“¿Si soy hiperactivo?”, dice Javier Ojeda (59) repitiendo mi pregunta. “Eso dicen”, prosigue. “Roberto, ¿soy hiperactivo?”, sondea a la persona que lleva su promoción. “Joder. Híper, híper, hiperactivo. Como Bustamante, pero… de otra manera”, le responde. Javier suelta una carcajada: “¡Me encanta el símil!”. Pero no es una broma. Si desde que iniciara su carrera en solitario en 2006 el cantante de 'Danza Invisible' siempre se ha caracterizado por ser capaz de hacer muchas cosas, y muy distintas, a la vez, en el último año su conocida hiperactividad se ha manifestado en todo su esplendor.
Javier Ojeda utiliza su web, aparte de para anunciar conciertos y lanzamientos discográficos, como una especie de diario en el que puntualmente plasma sus impresiones y sensaciones en relación con su música. En él puede leerse que 2022 fue “uno de los años cruciales de mi carrera” y “una vorágine”; este pasado abril publicó que “estoy pasando una de mis mejores rachas personales” y, el 1 de junio, que mayo había sido un mes “trepidante”. En tan jugoso blog dio a conocer que el 22 de abril del año pasado ofreció su concierto número 2.000, colofón a “dos semanas de infarto” por los preparativos. Por entonces confesaba sentirse “desbordado”.
En 2022, tocó con Danza Invisible celebrando el cuadragésimo aniversario del grupo de Torremolinos; también actuó en solitario con su banda habitual, con músicos de jazz, con la Orquesta Sinfónica de Málaga… Fueron en total 104 conciertos esa temporada (como se ve, lleva muy bien la cuenta). Gestionó para el ayuntamiento de su ciudad los festivales Arte en Vinilo (en el que artistas veteranos como Adolfo y Guzmán y jóvenes talentos interpretaban clásicos de la era del vinilo) y el Funky Town, homenaje a la música funk.
“El único grupo que pudo tocar más que yo el año pasado fue La Guardia —dice—, pero me atrevo a decir que en cuanto a esfuerzo no hay punto de comparación. En cada concierto yo tenía un repertorio diferente: con Danza, en solitario, con orquesta sinfónica… Tenía cien canciones en la cabeza. La Guardia hicieron ciento y pico conciertos, pero con el mismo repertorio, la misma gente… ¡así me hago yo doscientos!”.
Ciertamente, y desde hace una década, gran cantidad de solistas y bandas que comenzaron en los ochenta están siendo objeto de febril demanda por parte de público de todas las edades, pero en su mayoría uppers. “Lo achaco a muchas cosas”, explica Ojeda. “Muchos de los políticos que gobiernan han crecido con nuestra música, por eso los ayuntamientos confían en los grandes clásicos. Somos una apuesta segura. Luego, mucha gente de nuestra generación está en un fantástico estado de forma”.
Y prosigue: “Aparte, hemos sido la última hornada de grupos que, saliendo del underground, llegó al mainstream con acceso a todos los medios, incluida la televisión. Los iconos televisivos son más fuertes que los de Internet. Nos convertimos en fenómenos sociales. Hoy hay grupos que lo petan y nunca los he visto en televisión. Es otro fenómeno. Después de nosotros salieron los triunfitos y a partir de entonces ya no salían cantantes en televisión. Preguntas en cualquier rincón de España por Danza Invisible, Siniestro Total, La Frontera… y todo el mundo sabe quiénes son. Ahora, preguntas por Izal y muchos no los conocen, o no saben la cara del cantante. ¿Vetusta Morla? Les suena”.
De modo que Javier Ojeda no ha parado en los últimos meses. “Para muchos músicos ha sido excesivo, pero para mí ha sido tremendo”. Admite que de los conciertos de aniversario de Danza Invisible terminó “absolutamente achicharrado”. Tanto es así que se reunió con ellos y les dijo: “Tíos, me vais a disculpar, pero yo necesito espacio. Cumpliré los compromisos que nos quedan, pero a partir de ahora me pido un tiempo indefinido para mí. Quiero hacer mis cosas. Quiero disfrutar mi vida de otra manera”.
