Noches de desenfreno, líos inesperados, nuevas amistades, conversaciones delirantes… Una parte de la juventud de muchos uppers pasó por la mítica sala madrileña Rock-Ola. Desde estudiantes de universidad hasta residentes pasando por turistas curiosos y deseosos de jarana, este 'garito' se convirtió en uno de los templos más importantes de la ciudad de Madrid. Solo las paredes del local saben qué pasó en aquellos locos años 80, cuando la 'Movida' se encontraba en su máximo esplendor y el Rock-Ola agrupaba a todos aquellos jóvenes deseosos de vivir la noche.
Ahora, gracias a una incisiva entrevista del periodista Borja Hermoso en el diario El País, hemos podido recuperar algunos recuerdos de aquella época, donde el trinomio sexo, drogas y rock and roll se convirtió en la religión de muchos jóvenes ávidos de libertad, libertinaje y amor tras la dictadura franquista. Ha sido a través del testimonio de Lorenzo Rodríguez (67 años), director de la sala entre 1981 y 1984. Recopilamos algunas de las mejores frases sobre el Rock-Ola, la 'Movida' y las noches de "cachondeo y vicio", tal y como él mismo recuerda.
"Dábamos garrafón en contra de los que dirigíamos la sala. El propietario y sus compinches, El Bruno y El Polaco, tenían allí una oficina donde enchufaban la bebida de cuarta dimensión. En Rock-Ola se inventó el beber cerveza en una discoteca. En las discotecas no se bebía cerveza, pero allí la empezaron a beber porque sabían que no estaba adulterada como los cubatas, porque la cerveza tenía su chapa. Era un sitio extraordinario".
"Cuando abrimos la sala, tuvimos que sobornar a algunos vecinos porque el ruido de los conciertos era tremendo. Y claro, con la pasta, San Pedro canta. ¿Pero qué pasó? Pues que los grupos cada vez tocaban más fuerte y algunos vecinos cada vez querían más dinero. Y no había por dónde coger la cosa. Y don Enrique (Tierno Galván) nos defendió a capa y espada, porque supo que se estaba haciendo algo potente por la cultura de Madrid y España".
"Yo, a veces, me quedaba hasta el cierre del local, a las cuatro de la mañana. Pero normalmente a las once y medio o doce, cuando había terminado el show del grupo que fuera y había liquidado con el manager, yo me iba a casita a dormir y al día siguiente a levantarme temprano. ¡Que abríamos los 365 días del año! ¡Y yo por las mañanas trabajaba en el Ministerio de Defensa de funcionario y fichaba a las siete y cuarto de la mañana! Nada era fácil".
"Llegaban los de Gabinete Caligari y saludaban diciendo "¡Hola, somos fascistas!". Llegaban los de Esplendor Geométrico y mataban 200 pollitos en el escenario. ¡Y los tremendos conciertos de Siniestro Total con la gente tirando lapos sin parar al cantante Germán Coppini! Y Sabina, que era un cantautor al que entonces no conocía casi nadie y no entendían que actuara allí, pero como era de mi pueblo…".
"Rock-Ola hoy estaría cerrado pero por otros motivos. Comparado con el nivel de desenfreno de aquellos años, lo de ahora mismo es una risa. Y yo estaba allí… intentando controlar aquel desenfreno. Como los romanos, que eran todos muy golfos pero siempre tenían a uno que controlaba".
"La gente entonces no conocía bien las repercusiones de las drogas. Se estaba experimentando. Y no daré nombres, pero tanto músicos como clientes, uno detrás de otro, se quedaron en el camino. Eso fue lo peor de todo. Mucha gente iba allí a pillar, y no lo podías evitar. Ese fue nuestro borrón. Quitando el tema de las drogas, el hedonismo sano de aquella época era fantástico. Hoy es imposible".
"Los políticos de todos los partidos, en general, son hoy bastante reaccionarios, cosa que en aquella época de los ochenta no ocurría. (...) Por allí iban de Alianza Popular, del PCE, del PSOE… y todos encantados. (...) Yo recuerdo fiestas con cuatro o cinco ministros en la sala. Rock-Ola era un centro de reunión del poder y de la oposición, y de distintos grupos sociales que tenían mucho que decir en aquella España de los 80".