Puede discutirse si los ochenta fueron la mejor época del pop español. Lo que nadie duda es que fue la más divertida. Mientras el país se desperezaba tras cuarenta años de nefasta dictadura, la cultura, y en particular la música, mostró al mundo que España era un país moderno y transgresor. De los cantautores de pantalón de pana y el 'aburrido' rock progresivo se pasó a una fantasía de plástico rosa, laca y maquillaje y canciones de tres minutos que no decían nada y lo decían todo. Fue la edad de oro del punk, del pop desenfadado, del rock siniestro, de garitos que hoy aparecen en las guías de Lonely Planet. De la Movida madrileña y de otras de fuera de Madrid. Una etapa irrepetible, que dejó en la cuneta a grandes talentos por culpa de las drogas y encumbró a otros que siguen en activo.
Una frase muy conocida, que se atribuye a varios famosos de Estados Unidos (entre ellos, Robin Williams o el músico Paul Kantner), reza: “Si recuerdas los sesenta, es que no estuviste allí”. Aun a riesgo de toparnos con un equivalente caso de amnesia colectiva, hemos pedido a dieciséis supervivientes de la nueva ola musical que recuerden para Uppers cómo fueron los ochenta.
“Lo que ocurrió en la música en los ochenta fue la consecuencia natural del cambio político en el país”, dice Rafa Sánchez, que irrumpió al frente de La Unión en 1984 con el álbum Mil siluetas. “Tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, gente que tenía muchas inquietudes en el ámbito cultural, como Pedro Almodóvar, Carlos Berlanga, Antonio Vega…, empezaron a mover el panorama. Fue un momento especial. Todo el mundo quería que funcionara. Había mucho libertinaje, más que libertad: no había casi normas”.
Aunque para el carismático cantante, aquella época tuvo también cosas negativas. “Ese mundo nuevo no era perfecto. Se llevó a mucha gente por delante por desinformación, ya fuera por drogas, por descontrol. Aun así, pienso que fueron unos años mágicos”.
El guitarrista vivió la movida desde el minuto uno: militó en Zombies, grupo que en 1980 dejó a la posteridad el fabuloso single “Groenlandia”. Tras dos álbumes, formó el dúo Álex y Christina, que llegó a representar a España en el festival de la OTI y publicó otras canciones inolvidables, como “¡Chas! Y aparezco a tu lado” (1988) y “El souvenir” (1989). “Las multinacionales fichaban a todos los artistas, fueran como fueran”, explica.
“Había una especie de agenda para dar una imagen de cambio real, moderna, divertida y de color, empezando por la cultura. De repente surgió una España multicolor y se produce un aperturismo que nadie puede negar que fue positivo. Pero sin ser nada del otro mundo, se nos mitificó. La movida era más un movimiento de pintores, escritores y cineastas que meramente musical, y desde luego no solo fue madrileña. Hablar de Movida madrileña me parece infravalorar lo que se hizo en otras ciudades. A mí me parece la movida de Vigo más interesante que la madrileña”.
Duncan Dhu encabezaron la tercera o cuarta ola de la nueva ola. Con su pop de inspiración británica, debutaron en 1985 en el sello independiente GASA y lograron una enorme popularidad, hasta convertirse en un grupo de fans.
”En realidad todos los que empezamos en los ochenta éramos independientes, y grabábamos para compañías independientes. Pero Duncan Dhu nos hicimos muy grandes y se nos tildó de comerciales enseguida. Fue todo muy divertido. Todo valía, todo era de color chillón. Duncan Dhu es hijo de la movida; en ella no participamos. Pero la mitad de los ochenta fue muy bonita, aunque a finales de la década todo desapareció”, dice su cantante, Mikel Erentxun.
