Fran Healy, líder de Travis: "Yo hice llorar a Liam Gallagher"
El cantante de la banda escocesa, que publica su décimo disco (‘LA Times’), se abre en canal para Uppers y habla de su hijo, su dura infancia, el amor, el humor y la muerte.
“Mi familia tenía problemas. En mi casa había violencia y ruidos fuertes. Detrás de mis canciones, más que un esfuerzo artístico, hay una necesidad de cavar y cavar”.
Se cumplen veinticinco años de ‘The man who’, álbum en el que Healy plasmó su amargura: “Había fallecido mi abuelo, que era como mi padre, y mi novia me había dejado”.
Después de Oasis y antes de Coldplay hubo en Reino Unido una especie de interregno musical que tuvo en la banda escocesa Travis uno de sus más destacados exponentes. Quien haya crecido con el rock británico de los noventa seguramente se habrá conmovido con canciones como “Why does it always rain on me?”, “Turn”, “Writing to reach you” o “Driftwood”, todas ellas de su aclamado segundo disco, The man who (1999), que estuvo ¡nueve semanas! en el número uno de los más vendidos en las islas. Veinticinco años tras aquella fabulosa convulsión, los cuatro miembros originales del grupo —que no han dejado de grabar discos ni hacer giras juntos en todo este tiempo— ponen en circulación su décimo trabajo, LA Times.
Por tal motivo, nos ponemos al habla con Fran Healy, líder de la banda, cantante, segundo guitarrista y compositor en solitario de la inmensa mayoría de los temas (letra y música) de Travis. Y lo que podía haber sido una trivial charla sobre el nuevo álbum y la carrera del grupo se convirtió en una emocionante conversación en la que Healy, jovial, con el pelo rojo fuego y en excelente forma a sus 50 años, ríe, llora, se relaja hasta contarnos detalles íntimos de su vida y reflexiona sobre cuestiones que nunca antes se había planteado; porque, como nos confiesa, nunca antes se las habían preguntado.
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Apreciará el avispado lector el juego de palabras del título del disco, que replica el nombre del célebre periódico de Los Ángeles pero que, en sentido literal, significa “tiempos de LA”. Pese a que Healy procede de Glasgow —realmente es inglés; siendo aún muy pequeño se fue a vivir a Escocia con su madre recién divorciada; es oír su acento y uno se lo imagina con una falda a cuadros—, desde 2016 reside en California (antes pasó cinco años en Berlín).
Tras su reciente divorcio, Healy reside en el centro de Los Ángeles; su exesposa, la fotógrafa Nora Krist se ha trasladado al barrio de Highland Park; y han comprado un estudio en Venice para el hijo de ambos, Clay, que ya tiene 18 años. “Tanto su madre como yo nos alternamos para pasar temporadas con él”, dice el músico.
Asegura Healy que es su hijo Clay quien le enseña música a él, y no al revés. “Cuando tenía 12 años me dijo: ‘Papá, no me gustan nada The Beatles. Los odio. Odio toda la música’. Cuando cumplió 16 se enderezó. Me dijo: ‘¿Podemos sacar el tocadiscos del trastero?’. Le pregunté: ‘¿Qué quieres escuchar?’. Y me dijo: ‘The Beatles’. Más adelante me pidió que le enseñara a tocar la guitarra. Ahora además tiene una batería en su casa, a donde van sus amigos y hacen mucho ruido. Le gustan Ween, Bob Marley, Fontaines D.C., y soy yo quien a veces le pregunta: ‘¿Qué es eso que suena tan bien?”.
Quizá por ello, Healy se muestra optimista con el futuro del rock: “Está en un momento interesante. Los chicos están volviendo a tocar instrumentos. Que un chaval de 17 años esté tocando, escuchando cosas nuevas y también a los clásicos, a Lou Reed, a Bowie, a The Beatles, simplemente es maravilloso. No solo tienen a su disposición la colección de discos de sus padres sino toda la música bajo el sol. El otro iba en el coche con Clay y me puso una música árabe asombrosa. Era el grupo de un amigo suyo, libanés. La curiosidad nunca morirá. En seis años verás una ola de música de guitarras comenzando de nuevo”.
Una relación a distancia
La distancia geográfica entre Healy y el resto de la banda, que sigue viviendo en Reino Unido, viene marcando la forma de trabajar del cuarteto desde que el cantante emprendió su diáspora. “Hago una maqueta de cómo podría sonar cada tema —explica— y después se la envío a los chicos. Nos juntamos en el estudio y ellos aportan sus ideas, lo mismo que el productor.
En este álbum en concreto pasé todo el material al productor, Tony Hoffer, y él se hizo cargo de todo. Lo grabamos en un estudio de Burbank que era propiedad de Dave Bianco, productor de Teenage Fanclub, Primal Scream o Lucinda Williams. Bianco falleció hace seis años, y su familia alquila el estudio. Tiene un material vintage alucinante, incluido un piano antiguo de un bar de jazz de Chicago. Entrar en ese estudio es como pisar una tienda de equipos musicales del pasado”.
