Coloma Fernández Armero ha escrito un libro sobre revelarse y rebelarse a los 50. La escritora y publicista gijonesa (59), que cuando no escribe se encarga de componer esas canciones de los anuncios que no puedes sacarte de la cabeza, dejó de teñirse las canas por accidente hace un par de años. Del gesto le brotaron una melena blanca brillante "superfuerte" y un libro. 'En blanco' (Tres hermanas) es la historia de Inés, que en plena madurez anda tratando de reconectar consigo misma y su identidad. Una revolución que inicia como la autora: dejando de pisar la peluquería mientras planta cara a un entorno que cumple la función social para la que aún andamos programados: se permite envejecer, pero mejor que no se note. Hablamos con ella por videollamada desde su patio en Madrid y nos cuenta cómo surgió la idea de escribir este cuarto libro en el que también caben los guiños autobiográficos a los años de la movida madrileña y a su historia de amor -"la primera"- con Nacho Cano, que empezó, como dice la canción, un '7 de septiembre'.
R. No lo puedo negar. Es un poco difícil de ocultar [se ríe]. Hacía diez años que no publicaba, eso no quiere decir que no haya seguido escribiendo. Suelo escribir historias muy pegadas a mí y cuando ya empiezas a tener a tu hija más mayor, a mi madre… Me agobiaba pensar eso de 'les gustará o no'. Con 'En blanco' tenía la idea de encontrar un detalle a partir del cual fabular otra historia. Y ese detalle fue el pelo. Desde muy jovencita tengo canas y me crece mucho el pelo. Cada veinte días estaba en la peluquería, siempre como en un momento de frustración hacia mí misma: '¡¿por qué me pasa esto tanto?, pierdo el tiempo…'. La gente me miraba la raíz, una tontería, pero yo estaba en lucha. Y, de repente, me lo dejé de más. Me crecieron las canas como un dedo por cada lado. Lo suficiente como para que dijera: '¿qué pasa hoy que brilla algo?’. Me brillaban un poco más los ojos. Y pensé: 'no me lo puedo creer, ¡las canas!'. Muté. De odiarlas, a apasionarme.
R. El proceso fue duro. Pero como yo tengo mala visión y para verme de cerca no uso gafas, como que me aíslo un poco. Pienso que los demás no me miran, que cada uno está a su rollo. No tengo mucha conciencia de la mirada. Y ahora mis amigas me dicen: pero cómo tuviste la cara de ir así. Pues no me pareció para tanto. Pero sí es un proceso durillo. Yo lo hice más duro porque tenía el pelo largo, así un poco Patti Smith, y me fue creciendo paulatinamente. Se notaba un montón. Pero no creo que sea para tanto. Estaba tan contenta de verme el pelo, cómo de repente me salía superfuerte... Estaba tan fascinada con el proceso que no me importó demasiado.
R. Total. En mi caso no voy a decir que sea una heroicidad. Si profundizo y soy honesta, es también un acto de vanidad. Es verdad que iba cumpliendo años e iba desapareciendo un poco quien había sido yo. Yo era muy menudita, delgadita, y el cuerpo va cambiando. Como si me quedara sin identidad y necesitaba eso de reforzar y decir: esta es mi identidad. Este es mi nuevo DNI. En el fondo también lo hacía para seguir siendo atractiva (entre comillas). Tiene esa doble vuelta. Es verdad que hay un tipo de persona (hombre, mujer...) , que no conecta nada con el pelo blanco. Y que yo noto hasta que se ponen incómodos o incómodas y me dicen '¿por qué te lo has dejado? Tíñete, si estabas superbien...'. Ahí hay una pelea. Y realmente, sí que me noto que me encanta a mí y me da igual lo que opine el de enfrente. Es un cambio respecto a una imagen anterior en la que sí que estás más conectada a la mirada del otro.
R. Cada vez más. Cada mes, alguna amiga o conocida me dice o me manda alguna foto para contarme que se está dejando el pelo blanco. A la vez, yo también miro a otras mujeres que se lo están dejando. Recuerdo cuando era más joven, tendría 30 años, que recorté una foto de Belén Gopegui, la escritora, que tiene una melena blanca tan bonita. Pensé 'yo quiero el pelo así'. Ya tenía ese impulso. El referente no es que solo haya llegado ahora, ahora está más extendido, pero esto de dejarse el pelo blanco lleva muchos años.
R. Este es un discurso muy particular. Yo siempre pienso que como nunca he sido un bombón de joven… Mis amigas pibonas sí que llevan un poco peor la edad. Porque vas como dejando de ser eso que fuiste, pero yo no me siento dejar o abanadonar nada. En el fondo pienso: qué chollo. Igual mi identidad, como un poco más peculiar, es la que estaba perdiendo y la he recuperado (o me parece, porque estoy satisfecha) con el pelo blanco y con cómo estoy ahora. Entonces, yo no envejezco mal. También tengo placer por la decadencia (o lo que se considera decadencia). Me divierte. Me miro los brazos y pienso: qué transformación. Me fascina el proceso, el cambio. No estoy muy apegada. Justo yo para hablar de envejecer y de la edad soy bastante atípica porque no me resulta algo tan fuerte hasta que no dejas ya de poder hacer la vida que quieres, claro. Mientras tenga la sensación de tener la misma vida que tenía hace tiempo, voy bien.
R. Él fue mi primer amor, por así decirlo. Nos conocimos en la movida madrileña, él tenía 18 años, yo 19. Y estuvimos muchos años, como ocho. Casi toda la duración de Mecano. Y hasta hace relativamente poco estaba como en oculto. Luego algún medio, no me acuerdo cuál, llamó y salió un poco a la luz. Imagínate, 'La fuerza del destino', con Penélope [Cruz], se rodó en mi casa de Asturias. Eso es algo que sabían los amigos, pero que no trascendió la canción.
R. Algunos 7 de septiembre nos vemos, como el pasado, que él estaba en Madrid y nos vimos con un grupo de amigos. A veces pasan desaparcebidos. Pero durante mucho tiempo sí que hemos mantenido el contacto. Y bueno, no somos amigos cercanísimos, él está para mí y yo para él. Hablamos cuatro o cinco veces al año: cómo estás y tal. Han pasado muchos años y seguimos orbitando, no es una persona de la que me haya desconectado. Y sus éxitos me gustan, me alegran.
R. Sí, es muy gracioso porque me mandó un WhastApp que ponía "¡Mira!", y era una foto con 10 libros que había comprado. Es muy cariñoso y muy cercano. Y el año pasado, cuando nos vimos el 7 de septiembre, ya tenía yo las canas. Y él, fíjate qué gracioso, como en su ambiente siempre va con gente más joven, me dijo: "¡anda, te has teñido! Te queda muy bien". Y yo le expliqué que no, que precisamente había dejado de teñirme.