Fue más o menos a mediados de los 80, cuando conocí a los Danza Invisible. Era una aspirante a reportera y quería comprobar, de primera mano, cómo sonaba, en vivo, una de las bandas patrias más potentes del momento. En esa época, los grupos molones brotaban como hongos. Muchos eran los llamados, pero más bien pocos los elegidos por su directo. Estos malagueños -pensé- han nacido justo para esto.
Y del madrileño Paseo de Extremadura, donde les vi por primera vez, hasta hoy. Me encuentro en el Estadio Municipal de Torremolinos, testigo de su último concierto en la localidad que les vio nacer. La prueba de sonido se alarga. Parece que el perfeccionismo de los malagueños no tiene fecha de caducidad. “Aquí estaremos lo que haga falta. Es lo mismo que para los deportistas el entrenamiento. Hay que coger fondo”.
Llevamos casi tres horas alternando un sol de justicia con inquietantes nubarrones. Manolo Rubio mira al cielo y se acerca a Antonio Luis Gil: “La lluvia te vendrá bien para la aceituna pero esperemos que esta noche no nos amargue la fiesta”. Hace muchos años que el también guitarrista de la banda comparte su pasión por la música con el amor a la huerta.
“Hay nervios. Porque esta ciudad es nuestro lugar en el mundo. Estará nuestra familia. Tantos amigos…”, cuenta Chris Navas. Nervios y más frenesí en los preparativos. Su propio mánager, David Camacho, se muestra incrédulo ante la perspectiva de que la banda se disuelva después del tirón que demuestra cada vez que se sube a un escenario desde hace 43 años.
Yo tampoco termino de creerlo y lo comento con uno de los miembros del equipo de producción que se muestra al borde de las lágrimas. “Estoy segura de que volverán”, le digo. Lo mismo le comento a Javier Ojeda, el hombre más reclamado por los periodistas a pesar de que continuará su carrera en solitario. Me insiste: “Se acabó”. En realidad, es él quien lo ha decidido: “Pero la música sigue. Nuestras canciones siguen. Y si esta gira se llama “Sin decir adiós” es porque hay que celebrar de alguna manera nuestro legado y nuestra amistad. No siento pena. Sí mucha melancolía”, añade.
Todo es diferente y sin embargo poco o nada han cambiado desde aquel Madrid colorista y canalla donde nos hicimos amigos. Desde entonces hasta hoy, he sido testigo de su carrera ascendente. Mil cuatrocientas noches de conciertos. Decenas de hits. Casi una veintena de trabajos publicados.
“Ganar en Jerez el primer Concurso de Rock Alcazaba dejó a todos boquiabiertos. Corría 1982 y todos los grupos madrileños presentes se preguntaban lo mismo mientras nos miraban saltar como locos sobre el techo de nuestra furgoneta. ¿De dónde habrán salido éstos?”, recuerdan entre risas mientras llegan a probar sonido algunos de los músicos invitados.
Sobre el escenario, mientras se afinan los instrumentos, se ajustan niveles y recuerdos, siguen rememorando: “La liábamos siempre. Daban igual bares que hoteles aunque tampoco es de lo que hoy me sienta precisamente más orgulloso” asegura Javier Ojeda.
Su primer concierto en Rockola les catapultó. Imparables. “Pasamos de una multinacional como Ariola a fichar por una Independiente Twins con la que llegó nuestro disco “Música de contrabando”. Vender 20.000 ejemplares y acaparar semejantes críticas sin pretender otra cosa que sonar como un trueno nos pilló, una vez más por sorpresa”, dice Ojeda.
Años dorados fueron dejaron paso a otros igualmente fértiles pero más discretos. Llegaban discos y más discos. Muchas canciones. Pero ninguna conseguiría ya desplazar de lo más alto del podio a “Sabor de amor”. Un tema nacido y publicado casi por azar. En 1988, fue bendecida por el público y elevada a los altares de los dobles sentidos por más que, en opinión de propios y extraños, fuesen mejores, y de lejos, muchas otras.
“Aquella canción nos catapultó al estrellato. Todo cambió. Llegué a cogerla manía porque me impedía hasta bajar a comprar el pan sin ser perseguido. Afortunadamente no duró demasiado porque hasta pensé en dejarlo”, reconoce Ojeda.
Una carrera musical que dura cuatro décadas no la explica una sola canción, pero hay que reconocer que un clásico como ése mantiene encendida la mecha. Permite viajar “Sin aliento” hacia el futuro. A velocidad constante. Ir sumando emociones. Multiplicar amigos, kilómetros, escenarios.
Dice el bolero que veinte años no son nada. Y digo yo que cuarenta sí serán más que suficientes, máxime en lo que al pop rock se refiere; ni te cuento ya trasladados a estos días donde nada permanece y todo dura un segundo, según “Las reglas del juego”.
