Mikel Erentxun (58) ocupa sus tardes haciendo de taxista. No porque quiera sacarse un dinerillo extra; es la expresión que utiliza para describir su faceta de padre de tres hijos preadolescentes (tiene cinco en total), entregado a la ardua tarea de llevarlos a sus respectivas actividades vespertinas y recogerlos. “Con los estudios está más encima su madre, que es profesora”, dice. “Pero yo soy taxista. Me llaman ‘papá taxista’. Cuando yo era pequeño no existían, pero ahora hay extraescolares mil: tienes que llevar a uno a música, a otro a remo, a otra a ballet, a francés… Eso a mí me mata. Me han regalado de coña una gorra de taxista. Me la pongo, cojo el coche y me paso la tarde yendo y viniendo. De hecho, cuando no estoy en casa, mi mujer se vuelve loca, porque se necesitan dos personas: a veces las actividades se solapan. A la mañana, en el desayuno, los cinco repasamos la agenda. Todos los días”.
Una vez dentro del coche, la situación no mejora. “Yo pongo mi música y mis hijos van con auriculares escuchando sus mierdas”, explica. Confiesa que ha “tirado la toalla” en lo que a inocular el gusto por el buen rock a sus vástagos se refiere: “Yo lo he intentado como si no hubiera un mañana. Me da pena que mis hijos no escuchen la música que a mí me gusta y prefieran música urbana, que no me emociona lo más mínimo y la desconozco. Solo escucho la que escuchan mis hijos. El mayor casi no escucha música. La segunda tiene un gusto bastante clásico. Siena… es un horror lo que escucha. El de 12 años solo está pendiente de las peleas de gallos del rap. Tengo puestas las esperanzas en la pequeña, de 9, que por lo menos escucha a Taylor Swift, quien, al lado de esto, es Bob Dylan. Estamos viviendo un cambio irreversible”.
A pesar de tan ingrato ajetreo, Mikel Erentxun ha sacado tiempo para componer y grabar un disco doble, Septiembre, que es, de hecho, de los más clásicos, en cuanto al sonido, de su vasta discografía. Cuenta que durante el confinamiento, a raíz de ver el biopic de Elton John (Rocketman, 2019), volvió a interesarse por la figura del cantante y pianista británico; se compró un piano, después algunos teclados más, y terminó componiendo con ellos las canciones del álbum, que, inevitablemente, son ricas en delicadas melodías —algo a lo que el piano da pie— y destilan aromas no solo de Elton John, sino también de John Lennon, Paul McCartney, Billy Joel, Carole King y otras leyendas que lanzaron trabajos históricos en los setenta.
“Es un disco muy clásico”, admite. “Pero al final es muy moderno, porque ser clásico hoy es ir contracorriente; está ahora mismo fuera de moda. La crisis de 2009 lo inició todo, y hemos entrado en una pequeña decadencia, en el sentido de que la música se ha convertido en algo de usar y tirar, en fast food. Es una pena, pero es lo que hay. Soy afortunado de tener un pequeño grupo de seguidores que todavía valoran lo que hago. No es un alegato contra las plataformas, yo las uso cuando salgo a correr a diario; pero cuando descubro algo en Spotify que me gusta, enseguida me lo tengo que comprar en formato físico”.
Septiembre es el primer disco con canciones nuevas desde 2019 (en 2021 sacó Amigos de guardia, un álbum en el que revisaba varios de sus éxitos en colaboración con otros artistas), lo que significa que es también el primero desde la pandemia, penoso trance que ha marcado en gran medida el tono de sus temas. “La pandemia es el inicio de este disco”, dice. “Por eso, las primeras canciones que compuse tenían un tono más gris, mientras que las siguientes son más de technicolor. De ahí el título: septiembre es un mes de contrastes, el final del verano y la puerta del otoño, las mareas vivas, ese punto de melancolía… Y también refleja la temática de las letras, en las que hay un poco de todo”.
Por ejemplo, en “Cuando éramos ayer” plasma su angustia por el paso del tiempo. “El disco está lleno de mis pequeñas obsesiones, y esta es una de ellas”, explica. “Según voy acercándome a edades imposibles, se acentúa. Generalmente me río de mis propios temores, pero hay momentos difíciles. No es tanto miedo a la muerte como el pensar que se acaba el tiempo para hacer cosas, te preguntas si llegarás a conocer a tus nietos… También me gusta mirar hacia atrás de vez en cuando. Aunque musicalmente he tratado de no vivir de las rentas, que con Duncan Dhu son muchas, a nivel personal me gusta recordar una Navidad, unas vacaciones… Es muy del carácter vasco esa melancolía”.
“Oh, Siena”, la canción que más claramente remite a John Lennon, está dedicada a una de sus hijas. “El detonante fue que mi hija Siena se fue a estudiar a Mineápolis el año pasado, con sus 14 años, y fue un momento bastante lacrimógeno. Se iba la niña de casa… El mensaje era: ‘Tranquila, que aquí siempre te va a esperar una luz encendida”. Todos sus hijos —Aitor, de 27 años; Claudia, de 22; Siena, de 15; Mael, de 12; y Dakota, de 10— tienen ya su canción, si bien hasta ahora solo el nombre de la menor aparecía en el título de una de ellas (“Dakota y yo”, de Corazones, su disco de 2016). ¿Le ha gustado a Siena el detalle? “Como está en esa fase de que no te da besos… Creo que le hace ilusión, pero no me lo dice”, responde Mikel.
