Hubo un tiempo en el que las radios contaban historias. Las canciones favoritas del país eran a menudo relatos con su planteamiento, su nudo y su desenlace: sobre el amor ('Y nos dieron las diez'), sobre las drogas (Agárrate a mí, María), sobre la venganza ('Devuélveme a mi chica') o sobre juergas que se iban de madre ('¡Menuda fiesta!'). Escuchábamos canciones que empleaban recursos literarios como la epístola ('20 de abril') o la sátira ('Tierna y dulce historia de amor'). Sus géneros iban desde el thriller ('Perlas ensangrentadas' y '¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?') al sobrenatural ('Lobo hombre en París'). Algunas hasta incluían giros de guion inesperados: ¿quién no se quedó de piedra la primera vez que escuchó 'Un ramito de violetas' de Cecilia, al descubrir que el misterioso poeta era en realidad su impasible marido? Hoy, las canciones comerciales ya no cuentan historias. ¿A qué se debe esta extinción?
El story-telling musical ha dado letras tan disparatadas como 'Galilea', de Sergio Dalma, que contaba los minutos previos a una cita a ciegas; o 'Sola (con un desconocido)', de Olé Olé, en la que Marta Sánchez recibía una llamada anónima cual Drew Barrymore en la primera escena de 'Scream' con la diferencia de que la cantante acababa invitando a entrar en su casa al misterioso admirador (“no insistas más, o me convencerás... y apago las luces”) y se convertía en su novia. Igual de delirantes, pero aún más difíciles de seguir, eran aquellas canciones sobre historias cruzadas ('La puerta de Alcalá'), que evocaban las del bar de 'Piano Man' de Billy Joel, que Ana Belén versionó centrándose solo en una de esas historias: la del desamor. Quizá la más compleja de todas estos temas con historias internas sea 'Un año más', el himno de todas las Nocheviejas de los últimos años. Pero es que lo de Mecano eran novelas de tres minutos y medio.
Narradas por la voz de Ana Torroja, las historias de Nacho y José María Cano convertían los discos del grupo español más exitoso de la historia en auténticas antologías de relatos cortos. Su imaginario narrativo llegó más lejos que ningún otro con historias sobre sobredosis ('Aire'), salidas del armario ('Stereosexual'), viajes demasiado hypeados ('No hay marcha en Nueva York'), esclavitud ('El blues del esclavo'), rollos de una noche que salen rana ('Bailando salsa'), Jesucristo y María Magdalena ('JC'), la fallida expedición del capitán Scott en el Polo Sur ('Héroes de la Antártida'), la ocupación china en el Tíbet ('Ai Dalai'), el primer ser vivo enviado al espacio ('Laika'), piezas de ajedrez que se lo pasaban bomba en el tablero ('El peón del rey de negras'), o por supuesto, juergas que se iban de madre, una premisa muy popular en la época, porque a 'Me colé en una fiesta' cabría añadir 'Pacto entre caballeros' de Sabina.
Por supuesto, Mecano también tenía su canción basada en el mito ancestral de la enamorada que espera a su hombre ('Naturaleza muerta', similar a 'Penélope' de Serrat o 'El muelle de San Blas' de Maná) e incluso crearon una fabula, 'Hijo de la luna', tan rica en imágenes literarias que cuesta creer que fuese escrita en 1986: parece una leyenda que lleva siglos existiendo en el folclore popular español.
La capacidad de síntesis de Mecano mediante imágenes que presentan vidas enteras (“cuando regresa no hay más que un somier taciturno que usar por turnos”), sus elocuentes imágenes poéticas (“María se moja las ganas en el café, magdalenas de sexo convexo”) y sus trepidantes clímax (“sobre Mario, de bruces, tres cruces: una en el pecho, la que más dolió; otra en la frente, la que le mató; y otra miente en el noticiero”) acostumbraron a toda una generación de españoles a poner la radio para que una canción les contase una historia. El llamado pop/rock presentaba personajes bien definidos (“quien su hijo inmola para no estar sola, poco le iba a querer”), conflictos sencillos pero intrigantes (“luna, quieres ser madre y no encuentras querer que te haga mujer”) y desenlaces melodramáticos (“gitano al sentirse deshonrado, se fue a su mujer cuchillo en mano”) tan bien narrados que hasta aquella 'Hijo de la luna' empezaba desafiando al oyente con un impertinente “tonto el que no entienda”. Sin embargo, aquel pop/rock narrativo no era la fórmula definitiva de la música española, sino una moda pasajera: hoy las canciones comerciales ya no cuentan historias. ¿A qué se debe?