La autoría de las canciones de Travis ha evolucionado con el tiempo. Fran Healy era el único compositor en los primeros discos; durante una larga temporada, Andy Dunlop (el rudo guitarrista) y Dougie Payne (el espigado y atildado bajista) aportaron sus propios temas; desde 10 songs (2020), el álbum que precede a LA Times, Healy ha recuperado el bastón de mando. ¿Cómo se discutió ese proceso internamente?, le pregunto, pues en los grupos ese trajín suele generar mal rollo.
“Eres travieso”, me espeta entre risas. “Pareces uno de esos chicos que te están dando un masaje y luego te hunden el dedo en la espalda y te hacen daño. Es una buena pregunta… Yo escribí siempre todas las canciones, y sé que los demás también componen y quieren que sus canciones suenen en los conciertos, pero yo tengo que cantarlas. Hubo un momento en que me parecía bien, y después ya no.
Al final es como si alguien te dijera: ‘Toma mis zapatillas y corre un maratón con ellas’. Igual te quedan grandes o te aprietan. Si otros me dan canciones, no puedo cantarlas como si fueran mías. Son sus palabras, su melodía. Cantar canciones de Andy y Dougie lo encontraba muy difícil”.
Y añade, aludiendo razones más personales: “Hasta 10 songs pasé catorce o quince años centrado en mi hijo. Yo tuve un padre, pero es como si no lo hubiera tenido. Se casó de nuevo, tuvo otros hijos, y no estuvo presente en mi vida. Yo quería ser como el padre que nunca tuve para mi hijo, así que mi atención pasó de Travis a Clay. Ahora mi foco ha vuelto al grupo. En esencia, Travis son mis canciones. No es necesario que en ellas hable de cosas personales, de un amigo que ha muerto, de mi separación, de los problemas de mi hijo con un profesor que lo intimidaba… Pero han pasado un montón de cosas desde 10 songs hasta ahora que me han ayudado a encontrar de nuevo el foco, y por eso las nuevas canciones son más nítidas. 10 songs es el disco de la ruptura con mi esposa, aunque no hablé de eso entonces. Así que tuve una conversación con todo el mundo y dije: ‘Ya no voy a cantar canciones de nadie más, lo siento”.
¿Cómo se lo tomaron?
“Se pusieron tristes. Bueno, las reacciones fueron mixtas: hubo a quien no le importó y a quien sí. Les dije: ‘Este soy yo. No es una cuestión de ego, lo que pasa es que no puedo correr más con esas zapatillas. No soy un actor, no puedo fingir que esas son mis canciones. Yo abro mi corazón y canto mis temas’. Ahora todo está ok. Los chicos están encantados con este disco, es dinamita. Es como si nunca hubiéramos estado… La banda no estaba así de alineada desde The man who”.
Dos cosas, sobre todo, distinguen a Travis de la competencia. Una son sus canciones, bonitas, agradables al oído. Lo que no implica que sean fáciles de componer. “Por utilizar otra metáfora —describe—, es como si tuvieras una pala con la que sacas lo que llevas dentro. Lo que hace que mis canciones tengan cierta vibración es lo que sea que me pasó cuando era muy pequeño. Mi familia tenía problemas. En mi casa había violencia y ruidos fuertes. Mi madre decía que de niño era muy nervioso. Por eso, detrás de las canciones, más que un esfuerzo artístico, hay esa necesidad de cavar y cavar, cada vez más profundo. Si pudieras ver mi teléfono te reirías… ¿Dónde está? [lo encuentra y me muestra una pila de notas de voz.] Hay cientos y cientos de audios. Eso es cavar. A lo mejor estoy en el coche, se me ocurre una melodía y la grabo. Cuando estás a punto de rendirte, encuentras una cosita brillante; la sacas a la superficie y empieza la parte artística. Es como una píldora mágica. La música es lo más curativo que existe”.
Otro aspecto que distingue a Travis es su fascinante doble personalidad: sus canciones son melancólicas, tristonas, y, sin embargo, sus directos son divertidísimos, una fiesta. También sus vídeos destilan humor (como el de “Closer”, de 2007, rodado en un supermercado y con cameo de Ben Stiller). ¿Cómo es esto posible?
“Ah… Esta es realmente una buena entrevista. Gracias por hacer estas preguntas, porque por mí mismo no pienso en esas cuestiones. Parte de ello viene del hecho de ser de Glasgow. Allí nos gusta reírnos de nuestras penas. Crecí conviviendo con mi madre, mi abuela, mi abuelo, mi tío Bill, mi tía Babs, mi prima… Y todos eran divertidos en cualquier momento del día. Me encanta reír. Los cómicos y los compositores somos muy parecidos; un chiste y una canción son similares. Tengo muchos amigos cómicos, lo cual es curioso. Te diré que soy divertido hasta que salgo con ellos. En nuestros conciertos, me fijo en cualquiera del público y veo que se está riendo. No llevo nada preparado, simplemente me gusta decir chorradas. Y de repente me pongo a cantar sobre la muerte, el abuso o algo que sea oscuro, miro a la misma persona y ahora está llorando. Travis vive en esa línea divisoria, un lugar peligroso porque no es algo obvio. Muchos músicos van a piñón fijo: ‘Soy Nick Cave y soy muy serio’ [pone una voz grave y trémula]”.