La gira de 40º aniversario de Danza Invisible arrancó cuando Javier estaba a punto de publicar un disco en solitario, Castillos en el mar. Paralizó el lanzamiento y se volcó en los conciertos con su grupo de toda la vida. También arrimó el hombro el consistorio de Torremolinos, con el que Ojeda mantiene excelente relación: se organizó un festival con presencia de grandes nombres de ayer y hoy (Juan Perro, Anni B Sweet, Seguridad Social, Mikel Erentxun, Miss Caffeína, La La Love You, Dorian), cada uno de los cuales tocaba una canción de Danza Invisible. “Fue un momento absolutamente maravilloso”, dice. “Pensé: ‘Hay nuevas generaciones que están apreciando nuestro trabajo”.
Sin embargo, la gira no fue todo lo pomposa que Ojeda había imaginado para tan relevante efeméride. “No se salió del circuito habitual de ayuntamientos”, arguye. “Pienso que se desaprovechó, perdimos una ocasión de oro para haber puesto el nombre de Danza Invisible mucho más alto. No lo hicimos bien. Eso me ocasionó bastante disgusto. Yo había aparcado mis proyectos. Por eso dije: ‘A partir de ahora voy hacer las cosas a mi manera”.
¿Significa eso que nunca más cantará con Danza Invisible? “No, no. Ante todo somos amigos”, responde. “Danza Invisible siempre ha sido una banda de amigos. Ellos también están haciendo sus cosas. Seguramente dentro de un tiempo nos juntaremos, nos tomaremos cinco whiskies, empezaremos a reírnos y diremos: ‘Vamos, vamos a lanzarnos’. Siempre funcionamos así”.
Retomadas las riendas de su carrera como solista, Javier Ojeda ha publicado este 23 de junio un nuevo disco, Más de 2000 noches sin dormir, un collage con canciones variopintas grabadas, en distintos formatos, entre 2005 y 2023. “Lo que mola del álbum —señala— es que es un disco en directo que tiene seis bandas distintas: la de Javier Ojeda, un rescate con Danza de 2008, otro con mi primer grupo como solista, temas con un trío de latin jazz, con la orquesta sinfónica y otro con la Funky Town All Stars. Es un compendio de todas las cosas que hago yo a lo largo del año. Lo que pasa es que muchas cosas no salen fuera del circuito local”.
Incluye un tema nuevo, “Por amor viviremos”; una versión de “Love will keep us together”, popularizado por Captain & Tennille en 1975 y firmado por Neil Sedaka, el autor del célebre “Oh, Carol”. En todos los casos, son temas grabados de una sola toma, a la antigua usanza. “Yo haciendo géneros actuales quedaría ridículo. Mi estilo es de otra generación. Esos artistas veteranos que intentan estar en todas las modas… llegan tarde a todas”, opina.
Ahora se siente más tranquilo que hace un año, y satisfecho de lo que está consiguiendo con su tenaz esfuerzo. “Sé que no tengo la popularidad de antaño —apunta—, pero le he dado la vuelta y en vez de quejarme pienso: ¡qué le voy a hacer! Este país funciona así. Tiene otras cosas maravillosas. Respeto a los artistas mayores en este país hay muy poco, y eso me parece una puta mierda. A mí me va muy bien y, por tanto, de qué vale quejarse. Es mejor seguir publicando discos, al menos sigo teniendo un pequeño grupo de seguidores. Y no me falta trabajo en directo”.
Más ejemplos de su hiperactividad. Hace un tiempo decidió prescindir de la figura de un mánager. Ojeda se lo guisa y se lo come: los promotores le llaman directamente para contratarlo para conciertos. “Tenía una oficina que trabajaba con Danza Invisible pero cuando yo publicaba disco en solitario, veía que no había respuesta y me tenía que buscar la vida por mi lado. Empecé a buscarme la vida y dije: ‘Oye, pues tengo facilidad como relaciones públicas. Oye, que me salen conciertos’. Si yo solo me busco conciertos en solitario, con mi banda, para qué necesito un mánager. La gente me llama a mí. La oficina soy yo. Me preguntan: ‘¿Queda libre esta fecha’. Y si está libre, se cierra”.
