De una década a otra, las Cabalgatas han ido evolucionando. Lo que no ha cambiado es el pellizco que sentimos la noche del 5 de enero ante la inminente llegada de los Reyes Magos. Cuatro uppers de diferentes generaciones evocan ese primer recuerdo de Reyes. Es curioso, todos nos cuentan que, a pesar de los años, la madurez, las circunstancias o las ausencias, mantienen intacta la ilusión y se esfuerzan por transmitir a sus seres queridos la magia con la que vivieron sus primeras cabalgatas.
Su lúcida memoria le permite agrupar los recuerdos de su vida en los zapatos de la noche de Reyes. Es la cuarta de cinco hermanos que nacieron en los complicados años de posguerra. Sin embargo, sus padres, Florencia y Serafín, siempre se las ingeniaron para que esa noche se sintiesen los niños más afortunados del mundo. En esa época Madrid celebraba sus primeras Cabalgatas. Eran desfiles austeros, con los Reyes a caballo y el cortejo a pie. "Era solo el prólogo que avanzaba lo que venía después. Lo realmente mágico lo vivíamos en casa. Dejábamos en el desván paja para los camellos y copas de coñac para los Reyes. Antes de ir a la cama, ordenábamos bien la casa y colocábamos los zapatos en el salón dejando una distancia prudencial para los regalos. Alguien -supongo que el hermano mayor- se encargaba de que, en el silencio de la noche, se escuchase el sonido de sus pasos".
No todos los niños de nuestro entorno tenían nuestra suerte y siempre dejábamos algún zapato de más para quien más lo necesitaba". Los Reyes en la casa de Tere debían de ser los más madrugadores. Antes del amanecer, ya estaban los niños en pie. A media mañana cargaban con los juguetes y visitaban a su tía María, que esperaba impaciente con una mandarina para cada uno. "Todo un lujo en aquella época". Hoy sus sobrinos y sobrinos nietos acuden a las Cabalgatas que se celebran en distintas partes de España con el mismo brillo en los ojos e idéntica emoción, aunque reconoce que los niños de antes tardaban más en perder la inocencia.
Luis es el hijo único del poeta Luis Rosales. Para él, el Día de Reyes y las Cabalgatas están cargadas de simbolismo, riqueza literaria y una herencia muy emotiva. "A casa llegaban los Reyes Magos, nunca Papá Noel. Mi padre regalaba cada año un Christmas hecho por él con uno de sus villancicos y el dibujo de Pepe Escassi, gran amigo y gran dibujante". Mientras habla, aprovecha la conversación para rebuscar en sus archivos y enseguida encuentra un manuscrito que comparte con nosotros.
La memoria le lleva a las Cabalgatas madrileñas acompañado de sus padres y, concretamente, al Casino de Madrid, que era donde él recibía a los Reyes Magos. "Disfrutaba tanto aquello que hasta bien tarde no confesé que había descubierto esa única mentira piadosa que se permite a los niños. Era maravilloso permanecer en ese limbo".
Sus hijos ahora son mayores y residen en Sevilla, Berlín, Barcelona y, solo una, en Madrid, pero mantiene la tradición de los Reyes, la Cabalgata y los regalos. "Lo vivo con el mismo ensueño que vi en mi padre". El poeta fue el rey Melchor en 1982, en Granada, junto a Tico Medina, que hizo de Baltasar, y Antonio Gallego y Burín, que se presentó como Gaspar, en una noche que todos recordaron inolvidable. A partir de este año se incorporaron a la Cabalgata personajes y animales del mundo del circo.
Su primer recuerdo es la lluvia de caramelos y un espectáculo mágico que se sumaba al nerviosismo de la noche. "Creo que mi cabeza se debatía entre el disfrute del momento de las carrozas y la espera impaciente de los Reyes sin dejar de repasar si habría sido lo suficientemente buena como para recibir todo lo que pedía en la carta. Me fascinaba escuchar historias de estos personajes que provenían del lejano Oriente y se paseaban con sus túnicas de seda por nuestras calles acompañados de sus pajes. Esa tradición, con el mismo misterio e idéntica magia, la han vivido mis hijos".
Las Cabalgatas de los años 70 en Madrid empezaron a contar con los patrocinios de Galerías Preciados y Corte Inglés y tomaron ese tono de fastuosidad y colorido que tienen hoy, con los Reyes encarnados por personalidades de la vida política y pública. Todo esto era ajeno a estos tres hermanos madrileños que hoy ven en sus hijos y sobrinos al niño que ellos fueron. Les resulta emotivo echar la vista atrás y recordar con cuánto entusiasmo vivía su padre, Amador, la Cabalgata, revisando el itinerario, los horarios, el mejor lugar para que sus hijos pudiesen ver las carrozas.
Fue una figura vital para mantener la ilusión como elemento esencial en la vida. "Siempre dejábamos agua y pan para los camellos, y una copita de licor y turrones para que los Reyes se repusiesen y pudiesen continuar el trayecto. Nos dormíamos sin podernos quitar de la cabeza la imagen espectacular de la Cabalgata", recuerdan. La magia de la noche era una metáfora para recargar de felicidad el resto del año. "Son esos momentos que te ayudan a ver que a veces basta un pequeño detalle para ser plenamente feliz".