Bruce Springsteen acaba de sacar al mercado un nuevo recopilatorio, 'Best of Bruce Springsteen', en el que repasa 50 años de carrera, desde 'Greetings from Asbury park, NJ (1973) hasta 'Letter to You' (2020). No es ni mucho menos la primera vez que el 'Boss' mira atrás para hacer balance. Desde que en 1995 publicó 'Greatest Hits', del que despachó hasta seis millones de copias solo en EEUU, han ido llegando 'The Essential Bruce Springsteen' (2003), otro 'Greatest Hits' (2009), 'Collection:1973-2012' (2013) y 'Chapter and Verse' (2016). ¿Hacía falta otro a estas alturas? No realmente, si tenemos en cuenta que desde la última antología Springsteen solo ha publicado otros dos trabajos de estudio y uno de versiones. Y aún menos en una época en la que las playlists, los servicios de streaming a la carta y Youtube han dejado obsoleto el formato físico.
Sí hubo un tiempo en el que un greatest hits podía ser un álbum valioso, incluso necesario en nuestra estantería. Cuando un artista desarrollaba una trayectoria más o menos extensa y uno no sabía por dónde hincarle el diente, un disco de grandes éxitos era una oportunidad perfecta para tener de una sola tacada lo más popular de su cancionero. Te podías quedar ahí, con lo fundamental, o podía servir de pórtico de entrada para investigar más a fondo en una discografía. Eran, además, un regalo perfecto para hacer en Navidad a cualquiera.
Algunos de los discos más célebres de la historia de la música son recopilatorios: 'The Beatles 1962-1966' y 'The Beatles 1967-1970', popularmente conocidos como 'el rojo' y 'el azul', fueron durante décadas la mejor forma de inocular a un neófito la pasión por los fab four; 'Legend' reunía en un solo disco lo más accesible y conocido del repertorio de Bob Marley y aún hoy es álbum de reggae más vendido de la historia; 'The Immaculate Collection' ponía en fila uno tras otro todos los éxitos de Madonna en los 80; los dos 'Greatest Hits' de Queen han traspasado varias generaciones de melómanos (el tercero es mejor hacer como que nunca existió), y 'Their Greatest Hits 1971-1975' de los Eagles aún es el álbum más vendido de todos los tiempos en EEUU, por encima del 'Thriller' de Michael Jackson.
Vale, tampoco todos eran perfectos. Siempre, invariablemente, iba a faltar un single que tú recordabas como un gran éxito pero que quedaba inexplicablemente relegado. A veces había ausencias clamorosas, otras veces aparecía caprichosamente alguna canción que nadie en sus cabales hubiera metido. Podían generarse debates eternos entre fans sobre por qué estaba esta y no aquella. Porque al final, ¿quién hacía estas selecciones? ¿la discográfica? ¿algún ejecutivo espabilado? ¿Metía mano el artista? Nunca quedaba claro.
Por otra parte, estaban los recopilatorios que presentaban un escrupuloso orden cronológico del material, con el que podías apreciar la evolución del artista de manera didáctica, y los que mezclaban épocas aparentemente sin ton ni son, aunque muchas veces de esa caótica aleatoriedad surgían secuencias más que afortunadas. Y otro recurso habitual, para terminar de convencer a los fans escépticos que ya tenían todo el material previo del artista, era ofrecer uno o más temas nuevos a modo de cebo.
El propio Springsteen nutrió el ya mencionado 'Greatest Hits' de 1995 con cuatro temas inéditos, maniobra que de alguna manera ya desvirtuaba la rotundidad del título. Con suerte, alguno de esas novedades se convertiría también en un clásico que volvería a aparecer en futuras recopilaciones. Aunque ciertamente, la mayoría de las veces, esa canción nueva era indigna de aparecer rodeada de tanto clásico.
La cuestión es que, durante décadas, lanzar una recopilatorio fue una de las estrategias más socorridas y lucrativas en la industria musical. Todo el mundo ganaba. La discográfica podía hacer caja y cuadrar cuentas fácilmente, sin necesidad de grandes inversiones; el artista podía tomarse un respiro creativo, seguir facturando y poner en valor su propio legado. Y el oyente casual, que igual no se habría comprado un álbum específico de esa banda o de ese solista, encontraba la oportunidad de hacerse con sus mejores temas sin necesidad de andar recurriendo a préstamos de amigos y conocidos fanáticos encantados de hacerte su propia selección.
Hoy, claro, nada de esto es lo mismo. Un recopilatorio jamás va a volver a tener la trascendencia mediática e incluso cultural que tuvo en los 70, los 80 y los 90. Ya nadie se va a hacer fan de un grupo después de haberse agenciado un greatest hits para picar. No en estos tiempos en los que Spotify ya te confecciona infinidad de playlists con lo mejor de cualquier artista (eso sí, no busquen secuenciaciones mimadas o con cierto sentido del ritmo). Tú mismo te puedes crear una con lo que más te guste a simple golpe de click.
Si se siguen publicando estos álbumes es porque computan a la hora de cumplir las obligaciones contractuales con la discográfica. Y porque se cuenta con que fans y coleccionistas pasarán por caja para adquirir alguno de los múltiples formatos que se ponen a la venta: sencillo, doble, deluxe, vinilo normal, de colores, etc. Los más acérrimos incluso puede que se los compren todos. Y algún despistado puede que siga regalándolos en los cumpleaños. Aunque en esos casos, ya se sabe, mejor adjuntar el ticket de compra.