Niña Pastori, toda una vida cantando: "Echo de menos a mis hijas, están en una edad muy bonita"
Tras actuar en Estados Unidos y Puerto Rico, la popular cantaora gaditana cierra la etapa de ‘Camino’ con conciertos en España de julio a septiembre.
Con 12 años cantó con Camarón y a los 17 grabó su primer disco: “Mientras mis amigas salían de fiesta, yo estaba de gira”, dice.
Muy joven empezó su relación con Chaboli, con quien lleva casada desde 2002: “Pasé de niña a mujer, totalmente”.
Niña Pastori (46 años) acaba de regresar de una breve estancia de veinte días en Estados Unidos y Puerto Rico en la que ha ofrecido allí algunos conciertos, ha concedido entrevistas y visitado estudios de grabación. Apenas ha tenido tiempo para hacer turismo: casi todo ha sido trabajo, trabajo y trabajo. Vuelve con muy buenas sensaciones, que se unen a las que le proporcionó su viaje a México, donde estuvo justo antes. “Llevar tu música y lo que eres fuera de tu país es guay”, dice. “El público en esos países es muy agradecido. El flamenco para ellos es una música muy atractiva, muy distinta a lo que conocen, y les gusta mucho”.
No echó en falta los potajes ni las frituras de su tierra (“mi paladar ya se ha acostumbrado a todo”, asegura), pero sí, y mucho, a sus hijas, Pastora, que está a punto de cumplir 16 años, y María, cerca de los 12. A veces vuelan con su madre; en esta ocasión no.
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Comunicarse con ellas por Zoom, como hicieron de forma habitual, no era suficiente. “Tengo que hacer un esfuerzo cuando me separo muchos días de mis niñas —explica—, ahora que están en una edad muy bonita. Compartimos muchas cosas como chicas, nos vamos de compras, nos lo pasamos muy bien juntas, y eso lo echo de menos, aunque como cualquier madre o padre que pasa tiempo fuera de casa”.
“Cuando somos madres —añade— se nos complica la logística, pero también por cuestión nuestra: como madre, quieres estar encima cuando los niños son pequeños, queremos cuidar nuestro tesoro más preciado. Pero no me puedo quejar. Se tendrán que quejar las mujeres en África. Nosotros lo llevamos como mejor se puede. Esta profesión no es compatible con la familia. Con los hijos hay que estar, tanto los padres como las madres o quien se ocupe de su educación. Y esta profesión te invita a no estar. Es complicado”.
Presume de ser una mujer corriente, muy de su casa y su familia. Una mujer corriente, sí, pero con un trabajo atípico. “Intento tener una vida organizada”, afirma. “Soy muy organizada con mi vida personal. Pero esta profesión obliga a estar abierta a la espontaneidad. No es un trabajo de oficina. Tengo días que no canto ni viajo y estoy en casa sin hacer nada de lo mío, pero hay días de trabajo que empiezo a las siete de la mañana, maquillaje, fotos, entrevistas, conciertos, y me acuesto a las dos de la mañana. Lo llevo bien, me gusta mucho y me compensa”.
Un día cualquiera en su vida
Cuando no está de gira o grabando, sus convecinos de San Fernando (Cádiz) se la encuentran con frecuencia en el mercado, paseando por calles y playas o asistiendo a los partidos de baloncesto de su hija pequeña, María. En casa suele ser la primera que se levanta por la mañana. “Preparo el desayuno y me gusta llevárselo a las niñas a su habitación”, describe. “Chaboli se acuesta muy tarde. Tenemos el estudio en casa y siempre estamos trabajando. Se levanta con los pelos muy locos y las lleva al instituto. Cuando vuelve, se acuesta otro rato. Yo me quedo en casa y luego desayunamos los dos tranquilos”.
A continuación, María y Chaboli (el músico y productor Julio Jiménez Borja) planifican la fornada. “Si hace falta algo, me gusta ir al mercado y comprar el pescado, la carne… Me gusta hacer planes: ‘Hoy vamos a hacer un arrocito’. Las tardes las dedicamos a las niñas”. Dedicar las tardes a las niñas significa llevarlas y recogerlas si han quedado con amigas o cuando tienen extraescolares o entrenamientos. “Chaboli está por las tardes de taxista absoluto. Lleva a Pastoria a donde haya quedado con las amigas y cuando ella le dice:; ‘Papá, ven a por mí’, la recoge. Él dice como protestando: ‘¡Ahora me pongo la gorra de taxista!’, pero después lo hace feliz”.
Dice, no sin cierta añoranza, que cuando ella era niña, el deporte se hacía jugando en la calle. “Ahora lo practican en polideportivos. Mi Mariquilla está en baloncesto y vamos a ver los partidos cuando podemos… Nos reímos mucho, porque me pongo muy escandalosa gritando y animándolas. Ella me dice: ‘¡Mami, me traes suerte!’. Lo pasamos muy bien. Pastora está en una edad en la que debe dedicar más tiempo a estudiar”. De momento las niñas no han mostrado interés por dedicarse a la música como sus padres. “Les encanta, y cantan bien. Tienen oído y afinan. Pero no veo que vayan a tirar por ahí. Que sean lo que quieran mientras les haga felices”, apostilla.