Según Igor Paskual, guitarrista y compositor de Loquillo, hay que adscribir aquellas canciones narrativas pop al folclore español: los compositores de pop/rock de los 80 habían crecido escuchando atentamente los relatos melodramáticos de coplas como 'Y sin embargo te quiero', 'La zarzamora' o 'Tatuaje', un género del que por ejemplo Alaska y Carlos Berlanga eran admiradores confesos. La copla o el cuplé entendían la música, como llevaba ocurriendo siglos y siglos, como un vehículo para contar relatos de ficción o para transmitir hechos históricos que merecían ser preservados. Algo parecido ocurría en Estados Unidos, donde los músicos-contadores de historias como Bob Dylan también bebían del folk. Allí también se ha perdido la narrativa en el pop, pero sigue viva en el country.
“Los compositores de los 80, aunque tenían querencia por lo anglosajón, tenían un acceso limitado a esos discos internacionales,así que recurrían a la herencia musical de sus padres”, explica Paskual. “Eran modernos sin romper con el pasado. Las letras de los Chunguitos o los Chichos también eran narrativas, e incluso 'Lobo hombre en París' estaba basada en un relato de Boris Vian. Radio futura también se inspiraba en textos o en la tradición oral que mantenía la atención del lector, como por ejemplo 'Annabel Lee', basada en un poema de Edgar Allan Poe. Sabino Méndez (compositor de Loquillo y los trogloditas) era un ávido lector, al igual que los integrantes de Gabinete Caligari: Jaime Urrutia estudiaba Filología Semítica y Edi Calvo es en la actualidad un escritor de primera. Héroes del silencio no usaban la estructura de planteamiento-nudo-desenlace pero era, en parte, por su gran interés en los simbolistas franceses. Incluso aquellos compositores de los 80, cuando veían una película, lo hacían con una perspectiva literaria más que visual”.
Con el cambio de siglo, los grupos más populares eran los que habían crecido escuchando precisamente las historias de Mecano y compañía, de modo que todavía sonaban en las radios canciones narrativas: la tradición literaria épica de 'Dile al sol', las historias cruzadas de 'Marta, Sebas, Guille y los demás', la autoficción de 'La madre de José', el trauma psicológico de 'Las campanas del amor' o, por supuesto, la fiesta que se va de madre de 'Por la raja de tu falda'. Pero poco a poco se fue perdiendo este recurso.
“Los compositores más jóvenes de la actualidad han crecido con una constante presencia de impactos audiovisuales y los mensajes verbales son mucho más breves y fragmentados. Las nuevas generaciones están mucho más acostumbradas a la superposición de frases, a la oración corta y sentenciosa, al formato directo y efectivo del mensaje en redes sociales”, explica Paskual. La comunicación online no solo nuestra forma de relacionarnos, sino también nuestros intereses y, por tanto, las inquietudes de los artistas más comerciales: 'Comiéndote a besos' de Rozalén es un texto confesional que podría aparecer en Facebook; 'Hoy la bestia cena en casa' de Zahara encaja en la denuncia social sarcástica de Twitter y el narcisismo con el que C Tangana, Bad Gyal o Rosalía presumen de su extravagante nivel de vida parece sacado de Instagram. La excepción en el caso de Rosalía es, precisamente, 'El mal querer': un disco que cuenta una historia, pero lo hace mediante una superposición de imágenes poéticas, ya no tan narrativas como aquellas de los 80.
