Era enigmática y su vida estuvo envuelta en misterio. Ni siquiera sus seres queridos han conseguido abrir una rendija por la que poder observar algunos de sus aspectos más íntimos: sus deseos nunca consumados, la pugna interna que libraba su alma infatigable contra su corazón enfermo o la necesidad de querer y ser querida. Cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento, todo se queda en apuntes sacados de uno y otro lado y parvos testimonios de quienes la conocieron bien, pero preservan lo más hondo. Tal vez porque ni siquiera pudieron llegar a lo más profundo de su compleja personalidad.
Nació en el barrio madrileño de Argüelles, en 1940. Fue niña cinéfila en la posguerra que se arrebujaba en las sesiones continuas de los cincuenta. Le deslumbraban Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor. "Me gustaban las adolescentes desvalidas, ingenuas y flacuchas. Las colegiales sin gramo de malicia, algo bobaliconas a fuerza de ser rescatadas", escribió en una de sus columnas en El País.
Hasta que cambió el cine de barrio por el cine club. Entonces descubrió el encanto del blanco y negro y también a la sugestiva e indómita Greta Garbo. A su lado, "cualquier bigote caía en el mayor de los ridículos", continúa. Su soledad le inspiró un gran respeto y pudo alentar su propia soledad.
Con su corte de pelo masculino y su característica mirada bien abierta bajo la frente despejada, su rostro transmitía firmeza. De padre militar, nunca disimuló su gusto por mandar. Esto le costó la fama temprana de rebelde sin causa que acentuaba cada vez que revolvía su flequillo con las manos. Estudió Derecho, pero a los 22 años ni siquiera sopesó su futuro. Lo suyo era el cine y pidió trabajo en TVE. Su carácter fuerte y dominante le fue abriendo puertas, también sus ganas de trabajar y de luchar por lo que quería, desafiando los prejuicios de la época. En 1981 denunció públicamente el acoso que sufrió y expresó el desánimo que le provocaban los intentos de flirteo permanentes en un entorno claramente masculino.
Como cineasta, dos de sus obras más memorables son 'El crimen de Cuenca' (1979) y 'El perro del Hortelano' (1996). Esta última es una brillante adaptación de la obra teatral de Lope de Vega que le valió un Goya a la mejor dirección. Fue la primera mujer en ganarlo. La primera describe con toda su crudeza la condena de dos inocentes por un crimen cometido en la provincia de Cuenca a principios del siglo XX. Haciendo uso de la libertad de expresión, Miró convierte la cinta en un J'accuse tajante y muy valiente, pero también arriesgado.
La película estuvo secuestrada por posibles injurias a la Guardia Civil en las explícitas imágenes de tortura que sufren los protagonistas. Ella fue procesada por un tribunal militar, pero finalmente quedó libre de cargos el 30 de marzo de 1981. En agosto, la película se estrenó en los cines de toda España y, a pesar del retraso, fue la película más taquillera del año.
Miró arrastró desde niña una insuficiencia cardíaca que le obligó a someterse a dos operaciones a corazón abierto. La primera fue el 14 de julio de 1975 para implantarle dos válvulas, aórtica y mitral. Diez años después, pasó de nuevo por el quirófano para sustituirlas por dos nuevos implantes. Como consecuencia, tenía una gran cicatriz que recorría su torso. Esta línea se convirtió en un incómodo amago, una admonición que trataba de ignorar anteponiendo sus ganas de vivir. Su fortaleza parecía inquebrantable y apuraba la vida sin límite, sin agobio y sin penitencia de ningún tipo. Trabajaba, trasnochaba, bebía vodka con limón y algunos días le daba la luz del día en Bocaccio.
Corrió delante de la policía durante la juventud y participó muy activamente en las protestas contra la entrada de España en la OTAN. En esa época conoció a Felipe González, con quien estrechó una gran amistad. Cuando este llegó a la presidencia, en 1982, confió en ella para ocupar la Dirección General de Cinematografía. En esa época se aprobó la Ley Miró, que tantas ampollas levantó por el nuevo sistema de financiación del cine español.
