La fecha del 21 de abril de 1981 es tan importante para los fans españoles de Bruce Springsteen como el 25 de diciembre para los cristianos. Una que esas que marcan un antes y un después. El concierto con el que el 'Boss' se presentó por primera vez en nuestro país, en el Palau d’Esports de Montjuic (Barcelona), posee la resonancia mítica de los grandes relatos que se cuentan de padres a hijos, aunque en realidad no tantos pueden decir aquello de "yo estuve allí". Como testimonio gráfico de aquella vibrante misa pagana de rock'n'roll quedan las instantáneas de Francesc Fàbregas, fotógrafo oficial de la cita, reunidas hasta el 14 de mayo en una nueva exposición en el Jardín de Palau Robert de la ciudad condal.
Springsteen llegó a España en aquella primavera del 81 en su mejor momento, embarcado en la gira de 'The River', el disco publicado el año anterior, y con la E Street Band en plenitud de facultades. A sus 31 años, todavía no era el ídolo masas en el que se convertiría con el posterior 'Born in the USA', pero entre los melómanos era el tipo que había que ver en directo. Rock arrollador con ribetes soul y country, litros de sudor derramados sobre las tablas, pasión inflamada, intensidad brutal y diversión sin un ápice de postureo.
El de New Jersey llegaba a un país que aún se estaba acostumbrando a su todavía recientemente ganada libertad, y que solo unas semanas antes había esquivado el golpe de estado del 23-F. Había ganas de rockear, y había ganas de Bruce en Barcelona, aunque fuese un martes después de Semana Santa.
Pero lo que quizás no imaginaban los 7.000 asistentes al show es que iban a ser testigos de una noche antológica, de esas que se recuerdan por los siglos de los siglos. Y no es hablar por hablar. Algo especial, único, brotó en aquel pabellón. El biógrafo de Bruce, Dave Marsh, lo calificó en su libro 'On Tour' como el "greatest concert" al que había ido en toda su vida.
Y eso que a simple vista los fríos datos no describen un concierto muy distinto al del resto de aquella gira europea. Fue un bolo largo, de 2 horas y 35 minutos sin contar con la pausa de la mitad, pero no más que los demás, más cortos que los del tramo estadounidense que sí superaban las 3 horas. Y fueron 26 canciones, las mismas que sonaron, más o menos, en París, Estocolmo o Rotterdam. Eso sí, un repertorio imbatible. Pero la conexión que se produjo con una audiencia enfervorecida superó todo lo establecido.
Los que estuvieron allí, músicos como Loquillo o periodistas como Jordi Bianciotto, Jordi Bertran o Juan Cervera, hablan de una vibración especial, de una retroalimentación entre la banda y el público que elevó lo que ya venía siendo un show muy bueno a la categoría de excepcional. Bruce lo daba todo y el público se lo devolvía, creándose una genuina atmósfera de excitación permanente. La leyenda de la historia de amor entre el público español y Springsteen tiene su origen aquí. Porque después ha habido muchas otras citas memorables pero ninguna como la primera.
Las fotografías que hizo Fàbregas nutren la exposición 'Bruce Springsteen. Barcelona 1981', comisariada por el propio fotógrafo y diseñada por Oscar Cusidó. Son las imágenes que tomó durante las primeras canciones en el foso, ante el escenario, y luego desde un lateral. “Fue un concierto espectacular, pero yo me lo pasé concentrado en mi trabajo, sin acabar de disfrutarlo como lo haría un espectador”, ha comentado Fàbregas. Instantáneas que para muchos son lo más cerca que estarán de disfrutar de los santos griales del rock.