Respecto a los cantantes españoles más populares del momento, como Pablo Alborán, Malú, Pablo López, Álvaro Soler, Melendi, Manuel Carrasco, Antonio Orozco, Leiva o Morat, sus preocupaciones y sus sensibilidades en las letras les sitúan mucho más en la herencia de Alejandro Sanz que en la de Mecano: amor, dramatismo y vulnerabilidad emocional pero en absoluto con una estructura de planteamiento-nudo-desenlace. Las canciones más escuchadas del momento empiezan y acaban en el nudo de su historia y su única progresión narrativa es averiguar cómo desatarlo. Sanz es un artista cuyo éxito, observado con la perspectiva del tiempo, redefinió lo que los españoles escucharían durante las dos décadas siguientes.
Si Instagram ha elaborado un carácter colectivo basado en el consumo rápido y en el “yo” como único referente importante, las canciones que acompañan las stories solo están actuando en consecuencia. Spotify tampoco ha ayudado. La propagación de las playlists (de fondo, mientras hace cualquier otra cosa) a aquella época en la que uno se compraba un disco, una cinta o un CD y se sentaba a escucharlo en silencio, a veces incluso con las letras delante, no solo para disfrutarlo sino también para sentir que estaba amortizando la compra con ese ritual. La desaparición de los programas musicales en televisión y la aparición de plataformas digitales también ha contribuido a que ya no se siente toda la familia en el sofá a escuchar atentamente a Sabina contar cómo su amante le dibujó un corazón en la espalda y su mano le correspondió debajo de su falda.
Además de la “obsesión con el yo” que describe Igor Paskual, la fusión musical y la tecnología también han echado tierra seca sobre el pop/rock narrativo. “En la actualidad, un compositor, en especial en la música urbana, suele partir de una base hecha por ordenador y la composición sale de ahí ya muy armada. La tímbrica y el ritmo tienen tanta o más importancia que la armonía, así que ya no se necesita que la letra lleve el peso: la atención se mantiene con los efectos, los arreglos, los ritmos y los sonidos. Y al disolver, en ocasiones, la estructura estrofa-estribillo-estrofa lo más lógico es destruir también ese tipo de escritura más narrativa que además puede ser percibida por los propios autores modernos como antigua o desfasada. Ya no es una voz 'sobre' un fondo instrumental sino una voz 'dentro' de una masa sonora. Las palabras importan, por supuesto, pero de otra forma”. Paskual cita, sin embargo, a artistas indies que siguen contando historias en sus canciones como Los Planetas, Christina Rosenvinge o Sidonie, que según él tienen influencias literarias más clásicas. En el disco que lanzará en septiembre, 'La pasión según Igor Paskual', el músico fusiona la tradición lírica con referencias al punk, a Chillida o a Valle-Inclán.
No parece que las canciones que cuentan cuentos vayan a volver a ponerse de moda, pero como decía Tyrion en 'Juego de tronos' (precisamente, la historia que más en vilo ha mantenido a la civilización en esta década) “lo que une a las personas son las historias”. El más listo de los Lannister concluía que el futuro necesitaba un rey que ejerciese como “guardián de esas historias” y, en la música española, ese guardián es ahora inevitablemente Spotify. Allí siguen deambulando los amantes malditos Ana y Miguel, los amantes aburridos María y Mario, el lobo-hombre Denis, la muerta René, la funcionaria asesina, la cabaña del Turbo, Galilea, el Ford fiesta blanco y el jersey amarillo, el Seat Panda, el político enamorado de la adolescente, el preso fugado, fusilado y libre “como el sol cuando amanece”, la perra astronauta y Marta, Sebas, Guille y los demás. Quizá incluso algún adolescente se tope con ellos gracias a una playlist nostálgica pero, si no se da el caso, los mayores siempre podrán enseñarle estas canciones a sus hijos o a sus sobrinos. Al fin y al cabo, aquellos compositores de los 80 eran herederos de la tradición que consideraba que la música popular es, por encima de todo, un puñado de historias para compartir con las personas que no todavía no las conocen.
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