Tocando bajo la lluvia
Travis publicó su primer disco, Good feeling, en 1997, más rockero que los posteriores. A pesar de ser editado por un pequeño sello independiente (que, de hecho, se llama Independiente), obtuvo aceptable repercusión. Las guitarras distorsionadas del britpop aún causaban estragos. Para presentarlo, Travis salió de gira como telonero de unos Oasis en la cima de su carrera.
Entre ambas formaciones se forjó una estrecha relación, intensificada dos años después cuando volvieron a actuar juntos por Estados Unidos. Healy evoca la primera vez que se cruzó en los camerinos con el feroz Liam Gallagher, a quien sin embargo tilda de “un tipo encantador, muy divertido y dulce como un niño, pero agudo e inteligente”. Liam lo llamó bruscamente: “Ven aquí. Siéntate. Toca algo”, más que pedirle le ordenó. “Pensé: ‘Mierda”, reconoce Healy. “Así que toqué ‘Luv’, del disco The man who. Cuando la terminé, levanté la vista y él estaba llorando. Le hice llorar. ¡Hice llorar a Liam Gallagher!”, dice orgulloso.
Dos años más tarde llegó el segundo e histórico The man who; sus canciones, de incontestable belleza, eran lánguidas, lacrimógenas, más acústicas y de ritmos desmayados. Los Travis que desde entonces todos conocemos. La crítica, descolocada con el cambio, lo recibió de uñas. La acogida de los dos primeros singles, “Writing to reach you” y “Driftwood”, invitaba a pensar que The man who no podría superar en ventas a su álbum de debut. Entonces pasó algo increíble.
La tarde del sábado 26 de junio de 1999, Travis actuó en el festival Glastonbury, el más importante del Reino Unido. El día era soleado y caluroso. Pero cuando Healy cantó el primer verso de “Why does it always rain on me?” (“¿Por qué siempre llueve sobre mí?”), el cielo se cubrió de nubes negras y un recio chaparrón cayó sobre la audiencia, acentuando el borrascoso significado de la canción. Healy y los demás se fueron al hotel desanimados: pensaban que la lluvia había deslucido su actuación. Encendieron la tele, pusieron la radio, y en todas partes se hablaba de aquel momento como algo épico. El concierto de Travis en Glastonbury ’99 se recuerda como uno de los más míticos en cuatro décadas de festival.
Su pequeña compañía aprovechó el favorable revuelo para publicar “Why does it always rain on me?” como sencillo. The man who empezó a remontar en las listas, hasta llegar al número uno, donde estuvo más de dos meses. Desde entonces, se han vendido más de 3,5 millones de ejemplares de ese disco (figura entre los cincuenta más vendidos de la historia en Reino Unido; un listado en el que, como se puede imaginar, hay obras de The Beatles, Queen, Michael Jackson, Adele, ABBA, Pink Floyd, Dire Straits, Oasis o Madonna).
¿Qué tenía de especial aquel álbum que ahora cumple un cuarto de siglo? De nuevo Healy lo explica abriéndose en canal: “Había perdido a mi abuelo, que había sido como mi padre. Lo amaba. Aún hablo con él a diario. Sonará raro, pero el otro día, al pie de su tumba en Glasgow, pensaba: ‘Literalmente está ahí, ¿y si lo desentierro y le doy un abrazo?’ [Se echa a llorar]. Lo siento. Como ves, todavía lo echo de menos. Mi novia me había dejado. Todo ello fue como si me pusiera una carga explosiva en el culo. Vi lo que debíamos hacer para llevar la banda a donde debía estar. Fue una experiencia muy profunda. Ahora me siento también en ese punto, como si la vida se presentara en ciclos de veintitantos años. Siento otra vez la muerte tocándome el hombro: ‘Eh, no voy a por ti todavía, pero me llevo a tu amigo’. The man who era un disco muy crudo en ese sentido. El nuevo álbum refleja a alguien que eso ya lo ha vivido antes”.
Su tercer disco, The invisible band, de 2001 —que se abre con otro clásico de la banda, “Sing”— también fue número uno. Pero a medida que el nuevo siglo avanzaba y los gustos del público mutaban, su carrera conoció bruscos altibajos (si bien todos sus discos, excepto uno, han sido top 5 de ventas en su país). En 2010, como es de rigor en todos los cantantes de grupos, Fran Healy probó suerte en solitario con el disco Wreckorder, en el que colabora Sir Paul McCartney. A modo de agradecimiento, Healy se hizo vegetariano, como el exbeatle. Como banda, recientemente han abierto la puerta a la participación en sus discos de otros artistas; así, en 10 songs cantaba Susana Hoffs (The Bangles) y en LA Times aparecen Chris Martin (Coldplay) y Brandon Flowers (The Killers). “Somos muy diferentes como músicos, pero estamos en el mismo equipo: todos somos un poco niños”, dice Healy.
LA Times se publica el 12 de julio, y Travis actuará en España los días 28 (Barcelona) y 29 de agosto (Madrid).