Tras ganar el certamen de rock Villa de Madrid en 1984, La Frontera publicaron su primer disco en 1985 y en las postrimerías de la década, en 1989, grabaron “El límite”, clásico donde los haya del rock español. La opinión de Javier Andreu sobre la música de los ochenta se centra en lo que supuso de ruptura con respecto a lo que sonaba la década anterior.
“Creo que la gente estaba muy bien posicionada con Serrat, Iceberg, Leño, Ñu, Paracelso, Unión Pacific, y bastantes grupos más que tocaban de la hostia… Por mi experiencia, vi que de repente surgieron grupos con una frescura y una calidad inusules. Tequila marcaron la frontera entre esos dos mundos. De repente se volvió todo más sencillo. Tres o cuatro cambios. Lo que me parece una injusticia es que a grupos como Asfalto y muchos más, que empezaron en los setenta, se los excluyera de la movida”. Y añade: “Hoy echo de menos esa frescura. Es complicado que te saquen un disco sin pertenecer a la basura actual que ponen en la tele”.
Hacia 1983, la movida se escindió en dos bandos: los grupos despectivamente denominados “babosos” (Los Secretos, Nacha Pop, Mamá) y otros, más iconoclastas, que se hacían llamar las “hornadas irritantes” (Glutamato Yeyé, Derribos Arias).
El bloque disidente acabó desplazando al más ortodoxo, razón por la que José María Granados, legendario cantante y compositor de Mamá, se ve fuera de lo que hoy se entiende por movida. “Nos separamos en enero de 1983, antes de que surgiera el fenómeno mediático de la movida. El apoyo institucional no lo vivimos. Es cierto que había otro núcleo en la movida y nosotros no formábamos parte de él: el círculo del cine, la pintura, el diseño, el piso de Las Costus, Carlos Berlanga, el ambiente homosexual… Sinceramente, pienso que la movida fue eso. Nosotros nos dedicábamos solo a tocar y hacer canciones pop”.
En 1986, Mercedes publicó su primer disco en solitario, Entre mi sombra y yo, al que seguiría el imprescindible Tengo todas las calles, de 1988. Entró así por derecho propio en la escena musical de la segunda mitad de los ochenta, desenfrenada y hedonista. Recuerda aquel ambiente como “increíble, muy intenso, maravilloso”. Vivió a tope las largas noches en las terrazas del paseo de la Castellana en compañía de Nacho Cano (“era el rey del mambo”), Marta Sánchez (“nadie lo sabe, pero nos hicimos amigas íntimas”), Miguel Bosé, Tino Casal…
“La gente era guapísima, las drogas muy buenas, el éxtasis muy bueno… Fue un momento único de lo que se llamó la beautiful people. Mi disco Tengo todas las calles estaba impregnado de esa atmósfera. No paré de ir a Barcelona, a Ibiza… No me arrepiento de nada. Lo viví con una intensidad tan grande, incluso el peligro… Me dio tantas ideas… El miedo a morir incluso”.
¿Qué opinan de la movida los rockeros, quienes, aunque arrastraban a más seguidores, se quedaron fuera del foco mediático? Nadie mejor que Fortu, el cantante de Obús, para explicarlo, entre otras cosas porque en aquellos burbujeantes días tenía un pie en el heavy y otro en el pop (Tino Casal produjo sus primeros discos).
“El rock era la música que el extrarradio de Madrid necesitaba: Vallecas, Carabanchel, Aluche, Moratalaz… Lo de la movida… Realmente éramos nosotros. Éramos los que llenábamos estadios. Podríamos haber reivindicado la movida, pero lo hizo la gente del pop y por eso se asocia con ellos. Luego estaba la movida de la noche, que ahí sí eran ellos, con sus fiestas en el Rockola. Yo he estado en el Rockola también, y en muchas salas. Iba con Tino Casal, al que adoraba. Allí había más vicio, y es una pena, porque mucha gente se ha ido por consumir lo que no tenía que haber consumido”.