Con Luis García Berlanga tuvo un rifirrafe que acabó con la expulsión de su cargo como director de la Filmoteca Española, según su nuera y biógrafa, Guillermina Royo-Villanova, después de que criticase duramente una ley que supeditaba el cine a las subvenciones estatales y dejaba al cine erótico agraviado. Cuando Berlanga recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, en 1986, envió a Pilar Miró un sarcástico paquetito con lencería erótica.
Ese año, 1986, González le ofrece el cargo de directora general de RTVE, una decisión que no fue del agrado de Alfonso Guerra. Tuvo que afrontar episodios turbios, como el pago de 50 millones de pesetas de TVE a Cela por un guión de 'El Quijote' que no se pudo utilizar por ser "una transcripción de la novela sin sentido cinematográfico". El proyecto, que parecía ambicioso por llevar la pluma del Nobel, se estrenó en 1992. Solo tuvo cinco entregas y hubo que reescribir el libreto entregado por Cela.
Durante el puesto fue también acusada de malversar fondos de Estado por incluir unos trajes para sus actos oficiales en los presupuestos públicos. "Pilar pasó del chándal a la ropa cara y las bragas Loewe, todo a cuenta del Presupuesto, o sea, de los españoles", escribió Paco Umbral en 'La década roja'. Finalmente, fue absuelta, pero decidió dimitir en 1989.
Regresó al cine y rodó otras cuatro películas: 'Beltenebros', 'El pájaro de la felicidad', 'El perro del hortelano' y 'Tu nombre envenena mis sueños'. Mientras, su hermetismo fue alimentando la curiosidad de la prensa del corazón, siempre deseosa de dar algún detalle de su vida privada. Amó y vivió como le vino en gana, sin dar nombres ni explicaciones. En el documental 'Lazos de sangre', de TVE, Mónica Randall explica que fue muy enamoradiza. Creía ver en cada hombre al que amaba al hombre de su vida.
Pero también "era muy fácil enamorarse de ella, porque tenía inteligencia y humor", añade José Sacristán. En ese mismo espacio, el expresidente González la define como una mujer cariñosa y necesitada de afecto, "aparentemente de acero, pero con un fondo de ternura que intentaba ocultar". "Una maravilla de persona, pero incapaz de demostrarlo", zanja Víctor Manuel.
En ese afán por llegar a su corazón, la prensa fue apuntando nombres de posibles amores como Leo Anchóriz, Claudio Guerín, Adolfo Marsillach, Mario Camus, Eduardo Sotillos, José Luis Balbín y Álvaro de Luna. Con ese último, fijó su nidito de amor durante un tiempo en la calle madrileña doctor Fleming y también fecha para la boda. Un mes antes, le dejó.
En febrero de 1986 nació su único hijo, Gonzalo. Fue madre soltera con 41 años y nunca quiso revelar el nombre del padre, aunque nunca faltaron especulaciones. Los médicos le habían desaconsejado el embarazo debido a su dolencia cardíaca, pero ella necesitaba "querer a la alguien". El niño colmó su vida y la complicidad entre ellos fue extraordinaria, según los amigos. "Era la razón de su existencia, su razón de vivir", contó Victoria Prego. No tuvo padre, pero sí padrino de lujo, Felipe González, y otros tutores que Pilar eligió intuyendo la posibilidad de una muerte prematura.
El domingo 19 de octubre de 1997, a mediodía, se desplomó en su casa de Somosaguas (Madrid). El corazón no le dio más tregua y murió a causa de un infarto cuando solo tenía 57 años. Quince días antes había retransmitido la boda de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Su hijo la encontró muerta y corrió hasta la casa de Felipe González, a 250 metros, para comunicar la noticia. La noche anterior había asistido al estreno de 'Divinas Palabras', en el Teatro Real. 25 años después de su muerte, se la recuerda como una de las grandes creadoras audiovisuales, pero también como una de las mujeres más atípicas de su tiempo