo como si fuese un amigo. Una vez que sabes esto, estarás preparado para iniciar la técnica".
Ezequiel y María Antonieta acompañan su baile con una vestimenta estilosa y muy elegante. La elegancia en el vestir no es una obligación, pero se agradece. "Tradicionalmente, ha sido así -justifican-. Hombres y mujeres vestían con sus mejores galas para ir a la milonga. Abundaban los colores negros, rojos y dorados, además de los brillos. Ponerse guapo era parte del ritual. Como el tango gusta igual a cualquier generación, ahora los jóvenes lo bailan también con deportivas y vaqueros sin que se pierda la esencia de esta danza".
Es solo un ejemplo de cómo el género ha ido perdiendo la rigidez de antaño y gana matices que hacen sentir que el tango sigue vivo y en continua adaptación a la sociedad. "Desde esta flexibilidad, hombres y mujeres se intercambian los papeles y bailan desde diferentes roles. Es una opción que hace el baile aún más rico". Como arte vivo, admite también elementos de otros géneros y disciplinas, sin olvidar nunca sus raíces. "La fusión es fantástica porque son expresiones de varias culturas que de repente encuentran muchas cosas en común. Es parte de la evolución cultural y signo de que el tango palpita".