No debe ser fácil digerir un punto y final para unos músicos de raza. “No habrá fiestas para mañana”. No. La guitarra de Antonio Luis Gil se jubila y quién sabe qué pasará con la de Manolo Rubio.
Parece que el bajo de Chris Navas seguirá sonando en buena compañía mientras que Javier Ojeda se centrará, únicamente, en su carrera con otros músicos. Y ahí seguirán también, entre amplis, batería, guitarra y mesas de sonido: Nando Hidalgo, Miguelo Batún, Paco Vilchez y Dani Pinedo. ‘Quiero volverte a ver. Quiero volverte a ver’…
“Si tú no estás qué poco tengo” ¿Renovarse o morir? Lo cierto es que sus conciertos siguen siendo reclamados.
Los nuevos tiempos les han regalado una bien merecida Medalla de Andalucía. Y una preciosa película que capta su esencia mediterránea. Hedonismo, en el poderío de aquellos años bárbaros y felices; la inmortalidad de sus melodías pop y sus ocurrencias punk.
“A este lado de la carretera” se llama el documental, dirigido por Regina Álvarez y José Antonio Hergueta, que desde 2021 les hace sonar de cuando en cuando, también en los cines. Contundentes y juerguistas. Es también el título de su versión de Van Morrison que, en España, llegó a superar en ventas a la original, para asombro del músico irlandés.
En palabras de Javier Ojeda, “resulta insólito en España un grupo como éste. Nos hemos mantenido en ruta prácticamente con la misma formación, desde 1982. El secreto está en la amistad que nos une. Sólo hubo un parón sabático en 2023. Lo necesitaba. Estaba achicharrado”
“Diez razones” para vivir y hasta diez mil habría para invitarles a volver a un estudio de grabación. Pero ni tanto viento a favor les ha empujado a hacerlo.
Cuesta pensar en “El fin del verano”. Julio será el primero de todos los meses venideros que vivirán los Danza cada uno por su lado. Ricardo Texidó, miembro fundador del grupo, ya inició su propio camino en 1994. Ricardo Corazón “En guerra”.
Aunque, entre las mantas, volveremos a escuchar sus temas…Por ahí se marcha, “Por ahí se va”. Y abrirán muchas barras de bar pero “El club del alcohol” nunca volverá a sonar igual sin sus socios de honor.
“Hay un lugar” entre mis sueños. Para ti. Vuela. Lo encontrarás, por ejemplo, en el camino que va de la Plaza de La Nogalera a la calle Casablanca, donde se situaba el desaparecido Bar Capote.
La música de Danza Invisible volvería de forma multitudinaria a dicha plaza, en 2015, después de doce años vetados por el equipo municipal. ¿Os podéis imaginar lo que fue aquello? Pura euforia. Casi tanta como la derrochada en un rincón cercano muy frecuentado por británicos. El bar lo regentaba, en 1981, el padre de Cristobal Navas, bajista del grupo. En su sótano empezaron los ensayos. Sonaban temazos en inglés. Mucha new wave. Y entre botellín y botellín, nacieron las primeras canciones.
Treinta años y pico separan ambos puntos. Poco más de doscientos metros. Dos minutos de paseo. Pero Torroles, como les gusta decir a ellos, les ha dado mucho más que una calle con su nombre -incluída en ese trayecto-.
Y “Así marchamos a la gloria”. Es sábado. 8 de Junio de 2024. Las puertas del estadio municipal se abren para la ocasión. Largas colas desde las siete de la tarde para acceder al recinto. Esta vez, quienes juegan en casa pertenecen al municipio pero no son el Juventud Torremolinos Fútbol Club.
La banda salta al campo pasadas las diez de la noche a los compases de “Tu voz”. Más de cinco mil personas corean este hit ochentero “hey, hey, hey, hey “ a cada baquetazo de Miguelo Batún. El sinuoso bajo de Cris Navas le sigue. Nunca sonó más elegante una explosión “Tu voz y cada instante de amor revela pasión y tu voz, la escucho tronar en mí, como un gong”.
El concierto más largo de Danza Invisible en 43 años de carrera. “Tu voz en mí es mi salvación. Tu voz en mí es tu bendición”. Toda una declaración de intenciones encabezan dos horas y media delirantes
“Estamos reventados de emoción. Ha sido una noche increíble después de semanas muy intensas. Entrevistas, llamadas, reencuentros, recuerdos. Al final ya no contestaba mensajes. Ni cogía el móvil. Era imposible", me confiesa Chris Navas.
Los últimos rezagados abandonan el estadio de madrugada. Los músicos, pasadas las tres. Esta vez, el equipo local se ha mezclado sin problema con el equipo visitante: fans llegados de toda España entre los que me cuento. Sabíamos que íbamos a perder y aun así estamos contentos por todo lo que hemos ganado. En nuestra camiseta pone “El joven nostálgico”… pero ésa es ya otra canción.