Miguel Ángel Arenas, Capi, se define a sí mismo como "hacedor de estrellas". Y cuando dice estrellas, apunta alto: Alejandro Sanz, Mecano, Alaska, Nacha Pop, Paco de Lucía. La lista de cantantes y grupos a los que ha ayudado a nacer este productor madrileño de 66 años es interminable. Alma mater, visionario, proveedor de sueños, mago, cazatalentos, starmaker, rey Midas… Todo ello serviría para explicar su oficio, pero él encuentra una palabra más ajustada: comadrona. A punto de zarpar a Nueva York, donde se rendirá un homenaje al guitarrista Paco de Lucía, Capi permite que le robemos media hora de su tiempo. Como era de esperar de este locuaz incontenible de melena indómita, la entrevista se prolonga dos horas.
De su memoria prodigiosa salen a borbotones cinco décadas de música y de vida. Le echaron de de la mili por enfermo mental y a cambio pasó una temporada en un psiquiátrico que él recuerda "orgiástica". Ama la música de Pink Floyd, Genesis, Barbra Streisand y Pretenders, pero lo que le lleva a otra dimensión son las arias y los Poemas Sinfónicos de Liszt. A pesar de que la dislexia le ha impedido aprender inglés, se desenvuelve de maravilla en el averno de las redes sociales, Spotify o cualquier plataforma en la que descubra que, entre reguetón, tecno y otras músicas que están marcando éxitos, aún puede separar el grano de la paja.
Arrancaste con 17 años. ¿Fuiste de vocación precoz?
De pequeño quería ser árbitro de tenis o productor discográfico. Crecí rodeado de arte, por lo que fue un proceso natural. Mi padre era escultor. Mi tío estaba metido en el Circo Price y el flamenco. Caracol me cantó en sus rodillas. Mi primo Chani fundó la banda Los Buenos. Cuando mi tío Antonio salía a tocar con Antonio Molina, a Ángela Molina y a mí, que éramos bebés, nos dejaban detrás del escenario en la funda de la guitarra.
¿Es fácil reconocer a un artista entre tanto arte como hay en España?
En todos los bares hay alguien que canta y en los concursos se presentan miles de aspirantes, pero ser artista no es ser festivo. Una cosa es el entretenimiento, que está bien, y otra es ser una estrella y mantenerse en el tiempo. Yo trabajo con estrellas, con artistas que tienen el hecho diferencial, algo que no tienen los demás y que no se puede prefabricar. En pintura, Picasso fue único y nunca se podría haber inventado. David Bisbal destacó en su concurso porque tenía ese algo. Su voz es una mezcla de Antonio Molina y Manolo Escobar, y encima da vueltas.
El hecho diferencial es el punto de partida, pero ¿cómo nace una estrella?
Nace en el momento que logra transmitir toda esa fuerza y creatividad. Detrás de ese golpe de efecto hay mucho trabajo, mucho tiempo de preparación y mil puertas tocadas. Cuando descubro a un artista, la primera impresión tiene que ser impactante. Me ocurrió con Tequila. Yo era muy moderno en aquella época, ellos también lo eran, pero además tenían un montón de atractivos. El artista es un mensajero y tiene que saber transmitir, llegar al alma, como hacen, por ejemplo, Sabina o Bob Dylan, dos poetas que no necesitan saber cantar para transmitir y llegar al alma.
¿Cómo es ese vínculo entre productor y estrella emergente?
La estrella nace muy débil. Te tienes que enamorar de ella para dar tu vida, meterte en su pellejo. Se entabla una relación humana muy intensa, necesaria para impulsarle continuamente un paso más. Con cada nuevo talento hay un trabajo duro, una multitarea y una lucha por convencer y colocarle aquí o allí. De repente, en una aparición en un medio, un concierto o cualquier otra circunstancia consiguen que ese día se convierta en fenómeno social. Es la magia de todo esto.
¿Alejandro Sanz es, hasta el momento, tu gran obra?
Era un chiquillo de 16 años cuando le conocí. Con su primer contrato nuestra idea fue vender 30.000 discos. Y ahí le ves, 33 años después, con más de 25 millones de disco s vendidos. Antes del éxito, se fue ganando al público bocado a bocado, con una fuerza y un talento que no se pueden repetir. Alejandro siempre ha sido trabajador, creativo y ha sabido ganarse a la gente. Los cuatro discos que más se han vendido los hizo conmigo.