El recuerdo a Pau Donés, fallecido en 2020, está presente en “Pensando en ti”. “Nos unía una amistad de largo”, comenta. “En vez de conocernos a través de la música, nos conocimos en la montaña. Él vivía en el Valle de Arán y yo tenía allí una casa de fin de semana. Era un tipo genial. Nos dio a todos una lección de vida increíble. Los últimos días fueron bastante agónicos, estábamos todos muy sensibles porque, además, nos dejó en plena pandemia. Escribí en esa canción lo que sentía tras su marcha”.
Otro tema, “Ladridos en el pecho”, refiere, según sus propias palabas, “una noche angustiosa en Madrid. Últimamente duermo peor, me cuesta dormirme o me despierto mucho, y esa noche me desperté con taquicardia. Y como hace unos años tuve un problema de corazón… Estaba en Madrid, hacía muchísimo calor… Lo pasé mal, y lo único bueno que tuvo es que esbocé tres o cuatro frases de esa letra”.
Se cumplen diez años de la operación de corazón a la que Mikel Erentxun hubo de someterse para solucionar una pequeña cardiopatía. Hoy dice encontrarse perfectamente, aunque, desde entonces, su manera de ver la vida ha cambiado. “Aquella dolencia no es más que un recuerdo. Pero ahí empezó el agobio por el paso del tiempo, cuando vi la muerte de cerca. Empecé a vivir el día a día con mucha pasión, a disfrutar más de la familia, a llevar hábitos más saludables… Ahora me encuentro mucho más a gusto conmigo mismo. Antes, un día en que no tenía concierto era un día perdido; ahora es maravilloso estar en el sofá con mi hijo viendo una serie y dando un paseo con mi mujer y el perro.
”Siempre he sido muy deportista —prosigue—, pero tenía mi punto golfito y alguna noche loca; eso se ha acabado. Ahora mismo sólo bebo mi copita de vino en algunas comidas y antes de los conciertos, pero ahí se queda. No hay drogas en mi vida, ni copazos. Nunca he fumado. Es curioso: en mi familia fumaban mis tres hermanas y mis padres, y nunca me llamó la atención el tabaco. Y eso que la estética del cigarrillo es muy atractiva: he hecho vídeos y fotos con un cigarrillo en la mano. Pero era pura ficción.
”Me encuentro personalmente muy bien, encantado con mi familia, viviendo un momento muy bonito. Mi mujer y yo llevamos 23 años juntos, después de un divorcio previo. Sentimentalmente muy bien. A nivel de salud, perfecto. Profesionalmente, creo que estoy en lo mejor. En estos diez años he hecho los mejores discos de mi vida. Estoy encantado con el tono que ha cogido mi voz. Me declaro una persona feliz”.
En el transcurso de su carrera en solitario, que arrancó allá por 1992 con el disco Náufragos —es decir, hace ya más de treinta años—, Mikel Erentxun ha conseguido algo muy difícil: desembarazarse de la sombra de Duncan Dhu, el grupo con el que logró el éxito en los ochenta. Y no solo eso. Mientras otros músicos de su generación se quejan de modo recurrente de que la irrupción de la escena indie, a mediados de los noventa, les barrió del mapa, Mikel no solamente no protesta, sino que se ha ganado el respeto de la mayoría de artistas del movimiento alternativo.
“La sombra de Duncan Dhu es muy alargada”, reconoce. “Fue un grupo con muchas fans. Me costó salirme de esa etiqueta y a fuerza de buenos discos me he encontrado de una manera muy grata con el reconocimiento de una parte de la industria que en su momento nos dio la espalda y de toda una generación de artistas que yo admiro muchísimo y que yo pensaba que no me respetaban”.
Así, para Amigos de guardia contó con la participación de Anni B Sweet, Santi Balmes (Love of Lesbian), Xoel López, Maika Makovski, Marc Ros (Sidonie) y Zahara, entre otros. “Hice una lista, a muchos no los conocía personalmente, y fue empezar a llamar y encontrarme con un respeto a mi trayectoria y a la de Duncan Dhu que me llenó muchísimo. He entablado amistad con muchos de ellos. De hecho, ahora tengo más relación con los músicos de esa generación, a quienes me siento más cercano, que con mis contemporáneos.
”En realidad, todos los que empezamos en los ochenta éramos independientes, y grabábamos para compañías independientes [en el caso de Duncan Dhu, en GASA]. Pero nos hicimos muy grandes y se nos tildó de comerciales enseguida. En los primeros noventa apareció el indie nacional, y se estableció, creo que equivocadamente, un cisma entre lo que sonaba en Los 40 Principales y lo que sonaba en Radio 3. Afortunadamente ese cisma ya no existe, está todo mucho más mezclado. Ahora tenemos un enemigo común: los urbanos”, bromea. Así recuerda los vibrantes ochenta: “Fue todo muy divertido. Todo valía, todo era de color chillón. Duncan Dhu es hijo de la movida; en ella no participamos. Pero la mitad de los ochenta fue muy bonita, aunque a finales de la década todo desapareció”.
En octubre empezará los ensayos de la gira de Septiembre, que le pondrá en ruta por toda España a partir del 3 de noviembre (día en que actuará en Bilbao). Su agenda para los próximos meses se le complica: en 2024 se cumplen cuarenta años del nacimiento de Duncan Dhu, efeméride digna de magnos festejos. “A raíz de mi cardiopatía aprendí a no pensar a largo plazo”, dice. “Sí, en el horizonte están los cuarenta años de Duncan Dhu, para los que por ahora no hemos pensado nada. Pero algo haremos, aunque sea una cena para celebrarlo”.