Joaquín, 47 años: "Lloré por morir en un videojuego y después falté al funeral de una tía a la que quería mucho"
Joaquín relata su viaje a través de la adicción y cómo estuvo muy cerca de perderlo todo
En 2018 la OMS reconoció la adicción a los videojuegos como un trastorno más, considerando que puede derivar en "deterioro significativo a nivel personal, familiar, social, educativo, ocupacional o en otras áreas importantes de funcionamiento". Boris Rodríguez Martín, doctor en psicología clínica y terapeuta en de la Fundación Recal, especializada en tratamiento de adicciones, distingue entre el uso, el abuso y la adicción. "El diagnóstico de esta viene dado por las consecuencias que el consumo trae a tu vida", aclara. “Cuando esa persona, si deja de jugar, se vuelve irritable. Y cuando existe un grupo de áreas afectadas: el área social, el familiar, el laboral y el de la salud. Cuando todos estos criterios confluyen, con independencia del número de horas que juegue esa persona, estamos hablando de una adicción".
No existe un perfil definido del afectado —hay hombres y mujeres, de todas las edades—, pero sí población de riesgo. "Si la persona tiene problemas en casa, si es un poco retraída, si le cuesta relacionarse con los demás, supone un plus", explica Boris Rodríguez. Cuando se llega al nivel antes descrito, "hay que buscar ayuda con un especialista", remarca el psicólogo.
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Un enganche malsano es lo que sufrió Joaquín, de 47 años. "Lloré por un personaje que me mataron en un videojuego y en cambio no fui al funeral de una tía mía a quien quería muchísimo", confiesa. "Te vas deshumanizando, buscando el egoísmo total de jugar, y lo demás te lo saltas".
Joaquín analiza así su experiencia: "Creo que tengo el gen del adicto desde que nací". Antes se había enganchado a los porros. A través del teléfono, su tono de voz y sus expresiones delatan a un hombre culto y reposado. Me cuenta que era inquieto y vitalista, asiduo a exposiciones, cines, cuentacuentos… Al principio no fue consciente de que con las consolas se estaba metiendo en la boca del lobo. "Sí te das cuenta de que te propones terminar a la una y no cierras a la una. Pero te dices que no pasa nada, que al día siguiente llegarás un poco más cansado… Y si son las cinco de la mañana, ya empalmo. No vas viendo los peligros que hay porque no tienes un deterioro físico tan grande como con las drogas, y mentalmente te engañas. Te cuentas a ti mismo que estás rindiendo en el trabajo lo que deberías, cuando no es así. Llegas cansado y estás irascible, de mala leche, no estás concentrado, estás pensando en la partida que tienes a medias”, manifiesta.
El primer plano de su vida que se vio torpedeado fue el laboral. Trabajaba en rodajes de cine y publicidad, "y esa anarquía favorecía vivir una vida sin rutinas", sostiene. Dejó ese mundillo y encontró empleo de contable. "No supe gestionar esa rutina y me evadí de la realidad". El último año dejó de trabajar. "Porque quería jugar. Llegó un momento en que me levantaba con el dedo en la pantalla y me acostaba cuando no podía más, después de a lo mejor tres días jugando seguidos. Me caía desnucado, y cuando me levantaba volvía a encender el ordenador". Durante ese año anárquico, su esposa lo mantenía.
Las ondas negativas no tardaron en alcanzar su vida personal. "Mi mujer se refugió en su familia, pero si hubiera conocido a otra persona yo habría encontrado lógico que se hubiera ido con él, porque yo no existía; yo era un mueble", dice. Si ella le proponía ir al cine, Joaquín buscaba mil excusas para no acudir, y si accedía, lo hacía "con cero interés por la película, y deseando volver a casa y encender el ordenador", señala. Por entonces ya tenían hijos, y era su esposa quien se ocupaba por completo de ellos. “Iba perdiendo cada vez más cosas", lamenta Joaquín.
Por último, ese delirio desenfrenado hizo mella en su salud. En la cúspide de su problema dormía poco y mal y se alimentaba de forma deficiente. "Engordé. Notaba una irritación en los ojos muy fuerte; es un milagro que no haya perdido vista. Absolutamente descuidado de mi higiene", describe.
Perdido en la vorágine, vio la luz gracias a sus seres queridos. "Me confrontó mi familia", explica. "Mis padres, mi mujer…, me confrontan varias veces. Consigo torearles en un par de ocasiones". Tras una de esas charlas, su mujer le echó de casa. Joaquín se llevó el ordenador al hotel para seguir jugando.
Cuando entiendes que no puedes volver a jugar nunca más
Finalmente, fue un arranque de orgullo lo que le puso en el camino de la salvación. "Pensé: 'Voy a demostrarles que no estoy enganchado". Acepto ir a un centro y allí hacen una labor maravillosa; me abren los ojos y me dan las herramientas para que me ponga de pie otra vez”.
Lo primero fue reconocer su crítica situación. "Te empiezan a contar lo que te pasa y te das cuenta de que has sido víctima de ti mismo. No sé exactamente qué hizo clic en mí, pero siempre he sido luchador y rebelde y me tomé como un reto no seguir en el pozo más tiempo”, dice. "Ves que le pasa a más gente, que no eres especial, que tu vida es triste, que estás mintiendo, cuando nunca has sido mentiroso; que ya no tienes valores, cuando los has tenido… Vas despojándote de esa irrealidad". En segundo lugar, la curación pasa inexorablemente por el abandono drástico de su afición. "No podré jugar nunca más, por mucho que me guste. Lo tengo transparente: en mi caso, si vuelvo a jugar, vuelvo a donde estaba antes. Como el alcohólico que se toma una copa". Ahora, cuando sus hijos le proponen echar una partida, se escabulle con un "yo no entiendo de eso". Rellena su tiempo libre con juegos de mesa, "que imponen su propio límite".
En la actualidad, Joaquín ha recuperado el control de su vida. Pero es pesimista en lo que al futuro se refiere: "Vamos a ver muchas adicciones a videojuegos en años venideros, pero esa gente todavía no le ha echado suficientes horas, ni ha tenido suficiente desgaste ni destrucción. Vamos a ver mucho más de esto", augura.