A veces se nos va de las manos la compra en el supermercado y metemos cosas de más en el carrito. Ya sabes eso de que 'comemos con los ojos'. ¿El resultado? Que muchas veces no nos da tiempo a consumir todo lo que nos hemos llevado a casa antes de que llegue su fecha de caducidad o de consumo preferente. En ocasiones ves que esa fecha ya ha pasado pero que el producto parece estar en buenas condiciones para su ingesta, entonces optas por otro refrán, 'lo que no mata engorda'. No obstante, a veces hay que ser algo más exigente si no queremos sufrir una posible intoxicación alimentaria.
Lo primero es diferenciar entre fecha de caducidad y fecha de consumo preferente. Tal y como indica la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), la fecha de caducidad se indica en aquellos productos que son perecederos, como las carnes, los pescados y el marisco o los lácteos frescos, que hay que consumir en los días siguientes a su adquisición y no hacerlo una vez pueden estar en mal estado o tener presencia de alguna bacteria patógena.
Aunque se establezca una fecha de caducidad, también es necesario seguir las indicaciones de conservación, normalmente se establece que sea en el frigorífico y en un rango de temperatura, lo que ayudará a que el producto no se estropee antes. Si se va a pasar la fecha y no vas a comerlo, puedes optar por congelarlo y así evitar el desperdicio de comida. Eso sí, una vez descongelado es necesario consumirlo en las 24 horas siguientes.
El caso de la fecha de consumo preferente es distinto, ya que se establece en productos más duraderos que, una vez se pasa de la fecha, pueden seguir estando en perfecto estado o haber perdido propiedades, presentando un sabor rancio u otro color, pero a diferencia del caso anterior, no hay riesgo microbiológico, apunta la OCU. Entre los productos que llevan esta etiqueta están los congelados, los enlatados, el aceite, el chocolate, los yogures, el pan de molde, la pasta o el arroz.
Cuando se produce esta situación y se ha sobrepasado la fecha de consumo preferente, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) indica que "el alimento sigue siendo seguro para el consumidor siempre que se respeten las instrucciones de conservación y su envase no esté dañado". Eso sí, una vez abierto el envase establecen que hay que seguir las instrucciones de conservación y de consumo.
La parte de la fecha de caducidad queda clara, como las autoridades sanitarias establecen, hay que consumir esos productos antes de la fecha indicada en el envase. Sin embargo, con las fechas de consumo preferente el abanico se amplía, por lo que hay que poner los sentidos a trabajar para saber si el consumo es apto o es mejor que vaya a la basura para no poner en riesgo nuestra salud.
Lo primero, la vista. Lo que no entra por los ojos difícilmente puede entrar por la boca. Con un rápido vistazo podemos darnos cuenta de si tiene un color que no tenía cuando lo compramos o si tiene moho, como cuando parece que una manzana está perfecta, pero por el otro lado ya aparece ese color verdoso que nos avisa que lo ideal es no comérnosla. En ese vistazo la textura de los alimentos también nos da alguna que otra pista sobre su buen o mal estado.
Y si los ojos no te dejan claro si es seguro que ese alimento vaya a la boca es hora de abrir tus fosas nasales. Un buen olor es fácilmente detectable, igual que uno desagradable que nos pone en alerta de que consumirlo es un riesgo. Por último, si con lo anterior no nos hemos percatado de su mal estado, el gusto es infalible, por ejemplo, si te sirves un vaso de leche antes de irte a dormir que, por mucho que se conservase en la nevera, notas su acidez.