Fue un icono de la movida, acaso más por su imagen de chulazo torero que por su música. Introdujo, eso sí, los ritmos latinos en un momento en que todo el mundo prefería mirar a Europa o Estados Unidos, lo que le valió que algunos se tomaran a broma su propuesta al frente de Los Coyotes.
“Era una cosa tan rara que a alguien no le gustase Berlín, Londres y Ámsterdam, que era alucinante. Yo no me como una mierda, pero mi ideología ha triunfado: hoy en día, todos los anglosajones se tragan el reggaetón a mazo. Ha triunfado la música latina y yo fui el ideólogo. Mi victoria es pírrica, porque no me he llevado un duro, pero soy el ideólogo, porque el triunfo de la música latina es patente, le joda a quien le joda”. ¿Cómo describe los ochenta? “Fue una década en que a determinados gremios se dio la misma bola cultural que hoy se da a los cocineros. El Ferrán Adrià de los ochenta era el peluquero Tito”.
A principios de los ochenta, Madrid se autoproclamó capital cultural del mundo. Y al final de la década, en 1989, The Refrescos le pusieron una pega: no tenía playa. Así vivió aquellos días su cantante y compositor, el gallego Bernárdez, afincado en Madrid.
“Rompió con la España en blanco y negro, algo importante aunque fuera superficial. Por las noches coincidíamos los mismos en los mismos sitios. Yo salía solo, y un día acababa con el grupito de Alaska, Almodóvar y McNamara, otro con distinta gente… A mí me parecía impresionante. Venía de Vigo, de unos años, los setenta, en que lo que había eran barbudos reivindicativos e hijos de fascistas con pistolas”.
El grupo de Barcelona supo hacerse un hueco en la vorágine posmoderna de la nueva ola musical tocando música inspirada en el rock de los años cincuenta. Tras un primer disco publicado en 1981, Cerveza, chicas… y rockabilly!, Segarra se fue a la mili; a su regreso comprobó cómo todo había cambiado.
“Ya se emitía La bola de cristal, Los 40 Principales programaban grupos nacionales… Pero en 1981, cuando empezamos, todavía no había petado. Estuve cuatro años viviendo en la capital, y fue cuando empezó la movida”. En su opinión, lo mejor de la música de los ochenta es que aunaba diferentes tribus, de punks a rockers, de heavies a góticos. “En Barcelona convivíamos sin ningún problema. Compartíamos la misma actitud. Era como: ‘Yo llevo tupé, tú llevas cresta, pero estamos por lo mismo”.
La Guardia debutaron en 1985 con Noches como esta, continuando la estela de otras bandas anteriores. “Fue muy importante la labor que hicieron grupos como Los Secretos, otros que surgieron antes de la movida, como Burning y Tequila, e incluso algunos como Trastos o Sisí, que nunca salen en los recopilatorios. Esa generación abrió el camino para que otros siguiéramos su senda”, dice su cantante, Manuel España, autor de éxitos como “Mil calles llevan hacia ti” o “Cuando brilla el sol”.
“Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor —añade—, pero es que este realmente lo fue. Salíamos de una dictadura gris, de la España del NODO, no había color, y hubo un despertar alucinante”. En su Granada natal, también había movida. “Grupos punks, alternativos, vanguardistas, rockabillies… tribus urbanas. Había color y calor humano, de salir en pandilla. En un mismo día podía escuchar a Sindicato Malone, a Barón Rojo, a Glutamato Yeyé o a Nacha Pop”. Lamenta la cara negativa de aquel movimiento: “Por las drogas muchas bandas se quedaron en el camino”.
Junto con Obús, Barón Rojo, también estandartes del heavy en España, fueron los grandes damnificados por la explosión del pop. Ellos cardaban la lana, pero otros se llevaron la fama. “Los artistas de pop iban acicalados, bien vestidos, pero eran más heavies que nosotros. Sus miserias no salían a la superficie”, dicen los hermanos Carlos y Armando de Castro.
