La frontera que separa el heavy metal del colectivo LGTBIQ+ es como la que separa Narnia del Reino Profundo: existe, aunque todos sabemos que, en realidad, no existe. Ocurre que a los heavys les pasa como a los futbolistas: construyeron su identidad en tanto hijos sanos del patriarcado. Cosas de chicos. Que a algunos de ellos les gustaran los chicos era algo que podía ocurrir, pero que no se podía defender sin cuestionar la propia esencia del género. Hasta que llegó Rob Halford.
"Fue algo completamente impulsivo", le decía el líder de Judas Priest hace unos días a The Guardian sobre la tarde en que se le ocurrió salir del armario en MTV. "Lo recuerdo como una especie de broma de la que no fui del todo consciente. Fue sólo después de liberarme de mi maldita prisión de heavy metal que me di cuenta de lo que había hecho". Y lo que había hecho era nada menos que romper una de las barreras más injustas de la industria musical, en la que, en otros géneros, lo gay era completamente aceptado. Una prisión que había llevado al propio Halford a intentar suicidarse en 1985 con una sobredosis de pastillas. "No estaba con la banda en esos años y la verdad es que no tenía idea de que iba a dar la vuelta al mundo, una locura. Cualquier persona gay que encuentra el momento adecuado en su vida para dar un paso adelante y dejar que su identidad sea lo que es, sin ningún desorden o interferencia, sabe lo increíble que es, la euforia que se siente. En primer lugar, te liberas. En segundo lugar, todas las municiones e insinuaciones se evaporan. Eres el chico gay de Judas Priest. ¿Qué te pueden decir ahora?", declaraba en un encuentro con los lectores del medio británico.
"La gente siempre dice que el heavy metal se ha muerto, que no tiene futuro, pero nosotros siempre volvemos" ha declarado por su parte Ian Hill, miembro fundador de la banda, esta semana a La Razón. En dicha entrevista Hill recuerda los primeros años de la banda, esos en los que dejaron sus trabajos (mayormente en fábricas) para malvivir los cuatro, junto a su manager (y en algunos casos sus novias) en un piso de una sola habitación. Los tiempos en los que, en sus propias palabras, utilizaban "lo que cobrábamos en un concierto para comprar gasolina para llegar al siguiente".
Los Judas Priest, como Black Sabbath eran la quintaescencia del heavy metal: proletario, festivo y con un conocimiento epidérmico de lo espiritual. Currelas que van a misa los domingos. Y así se han mantenido hasta hoy, a pesar de los vaivenes propios de sus 50 años de historia. Halford ha armado varios proyectos más personales a lo largo de estos años, incluyendo alguno de música electrónica. Pero solo tras su vuelta grupo en 2003 ha vuelto a saborear las mieles del éxito dentro del metal ya como un hombre abiertamente homosexual. Nada mal para sus 72 tacos.
Hoy, Halford recuerda ante sus fans que en realidad gran parte de sus miedos eran infundados y que la comunidad metalera no hizo más que acogerlo con amor. "Hubo muy poca reacción negativa y realmente me emocionó la aceptación. No sé qué hubiera pasado si no hubiera salido del armario cuando lo hice, si hubiera simplemente regresado a Priest. Creo que podría haber permanecido oculto, porque amo mucho a esta banda y la protejo con cada fibra de mi ser. Afortunadamente el mundo es un lugar mucho mejor ahora, gracias a Dios, pero todavía tenemos la homofobia, el racismo y esas partes estúpidas de la humanidad que nos vuelven locos. Realmente tienes que afrontarlo de frente, así que ¡sal, estés donde estés! Orgulloso y ruidoso". Stay heavy.