¿Qué fue de la Generación X? En serio, ¿por qué nadie nos recuerda? Están los boomers a un lado y al otro los millennials, y nosotros quedamos en tierra de nadie o, peor aún, fagocitados por los primeros, ¡por nuestros padres! Nosotros, que fuimos la generación del grunge, del cine indie y del desencanto existencial, el objeto de deseo de las marcas y los usuarios de los primeros ordenadores y redes sociales, ya no somos ni merecedores de un triste meme que nos defina, aunque sea en tono de burla como aquel de 'Ok, boomer'. Carecemos, parece, de identidad propia en el mundo actual, al menos en este mundo digital tan polarizado, pero quizás en el fondo sea lo más lógico, teniendo en cuenta que odiábamos las etiquetas. A fin de cuentas, a Kurt Cobain le habría espantado ser reconocido como el gran icono de una generación.
"Es como si la Generación X no existiera. Si no eres millennial resulta que eres boomer… ¡No! En medio estamos nosotros. Los de Nirvana, que pasábamos horas viendo vídeos en MTV y llevábamos Converse deshechas. Los JASP, a los que nos dedicaron incluso el anuncio de un coche: Jóvenes aunque sobradamente preparados. Éramos X mucho antes de que Elon Musk -otro Generación X, por cierto- cambiara el nombre a Twitter. Como todas las generaciones, no somos tan homogéneos como nos ven los anunciantes pero somos producto de una época concreta y de lo que estoy segura es de que boomer no soy", nos resume Eva, de 50 años. Pero, ¿de quiénes hablamos exactamente cuando hablamos de la Generación X?
Por contextualizar, los investigadores suelen definirnos como los nacidos entre 1965 y 1980, aunque en estas acotaciones temporales nunca hay un consenso definitivo. Es decir, somos los hijos de la generación silenciosa (1928-1945) y de los primeros baby boomers (1946-1964). Hoy todos superamos los 40 y los más mayores nos aproximamos a los 60. No somos pocos. Es decir, abarcamos el 18,2% de la población mundial. También somos los padres de esos ingratos que nos niegan el pan y la sal, es decir, de la generación milénica o Y (1981-1994) y de la generación Z (1996-2012).
Es cierto que cada generación se siente especial, pero, ah, la nuestra es que realmente lo era. Crecimos en los 80 y en los 90, así que somos los hijos de la sociedad del bienestar, del hedonismo de la MTV y del cine de Spielberg y Lucas. Y, en contraposición al trabajo duro y bien hecho que reivindicaban nuestros padres, a nosotros se nos tildó de vagos, holgazanes y cínicos. Quizás porque fuimos la primera generación educada principalmente en la televisión y la publicidad descarada, aprendimos rápidamente a identificar los engranajes del capitalismo y a renegar de él. Por eso rescatábamos camisas de franela a cuadros del arcón del abuelo y nos calzábamos unas Converse que parecieran castigadas. Vestir cuidadosamente descuidados era una de nuestras formas favoritas de rebelarnos contra el sistema, pero teníamos otras.
Sí, crecimos con el 'Thriller' de Michael Jackson, los hits ochenteros de Madonna y el heavy de peluquería de Bon Jovi, pero a principios de los 90 estábamos ya hasta la coronilla de tanto cardado, plástico y colorinchis. Estábamos cabreados, nos sentíamos un poco perdidos y nos hacíamos preguntas.
Y entonces llegó 'Smells Like Teen Spirit' y lo cambió todo de arriba abajo. De repente encontramos un himno generacional que era solo nuestro, no heredado de nuestros padres, y transmitía toda la rabia que sentíamos. A principios de los 90 Nirvana fue nuestra religión y Kurt Cobain nuestro profeta. Tiraron la puerta abajo y por ahí se coló el rock de Pearl Jam, Soundgarden, Rage Against the Machine o R.E.M., para poner fin con su espesor depresivo a la juerga eterna de los 80.
Los artistas de 'la movida', salvo algunas excepciones como Joaquín Sabina, Luz Casal o Los Ronaldos, también empezaban a quedarse atrás en nuestras preferencias ante este tsunami de nuevas sensaciones. Llegaba la edad de oro del indie español, con guitarras comiéndose las voces como las de Los Planetas, nuevos himnos para nuevos tiempos como los de Los Piratas, Los Fresones Rebeldes, Sexy Sadie o Australian Blonde. Pero por encima de todo, el pelotazo de Dover y 'Devil Came To Me', nuestra propia versión de Nirvana en impecable inglés.
