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Cuando Paco de Lucía se bloqueó tras grabar el concierto de Aranjuez: "Una angustia horrorosa"

En 1991 Paco de Lucía ya estaba considerado como uno de los mayores renovadores de la guitarra de todos los tiempos. Disfrutaba de fama, reputación y dinero, pero lo que motivaba al genio de Algeciras eran los retos creativos. Y lo que le horrorizaba era repetirse a sí mismo. Por eso se embarcó entonces en la ambiciosa empresa de interpretar 'El Concierto de Aranjuez', la famosa obra clásica del maestro Joaquín Rodrigo, uno de los desafíos más difíciles de su carrera, tras el cual se sumergió en un vacío existencial del que le costó salir.

Un desafío monumental

Para el guitarrista, enfrentarse a los tres movimientos de la monumental obra escrita por Rodrigo en 1939 tuvo mucho de agobio y frustración, porque tuvo que hacerlo sin saber solfeo, algo que acomplejaba al de Algeciras, "igual que le acomplejó durante mucho tiempo no tener cultura", nos puntualiza el periodista César Suárez, autor del libro 'El enigma Paco de Lucía' (Lumen). El músico suplió esa carencia con su intuición natural, tesón y mucho trabajo, aprendiéndose la partitura de memoria.

La presentación en vivo en el Teatro Bulevar de la localidad madrileña de Torrelodones tuvo lugar el 25 y 26 de abril de 1991, y el guitarrista estuvo acompañado por la Orquesta de Cadaqués, dirigida por Edmon Colomer. Entre la audiencia, numerosas leyendas de la guitarra flamenca e incluso el mismísimo maestro Rodrigo. Aquello quedó grabado en la memoria de los aficionados al flamenco y la clásica como uno de los momentos más memorables de la música española. Posteriormente se publicaría en disco junta otras tres piezas de la suite para piano 'Iberia', de Isaac Albéniz.

La tristeza del corredor

De Lucía tenía 44 años cuando hizo el Concierto de Aranjuez. Según Suárez, "es posible que Paco empezara a identificar entonces la 'tristeza del corredor' de la que habla el japonés Haruki Murakami", uno de los escritores favoritos del guitarrista. Concretamente, se sentía muy identificado con sus memorias 'De qué hablo cuando hablo de correr', en cuyas páginas daba con una de las piedras de toque del pensamiento de Paco. "Cuando pienso en la vida, a veces tengo la impresión de que no soy más que un tronco a la deriva, arrastrado por las aguas hasta una playa", escribía Murakami. Igualmente el músico creía que él no era dueño de su rumbo y simplemente aceptaba la corriente de la vida.

Cuando el japonés hablaba de la tristeza del corredor se refería a ese momento en el que sentía que correr ya no le resultaba "algo despreocupado y divertido como antes". Un sentimiento en el que De Lucía podía reconocerse en aquel momento de su vida. "Me entra alegría cuando sale algo bonito, y a continuación me deprimo otra vez. Es una angustia horrorosa", cuenta Suárez que decía el músico, frustrado porque tenía muchas ideas en teoría fantásticas en la cabeza pero que al llevarlas a cabo no parecían valer nada.

Un perfeccionismo obsesivo

A esa angustia había que unirse un perfeccionismo "hasta la obsesión", aunque esa autoexigencia en el fondo sea "un rasgo común a los grandes creadores", según Suárez. "Sé que he llegado lejos pero cada día tengo más miedo. La gente espera malabarismos de mí, la responsabilidad es muy grande y yo tengo más años. Menos mal que con el tiempo aprendes a controlar los nervios y utilizarlos como una energía a tu propia conveniencia", contaba entonces el de Algeciras.

De Murakami también aprendió que cuando nos devora la duda todo lo que podemos hacer es seguir corriendo. Por eso se embarcaría en una gira por EEUU con el Sexteto durante la cual se grabaría el disco en directo 'Live in América' (1993). Y acto seguido, para espabilarse y no seguir haciendo lo mismo, volvería a reunirse con John McLaughlin y Al Di Meola para "pelearme en el escenario con dos guitarristas gigantes y sentirme vivo". De ahí saldría otro disco en directo, secuela del clásico 'Friday Night in San Francisco' quince años después.