¿Qué te hizo creer en los Pecos en aquella España ávida de canción protesta y rock urbano?
Su primer tema, 'Esperanzas', vendió 300.000 singles. Tres discos de platino. Eran unos hermanos huérfanos, de clase trabajadora, con una madre que trabajaba muy duro para sacarlos adelante. Hablaban de su adolescencia y de vivencias de las que ninguna otra música se preocupaba. Estaba Camilo Sesto, grandioso, pero su público era adulto. Cuando empezaron a cantar, la voz blanca de Javier me hizo dar un brinco. Tenían 15 y 7 años. Yo tenía un par de ellos más y no tenía ni idea de lo que había que hacer para sacar un disco, pero conocía el mundo musical. Busqué un estudio y un arreglista. Ellos querían hacer canción protesta, pero yo les propuse cantar a su barrio, a sus amores. Sin tener ni idea, dirigí la grabación. Con diecinueve años me presenté en la CBS y se rieron de mí, pero el director general, Tomás Muñoz, les dijo: coged esto.
Algo tuvo que ver Adolfo Suárez.
La actriz Rosa de Alba, mujer del humorista Chicho Gordillo, había participado con Suárez en su campaña y me llevó a la Moncloa. Nos recibió, pero al verme, tan desmelenado, tan excéntrico, nos echó con cajas destempladas. Antes de irme le dije: "Usted tiene un problema. Está usted haciendo una constitución y se está olvidando de los que tienen 14, 15 años... Si es listo, póngalos en la portada de revistas como Triunfo y Cambio16..." Dos semanas después, aquellos jóvenes estaban en las portadas. Hasta Dalí, a quien tuvo el gusto de conocer, se enamoró de uno de ellos, Javier.
¿Fichaste por Hispavox y ahí descubriste a Mecano?
Al contrario de los Pecos, este trío, formado por dos hermanos, Nacho y José María Cano, y una amiga, Ana Torroja, eran niños ricos, educados con los jesuitas. Les propuse formar grupo y Nacho me llamó un sábado de resaca para decirme que aceptaba. Todo transcurrió de forma muy loca, muy genial. Salí con ellos de copas. Ellos con sus zapatos castellanos y yo con mi excentricidad. Formaron un trío irrepetible que encadenó éxitos durante los años que estuvieron en activo como banda, números 1 e himnos que marcaron a una generación en un país en transición.
¿Fuiste alumno de los padres de Pablo Iglesias?
La familia Iglesias y Turrión, propietarios de buena parte de los solares que había en Canillejas, abrió un colegio experimental en este barrio. Era una familia adinerada y funcionaba bien gracias a la protección del Gobierno. Impartieron una educación liberal que me gustó. De su parentesco con el político, con el que no comparto nada, me enteré hace unos años.
¿Eres un hombre político?
Soy apolítico. No sigo a ningún partido. Fui feliz, libre y homosexual con Franco y sigo siendo feliz, libre y homosexual, aunque me irritan muchas cosas. He vivido mucho y hay muchos temas que ya los superamos. Te diré que el Valle de los Caídos fue para mí un patio de recreo. Iba allí a tomar un ácido y veía el mundo en colores.
También conviviste con la duquesa de Medina Sidonia, también conocida como duquesa roja.
Conocí a Leoncio González de Gregorio, su marido, y después a Luisa Isabel Álvarez de Toledo. Fue fascinante vivir en aquel palacio que no podía mantener y disfruté mucho con sus contradicciones. Ella no reconocía su homosexualidad y entiendo que en aquella época el lesbianismo tenía peor consideración que la homosexualidad masculina. Solo reconozco cuatro aristócratas: la duquesa de Medinaceli, la duquesa de Alba, la duquesa de Osuna y la duquesa roja. Fuere de ahí, todo son leyendas, como la del Conde Drácula.
Eres un filósofo. ¿Qué opinión tienes de Dios?
Solo sé que los ateos, al llegar la noche, también creen en Dios. Todo esto tan genial, y a la vez complicado, no ha salido de la nada.
¿Sigues haciendo estrellas?
Mi último descubrimiento es Daniel Da Silva, un artista gallego-brasileño, también hecho a sí mismo, que tuvo que bailar en la calle para poder pagarse la carrera de danza.
Quiero que el público le vaya conociendo, siguiendo con la fórmula que siempre me ha funcionado para hacer estrellas que brillen durante mucho tiempo.