“A los rockeros, más feos y melenudos, se nos presentaba como gentuza. La mayoría [de los músicos de pop] era gente bastante normal. De repente te encontrabas a alguien un poco marciano, que no sabías de qué iba, te miraba un poco raro… En aquellos programas de televisión de Nochevieja coincidíamos con artistas muy diferentes, y nos lo pasamos muy bien. Al final la farándula unifica: todos nos chupamos carretera, horarios locos… No hemos tenido enemigos musicales”.
Desde Málaga, Danza Invisible irrumpieron en 1983 con Contacto interior y rápidamente se hicieron un hueco entre lo más granado del pop nacional. “En los ochenta éramos niñatos todos”, dice su cantante, Javier Ojeda. “Fueron un tremendo colocón, pero muy positivo. Una explosión de colorines. Un montón de adolescentes de pronto descubren que Franco ha muerto y se convierten en la primera generación que crece en libertad total. Nos fijábamos en todo lo que había fuera de España: Londres, Nueva York…", explica.
Y añade: "Todos pensábamos: ‘Yo no quiero esta España casposa’. Epatar era muy importante. Además, todos teníamos muy claro que debíamos cantar en castellano. Metíamos en las letras toques de intelectualidad… Los grupos de esa época compartimos ese aire pedante y por otro lado inocente, y también muy transgresor, algo que reivindico totalmente”.
Llegados a Madrid a finales de los setenta desde Badajoz vía Londres, adonde había emigrado su madre, Nacho y Javier Campillo se encontraron en la capital una vorágine deslumbrante. “Durante diez años la cabeza nos estallaba”, añade Javier, el mayor de los hermanos.
“Era como abrir sobres de cromos sin saber cuál era el objeto del álbum: todo era sorprendente”. Empezaron cantando en inglés y grabando en una compañía independiente —con el disco Spanish shuffle, de 1988—, por lo que se les puede considerar precursores de la escena indie, que curiosamente poco después desplazó a los grupos de la movida.
Gabinete Caligari es, sin duda, una de las grandes bandas de los ochenta. Comenzaron en 1981 practicando postpunk para evolucionar hacia un sonido cañí que los transformó en fenómeno de masas. Su batería, Edi Clavo, analiza la nueva ola como una progresión de la música de los setenta. “La movida es la sublimación comercial del rollo”, opina, en referencia al rock hippy de la década anterior.
“En el rollo, el rock, las drogas, la marginalidad estaban latentes. En la movida todo eso no solo salió a la superficie, sino que se hizo comercial: se vendió esa actitud hedonista. Pero el cimiento de la movida está en el rollo. Los grupos de la movida técnicamente eran peores, pero la actitud se equiparó con la técnica. En los setenta daba igual la imagen, lo importante era que tocaras bien. En los ochenta valía con tocar más o menos, pero también era importante tener un atractivo visual”.
En la música de los ochenta todo tenía cabida; si no, que se lo pregunten a José Luis Moro (Un Pingüino en mi Ascensor), que apareció en 1987 con un teclado con bases pregrabadas y unas letras cargadas de humor tontorrón y, así y todo, tuvo una entusiasta acogida.
“Para mí fue maravilloso —dice—, porque yo arrancaba como tantos otros que se dedicaron a la música, como un fan que va a conciertos, ve a los que están subidos en el escenario y piensa: ‘Yo quiero ser ese’. Mis grupos favoritos de la época eran Los Nikis, Los Pegamoides, Siniestro Total, Aviador Dro… Y como yo ya hacía canciones, el poder vivir todo eso fue como, ¡joder! Pensaba: ‘No creo que lo consiga’, pero el llegar a sacar un disco en DRO, que era la compañía cuyos discos compraba, para mí fue algo muy especial. No viví el éxito muy alocadamente. Fue muy divertido, pero no me metí en las drogas ni nada de eso”.