Niña Pastori y Chaboli contrajeron matrimonio en 2002, hace ya veintidós años. Se conocieron en 1998, cuando ella acababa de cumplir los veinte. Son ejemplo de estabilidad, tanto marital como profesional: desde que Chaboli empezase a trabajar a su lado en 2001, mientras preparaban su cuarto disco, María,, no han dejado de colaborar. “Pasamos mucho tiempo juntos: viajamos juntos, estamos en el estudio juntos… Secreto no hay. Lo principal es el respeto. Respetarnos el uno al otro, respetar los espacios… También influye la suerte de dar con la persona adecuada en la vida. Chaboli respeta mi parcela y yo la suya. Él lo ha vivido de niño, porque su padre era artista [Jero, de Los Chichos], y sabe lo que implica esta profesión”.
La adolescencia perdida
María Rosa García García (su nombre real) fue niña prodigio del flamenco. Con cuatro años ya acompañaba sobre las tablas a su madre, Pastora, cantaora gitana aficionada (su padre, José, era militar payo). A los ocho se inició en el circuito de concursos y festivales flamenco; su incipiente fama llegó a oídos de Camarón de la Isla, quien quiso escucharla y, fascinado, la invitó a cantar con él, cuando la niña tenía 12 años, en el Teatro Andalucía de Cádiz. Tan sensacional carta de presentación le abrió todas las puertas. Tras Camarón, fueron Paco Ortega y Alejandro Sanz quienes se interesaron por su arte. En 1996, el primer disco de Niña Pastori, Entre dos puertos (que contenía la memorable “Tú me camelas”, compuesta por Paco Ortega) se presentó entre alharacas en la sala Caracol de Madrid, con presencia de Alejandro Sanz y masiva afluencia de medios.
Niña Pastori recuerda ahora aquella época con cariño. “Fue muy bonita. Todo era nuevo para mí. Siempre me he sentido querida y arropada por la profesión, por los compañeros. Incluso por Camarón, que ha sido y será el artista más grande del flamenco, junto con Paco de Lucía. Alejandro siempre me ha acompañado desde el principio. Eso sí que era paliza, no lo de ahora. No había móviles ni Zoom. Había que ir a las radios, a los periódicos. Había que moverse”.
Sin embargo, su temprana entrada en el mundillo de la música le imposibilitó tener una adolescencia como la de la mayoría de chicas. “Claro que me he perdido cosas. Mientras mis amigas salían de fiesta, yo estaba de gira. Antes de empezar con mi primer disco, cuando participaba en concursos y festivales, mis amigas iban a la feria, se montaban en los cacharros, y yo no podía ir porque al día siguiente debía cantar y no podía gritar. Coincidió, además, con el cambio de voz. Debía cuidarla y no podía tomar un helado, ni un refresco con mucho hielo… Mi madre me decía: ‘No, María, que mañana tienes que trabajar”. En ese contexto, conoció a Chaboli; se hicieron novios y se casaron. “Pasé de niña a mujer, totalmente”.
Aunque añade: “He renunciado a muchas cosas, pero es verdad que me ha compensado. He vivido otras cosas a cambio, como viajar. Es una profesión bonita en ese sentido. Cada día es diferente. La rutina agota. La música me ha dado con creces otras cosas, no sé si mejores pero sí diferentes”.
Lo que en su día fueron unos prometedores comienzos se han convertido en una larga y sólida carrera avalada por una docena de discos y cinco premios Latin Grammy, el último concedido en 2023 por su trabajo más reciente, Camino. En estos días, además, presenta un nuevo disco, el EP Nunca me fui, segunda parte de su proyecto Raíz, el trío que forma con la mexicana Lila Downs y la argentina Soledad. Mujer moderna y de mundo, María no cree, sin embargo, que en el flamenco sea necesario reivindicar la igualdad de género. “La mujer en el flamenco siempre ha tenido su sitio”, observa. “Nunca he sentido el machismo. Es verdad que ahora estamos en un momento delicado, en el que todo hemos de tocarlo con cuidado, porque siempre hay alguien que se molesta, aunque no pretendas hacer daño”.
Presentó Camino con una treintena de conciertos por toda España. Después de viajar a América, se dispone a rematar la gira del disco con otra tanda de actuaciones en nuestro país, catorce en total, de julio a septiembre. “Vamos a hacer un repertorio distinto”, anticipa. “Habrá cosas bonitas y algún artista invitado para despedir este disco que nos ha dado muchas satisfacciones”. Será el final del Camino, antes de emprender otro nuevo.