¿Y en el cine? A ver, claro que íbamos a disfrutar de acontecimientos masivos como 'Terminator 2' (1991) o 'Parque Jurásico' (1993), no éramos tan necios. Pero los filmes que nos definieron como generación fueron otros: 'Solteros' (1992), 'Reality Bites (Bocados de realidad)' (1994), 'Clerks' (1994), 'Historias del Kronen' (1995), 'Antes del amanecer' (1995) o incluso 'Reservoir dogs' (1994), por citar los ejemplos más representativos.
Y el cine patrio también se quitó de encima cierto olor a naftalina de la mano de una nueva hornada de realizadores que supusieron una bocanada de aire fresco y lograron conectar con nuestras inquietudes, dejando atrás estereotipos y patrones prestablecidos. Hablamos de cintas como 'Todo es mentira' (1994), de Álvaro Fernández Armero, o 'Los peores años de nuestra vida' (1994), de Emilio Martínez Lázaro, que sabían equilibrar risa y desencanto urbano en su justa medida. Y, por supuesto, ahí seguía Almodóvar, menos salvaje y despendolado que en los 80, ya en esa senda más íntima, intensa y reflexiva que culminaría al final de la década en 'Todo sobre mi madre'.
Esa onda de autor indie, ligeramente melancólica, de formas relajadas y presupuestos ajustadísimos, la pillamos nosotros en primer lugar. Ejem, igual no todos vimos estas pelis en sala de cine, pero recordad que eran tiempos donde una película podía construir su leyenda en el videoclub, sin necesidad de ser un éxito de taquilla.
En la literatura, la novela fundamental de la cual tomamos el nombre fue la 'Generación X' (1991), de Douglas Coupland. En sus páginas hablaba de una juventud airada, apática y rebosante de cinismo en la que era fácil vernos reflejados. Pero también lo hacían los libros de Bret Easton Ellis ('Menos que cero', 'American Psycho'), David Foster Wallace ('La broma infinita'), Chuck Palahniuk ('El club de la lucha') o Michel Houellebecq ('Ampliación del campo de batalla').
En España nuestro líder estético y espiritual fue Ray Loriga ('Héroes'), pero también José Ángel Mañas con sus historias del Kronen, ya mencionadas en su versión fílmica, o las primeras novelas de Lucía Etxeberría. Todos ellos querían romper corsés y cortar amarras con lo anterior. Y todos, en mayor o menor medida, compartían cierto complejo de 'rock star' nihilista. Eran tiempos de explosión cultural a lo bestia, con un inacabable muestrario de exposiciones, museos y galerías en los que perderse cada semana.
Hoy quizás lo hemos olvidado nosotros también, pero crecimos rodeados de máquinas de escribir, faxes, reproductores de VHS y solo dos canales de televisión. Sin embargo, estábamos ahí cuando la tecnología empezó a dar saltos hacia delante. Asumimos con total naturalidad que vinilos y casettes le pasaran el testigo al CD, ese formato definitivo que nos dijeron que duraría para siempre, aunque sí nos costó un poco más dejar atrás nuestro querido walkman.
Fuimos nosotros quienes cambiamos nuestros carretes de fotos por tarjetas SD, quienes incorporamos por motivos laborales (al menos algunos de nosotros) a nuestro día a día un chisme muy molón llamado 'busca' que, oye, te daba cierto aura de respetabilidad, quienes pasamos del teléfono fijo al móvil sin demasiados traumas, los que dimos la bienvenida a Internet y los primeros que empezamos a dejar de pagar por la música gracias a Audiogalaxy y a compartir nuestras cosas con los demás MySpace mediante. Diablos, el eMule aún sigue usándose hoy día.
Y, contradiciendo ese sanbenito de vagos que nos habían colgado, fuimos muchos de nosotros, los JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados), quienes fundamos nuevas empresas de tecnología, quienes nos reconvertimos en programadores y quienes primero nos estrellamos cuando estalló la burbuja de las puntocom.
Volviendo al principio, ¿por qué si fuimos una generación tan relevante nos hemos quedado sin presencia mediática? Quizás porque jamás tuvimos un sentimiento de pertenencia a una generación como tal, al contrario que los boomers, que sí que presumen con orgullo de serlo. Hoy, en la mediana edad, lo único que compartimos puede que sea la nostalgia, por todos aquellos productos de los 80 y los 90 que definieron nuestra infancia y adolescencia. O, tal y como defiende Douglas Coupland, puede que estemos tan ocupados pagando las facturas del colegio de nuestros hijos y los cuidados de nuestros padres que no tengamos "mucho tiempo para estar a favor o en contra del sistema”.