En lo que queda de año, Ojeda seguirá componiendo canciones, algunas por encargo —para el 150 aniversario de Cruz Roja Málaga y para la marca gastronómica Sabor a Málaga—, pero, sobre todo, este 2023 lo que más desea es “girar tranquilamente con mi banda”, subraya. “Tengo la sensación superagradable de que me siento una persona muy apreciada. En mi gremio es muy raro encontrar a alguien que hable mal de mí. Incluso gente a la que no le gusta lo que hago, dice: ‘Hostia, cuidado, respeto a este tío, que en escena es la bomba’. Como soy un desastre con las redes sociales no tengo muchos seguidores, pero toco en directo una barbaridad. Por primera vez este año he renunciado a conciertos, por falta de tiempo”.
La gran duda es cómo consigue hacer tantas cosas a lo largo del día. “Claro que hay horas suficientes. El gremio de la música somos la gente más maja del mundo, pero también te digo: ¡hay una manada de vagos… de cierta importancia! El típico músico que se ha emborrachado y llega tarde la entrevista… ¡Tú lo que eres es un gilipollas! Estás haciéndole perder el tiempo a profesional’. Otros, con todo el tiempo que llevan en el espectáculo, ¿no son capaces, como he visto yo, de mirar la web de Renfe y sacarse un puñetero billete de tren, de buscar un hotel…? Claro, es más cansado, pero se puede hacer y ser feliz al mismo tiempo. Siempre hay gente que trabaja más que tú”.
Y aún le queda tiempo libre, que aprovecha para “coger la bicicleta y hacer ejercicio”. Se declara aficionado a los deportes de resistencia, “lo malo que tengo cuatro hernias y cada equis tiempo me lesiono, pero insisto porque soy gilipollas y muy terco”. También es un furibundo apasionado de bares y restaurantes. “En una comida buena y un vino de puta madre no escatimo en pasta”, dice. Cada día dedica un rato a escuchar actual, le guste o no. “Me lo pongo como si fueran deberes. Para ver lo que se hace”.
Ese contacto con la nueva música que inunda las redes le ha convencido de que el rock ha perdido su espacio entre los jóvenes. “El rock ya no es el género de la juventud, se ha comprobado. No puedes hacer nada contra eso. También es muy posible que el rock no haya sabido llegar a la juventud de ahora. Mis dos chiquillos son superaficionados a la música, pero es muy curioso: apenas se escuchan rock actual. El de 19 estaba escuchando el otro día un tema de los Beach Boys. Al mayor le encantan Dylan, el soul clásico… Le pregunté: ‘¿No te gusta ningún grupo de rock español de esos de ahora?‘. Me respondió: ‘Papá, el indie español me da mucha pereza”.
Atrás quedan los tiempos en que los jóvenes se veían reflejados en las bandas de pop y rock, como durante los ochenta, cuando Danza Invisible empezó. Así recuerda hoy Ojeda aquella década descocada: “En los ochenta éramos niñatos todos. Fueron un tremendo colocón, pero muy positivo. Fue una explosión de colorines. Un montón de adolescentes de pronto descubren que Franco ha muerto y se convierten en la primera generación que crece en libertad total. Nos fijábamos en todo lo que había fuera de España: Londres, Nueva York… Y penábamos: ‘Yo no quiero esta España casposa’. Epatar era muy importante”.
“Además —añade—, todos teníamos muy claro que teníamos que cantar en castellano; para mí era como un dogma de fe. Cuando actuamos con Nacha Pop en México en febrero de 1988, allí la gente alucinó: ‘¡Están cantando en castellano! Dio pie al movimiento Rock en tu Idioma, muy fuerte en México. Metíamos en las letras toques de intelectualidad. Los grupos de esa época compartimos ese aire pedante y por otro lado inocente, y también muy transgresor, algo que reivindico totalmente. Eso hace que los chavales jóvenes nos vean como viejos friquis simpatiquísimos. Los amigos de mis hijos les dicen: ‘¡Tu padre es lo más, está loco!’.