El declive de la Ruta del Bakalao: ¿Qué causó su final?

La Ruta del Bakalao era una peregrinación juvenil, pero de discoteca en discoteca, unos locales de dimensiones considerables que prácticamente no cerraban durante el fin de semana y se encontraban siguiendo la Carretera del Saler de Valencia. El recorrido fiestero comenzó en los años 80 pero en los 90 empezó a decaer hasta desaparecer. En Uppers hemos regresado al pasado para entender el declive de la Ruta del Bakalao: qué causó su final y por qué incluso se ha demonizado.

Durante 72 horas discotecas como Barraca, Espiral, NOD, ACTV, The Face, Spook, Puzzle, Heaven o Chocolate, entre otras, ponían música a todo trapo siguiendo la estela de un DJ. El desmadre musical comenzaba los viernes y se alargaba hasta los lunes, pero no solo en el tiempo, sino también en el espacio, porque la fiesta se prolongaba en cada parking. Un vehículo tras otro, con sus integrantes arremolinados alrededor, competía por ver quién tenía el equipo o el altavoz más potente. Así la música 'mákina' de la Ruta del Bakalao seguía sonando a todo trapo por la carretera hasta que los amigos aparcaban en la siguiente discoteca.

El término ‘mákina’ hacía referencia al hard techno y al hard trance. Estos dos estilos musicales nacieron a principios de los 80 en Alemania y se extendieron por Europa hasta ocupar su lugar privilegiado en Valencia, mientras que en la capital se había desencadenado la Movida madrileña.

El origen de la Ruta del Bakalao

Todo empezó cuando se pusieron de moda las cabinas de mezclas donde un DJ pinchaba discos a partir de los cuales creaba su propia música. Además, se ponían en contacto con empresarios recién llegados de Europa que traían discos que todavía no habían entrado en España por los cauces habituales. A esa mercancía musical la llamaban “el bacalao” y venía escondida en el coche del importador, que le decía al DJ: “Mira qué bakalao traigo”.

De este modo, lo que se escuchaba en esas discotecas que empezaron a inaugurarse en la Carretera del Saler de Valencia era una primicia. En Barraca se había cambiado la música lenta de última hora por las canciones de grupos como The Pretenders, The Cure, Depeche Mode y otros que estaban triunfando en Londres y que en nuestro país eran desconocidos.

A esa música tecno se la empezó a llamar 'Bakalao' y a los kilómetros que unían un local con otro 'Ruta del Bakalao'. En sus primeros años, en los ochenta, era un movimiento rebelde, una “contracultura” que buscaba plantar cara a las productoras que imponían lo que se tenía que escuchar. Valencia se rindió a ese nuevo estilo musical que se mezclaba con un ocio vanguardista.

El éxito fue increíble. Las discotecas valencianas como Puzzle, Barraca o Chocolate con un disc-jockey que marcaba el ritmo bajo una música moderna totalmente nueva, también tuvieron la capacidad de reunir todo tipo de clases sociales. Compartían la pista los oriundos de la zona, tanto los trabajadores del campo como los niños ricos del pueblo, con los veraneantes de las playas de la costa sur de Valencia.

En los noventa el movimiento no siguió esa primera estela y muchos de sus seguidores se abandonaron demasiado a un baile sin fin. Se popularizaron los locales pioneros que habían abierto sus puertas cerca de la playa. Empezaron a organizarse conciertos de madrugada para que la fiesta no terminara nunca y emergió el turismo de discoteca con autobuses llenos de jóvenes dispuestos a recorrer la Ruta del Bakalao un fin de semana tras otro. Después se inauguraron otras discotecas que se abarrotaban igualmente. La juventud tenía unas ganas infinitas de divertirse.

Dicen los expertos que, al popularizarse de ese modo el movimiento, la buena música de los inicios quedó anulada bajo la fuerza de los temas comerciales. Además, la fiesta desenfrenada también vino acompañada del consumo de alcohol y de drogas. Cuentan que en caso contrario era imposible “aguantar” dos días seguidos a ese ritmo.

El final de la Ruta del Bakalao

Sin embargo, el asesinato de tres niñas del municipio valenciano de Alcàsser pudo marcar el final de la Ruta del Bakalao. El 13 de noviembre de 1992, Míriam García Iborra (14 años), Desirée Hernández Folch (14 años), y Antonia Gómez Rodríguez (15 años) hicieron autoestop. Querían llegar a una fiesta que se estaba celebrando en el pueblo vecino de Picasent.

Sus padres notificaron su desaparición y las estuvieron buscando 75 días hasta que aparecieron muertas el 27 de enero de 1993. Después se publicó que habían abusado de ellas. El caso se trató en todos los medios de comunicación con sus correspondientes reality shows, de forma que la Ruta del Bakalao se demonizó al identificarla con “los excesos, las drogas, las broncas, los accidentes de coche…”.

Era inevitable. Había que frenar ese descontrol y las autoridades empezaron a presionar y a instalar controles en las carreteras en favor de la seguridad de la ciudadanía. Incluso se “criminalizó” el movimiento. Poco a poco el público dejó de ir a esas discotecas.

Tras vaciarse los parkings de autobuses, esos locales no supieron consolidar el movimiento, tener su propia identidad como ha sucedido en otros lugares como Ibiza, dar un giro radical o reinventarse. Tampoco fueron capaces de llamar la atención de las nuevas generaciones. De todos modos, la mala prensa ya estaba dejando huella. “La Ruta del Bakalao se terminó convirtiendo en una decadente y autodestructiva costumbre juvenil que había que erradicar”, publicó un medio hace años cuando cerró una de las discotecas.

Sin embargo, otros locales que formaron parte del movimiento sí que han sabido modernizarse y, además, se han convertido en un reclamo para los amantes de las música electrónica. Es el caso de la discoteca Spook, sita en la población valenciana de Poblados del Sur y abierta al público desde 1984. Incluso ha sido nominada para ser incluida en 'The World's 100 Best Clubs'. La lista agrupa a los mejores clubs nocturnos del mundo y la elabora cada año la International Nightlife Association (INA), una organización fundada en Barcelona.