"Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí…" Al rescatar las entradas de aquellos conciertos a los que asistimos entendemos mejor las palabras de Ernesto Sábato en 'El Túnel'. Martín Martínez, maestro mallorquín de 47 años, y José Esteban, médico alicantino de 53, están en esa etapa en la que la melancolía les devuelve inmensos momentos de felicidad, aquellos que construyeron casi sin saber que formarían parte de su caudal emocional. Loquillo, Bob Dylan, Elton John, Radio Futura o Rozalén… Uno y otro hurgan en los cajones y toquetean el papel. Algunas entradas simplemente las acarician, no vaya a ser que de tanto toqueteo queden deslucidas. Con cada una reconstruyen, como decía el escritor argentino, una parte importante de sus vidas.
Las entradas de los conciertos tienen el encanto de lo cotidiano. La investigadora Ting Zhang, profesora de Harvard Business School, ha descubierto que "lo que un día consideramos ordinario nos parece realmente extraordinario tiempo después. Subestimamos hasta qué punto redescubrir esas experiencias del pasado provocarán curiosidad e interés en el futuro".
Martín lo corrobora: "El tiempo me ha permitido descubrir en las entradas un valor inesperado. Fui el menor de seis hermanos, todos ellos grandes amantes de la música, por lo que tuve el privilegio de adelantar mi inmersión en los conciertos. Sin embargo, durante muchos años lo viví como algo ordinario y mundano. Disfrutaba, pero creo que subestimaba el placer que me causaría ahora redescubrir aquellas viejas entradas. Quizás si las hubiese arrojado a la papelera, parte de aquellas vivencias las tendría ya más que olvidadas".
Este maestro mallorquín se declara devoto incondicional, seguro que uno de sus mayores entusiastas, de Loquillo. "Cada entrada me devuelve ratos de risas, amistad, pasión, reencuentros y mucho rock and roll No me acuerdo exactamente cómo empezó mi manía de guardar con tal afán tanto las entradas como los carteles, las camisetas o incluso las baquetas que me regaló en uno de los conciertos el batería Laurent Castagnet. Hoy forman parte de mi ADN, igual que los recitales de Miguel Ríos, Radio Futura y, en general, todos aquellos músicos que formaron parte de la movida".
En cada trozo de papel está escrito un episodio de su vida. "No es solo el espectáculo en sí, sino todo lo que lo envuelve: la aventura de conseguir un pase, el disfrute de la música antes, durante y después del concierto, la emoción de seguir a tus ídolos y cantar con ellos, la indescriptible sensación de compartirlo con amigos y personas que, gracias a estos recuerdos en papel, se fijan en tu memoria para siempre". Ni siquiera hoy, cuando los trámites se hacen por internet, está dispuesto a perder la magia de la entrada. "Siempre las pido impresas y a color, aunque me cuesten un poco más".
La primera confesión de este cardiólogo residente en Madrid es el modo de organizar las entradas: por romances. Las últimas corresponden a los conciertos a los que asistió con Beatriz, su pareja actual, aunque ella no conoce el criterio de su clasificación. "Es la única mujer que ha conseguido llevarme a su terreno en cuanto a gustos musicales y puedo cantar con ella la mayoría de sus temas preferidos, desde 'La puerta violeta', de Rozalén, una canción necesaria, hasta 'Me duele la cara', de Hombres G".
Conserva con especial emoción las entradas del WiZink Center, de Madrid, aunque también las del Palau Sant Jordi, de Barcelona. "Son mis catedrales y en ellas he vivido episodios muy intensos que voy rescatando cuando necesito una dosis de melancolía. Abro los álbumes y las páginas se vuelven un hervidero. Son mi tesoro vital". Al principio las colgaba en un corcho colgado en la pared de su habitación. Enseguida se quedó sin corcho y casi sin muro, por lo que optó por pasarlas a álbumes.
Tuvo la fortuna de viajar a Nueva York para ver a Bob Dylan en 1992, en el Madison Square Garden en un tributo al artista que contó con la participación de Richie Havens, Stevie Wonder, Neil Young, Eric Clapton, Ron Wood, George Harrison y otros muchos artistas. "Fue el regalo que nos hicieron mis padres a mi hermano y a mí por la carrera recién acabada. Esas entradas las guardo como paño en oro". A Elton John le sigue desde que tiene uso de razón. Su paso por Madrid, en junio de 2019, fue el último concierto para este médico.
"A la espera de que se reanude la normalidad, prefiero disfrutar de su música en casa y agarrarme a lo que tuve ocasión de vivir. Fue su única parada en España dentro de la gira de despedida 'Farewell Yellow Brick Road'. Dos horas y media en las que repasó lo mejor de su repertorio. Se me ponen los pelos de punta cuando lo pienso. Vestía una sus llamativas chaquetas. Derrochó vitalidad y se le veía feliz. El público no dejó de aplaudir. Me gusta volver a esos momentos tan emotivos y el hecho de tener la entrada impresa en mi colección me ayuda a evocar la intensidad de aquella noche. No me desprendería de ninguna porque todas generan alguna emoción".
Cada entrada le teletransporta a ese instante y puede sentir el sonido, los olores y las imágenes. Detenerse en él es ampliarlo y enriquecerlo con detalles en los que en ese momento quizás no reparamos o no fuimos conscientes. "Eso lo hace aún más memorable", añade José Esteban. Sus palabras conectan con las conclusiones del investigador danés Meik Wiking, que ha comprobado que las personas se sienten más felices cuando se aseguran una perspectiva positiva y nostálgica del pasado. "La felicidad a largo plazo puede depender de nuestra capacidad de crear un relato positivo de la propia vida".
La memoria funcionaría igual que un depósito con buenos recuerdos a los que recurrir cuando tienes necesidad. Las entradas forman parte de esa memoria y al rescatarlas vuelven a la mente esas imágenes o estados de ánimo placenteros e intensos permitiendo al cerebro experimentar de nuevo la misma calidad de la emoción.
Igual que hacía un excéntrico Robin Williams en 'El club de los poetas muertos' tratando de convertir en poemas las gráficas matemáticas mientras susurraba "carpe diem", José Esteban atrapa en sus manos ese instante y le hace apreciar aún más el presente.