Un ataque al corazón se ha llevado a los 61 años, demasiado pronto, a Steve Albini, el productor más icónico del rock alternativo. El Phil Spector de la era indie. A finales de los 80 y en los 90, cualquier banda que quisiera sonar fiera e intimidante acudía a su puerta. Albini también era guitarrista y cantante al frente de la banda Shellac, pero fue sobre todo su labor tras los controles en discos emblemáticos de Nirvana, Pixies o PJ Harvey la que cimentó su reputación como leyenda de los estudios de grabación.
En realidad, Albini no se consideraba a sí mismo productor, sino ingeniero de grabación. Modestamente decía que su labor consistía simplemente en colocar los micrófonos en los lugares precisos. Así es como conseguía el sonido particularmente crudo, lacerante y minimalista que se convirtió en su marca de fábrica. Por supuesto, a no todo el mundo le agradaba el resultado. Elvis Costello llegó a decir de él que "este tio no sabe nada de producción".
El músico californiano tampoco quería más crédito del que le correspondía. Jamás quiso cobrar porcentajes por las ventas de sus discos y se conformaba con una tarifa fija. Si podías abonarla él haría su magia. "Me gustaría que me pagaran como a un fontanero: hago mi trabajo y abonan lo que vale", solía decir. Repasemos cinco discos fundamentales sobre los que cimentó su mito:
Antes de producir para otros, antes de formar Shellac junto a Bob Wenston y Todd Trainer, Steve Albini estuvo en Big Black, una de las bandas más viscerales, agresivas y suicidas del underground estadounidense. Hardcore más allá del hardcore que mordía con saña y convulsionaba como recién salido del frenopático. En 'Songs About Fucking', Albini resolvía con maestría la ecuación de texturas post-punk, cajas de ritmo industriales y guitarras como ametralladoras.
A Albini no le gustaba mucho lo que habían hecho los Pixies en su carta de presentación, 'Come On Pilgrim' (1987), pero sí respetaba la actitud subversiva y salvaje que desprendía el grupo. El productor quiso trabajar con esas virtudes, amplificando su perfil espasmódico y maníaco a través de una serie de canciones que funcionaban como disparos cortos y certeros que preconfigurarían todo el rock alternativo de los 90: 'Where Is My Mind', 'Gigantic', 'Bone Machine'... el indie rock era esto.
A Kurt Cobain le encantaban los Pixies y se le metió entre ceja y ceja trabajar con Albini tras el gran pelotazo de 'Nevermind' (1991). El productor aceptó, pero solo si Nirvana estaban dispuestos a aceptar sus condiciones. "Si van a ser indulgentes con la discográfica, dejando que molesten con rehacer las canciones o la producción, o llamando a sicarios para que edulcoren su disco, será un fastidio del que no quiero formar parte", le advirtió. El proceso de grabación fue rápido e intenso, prácticamente en primeras tomas. Cobain siempre dijo que ese, y no 'Nevermind', era su mejor álbum.
Al contrario que con los Pixies, al productor afincado en Chicago sí le había gustado mucho 'Dry' (1992), el debut de PJ Jarvey, porque sonaba como si hubiera sido grabado en directo. Para su continuación, que terminaría de aupar a la de Somerset al olimpo del rock alternativo, Albini potenció la crudeza y llevaría al límite las dinámicas, llegando incluso a enterrar la voz de Polly Jean entre capas de sonido. Sin sutilezas, abrasión pura.
Page y Plant, alma y corazón de Led Zeppelin, cruzaban sus caminos en un estudio de grabación por primera vez desde la disolución de la banda que marcó el rock de los 70, y lo hicieron poniéndose en las manos del productor que estaba definiendo el rock de los 90. El objetivo era volver a un formato más básico, despojándose de las ambiciosas orquestaciones que habían trabajado en su anterior colaboración en directo, 'No Quarter' (1994). Albini impuso su enfoque seco, irregular y sin adornos para imaginar cómo habrían sonado Zeppelin en un universo post-grunge.