Han pasado diez años desde que las rebajas tal y como las conocíamos desaparecieron. Antes de 2012 los periodos de descuento estaban limitados a dos etapas al año, verano en invierno, pero entonces una ley gubernamental los liberalizó totalmente y desde aquel momento grandes y pequeños comercios ofrecen promociones a lo largo de todo el año. Los efectos se hicieron notar en distintos ámbitos, entre ellos, los hábitos de compra de los consumidores.
¿Por qué se acabó con las rebajas tradicionales? "Lo que ocurrió fue que la moda rápida, que propiciaba la entrada continua de colecciones nuevas en las cadenas de tiendas, hizo que el consumidor dejara de sentir la urgencia de comprar durante la temporada, por si se agotaban las tallas, y que pudiera esperar a comprar en rebajas", argumenta Neus Soler Labajos, profesora colaboradora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. "Las tiendas necesitaron poder motivar el consumo entre los periodos de rebajas, y presionaron lo suficiente como para conseguir un cambio de normativa que les permitiera hacerlo", añade.
Desde la aplicación de la nueva ley, los comercios deciden por sí mismos qué periodos de descuentos les convienen más en función de sus necesidades. "Esto significa que pueden liquidar productos o colecciones cuando lo consideren conveniente y dejar libres sus estanterías para la entrada de nuevas colecciones", señala Soler, quien considera este aspecto como la principal ventaja para los comerciantes.
"En contrapartida, el gran inconveniente es el perjuicio que la medida crea al pequeño comercio, que no puede competir ni compararse con el grande porque no tiene margen suficiente (las condiciones que asume el pequeño comercio al adquirir el producto de su proveedor no pueden compararse con las de las cadenas, ya que estas adquieren un volumen de producto mucho mayor, lo que les permite obtener unas condiciones mucho más favorables)", afirma la experta.
"El pequeño comercio no puede asumir la rotación de producto que tienen las cadenas y, aunque le convendría poder motivar el consumo, no puede hacerlo a través de continuas promociones que le devoren el margen de beneficio", añade. En definitiva, "la liberalización de las rebajas deja al pequeño comercio desprotegido, y a merced de que el consumidor elija comprar en la cadena que ofrece la promoción y pase de largo del suyo, que no tiene tal promoción", concluye Soler.
Ana Isabel Jiménez-Zarco, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC, estima que el pequeño comercio no tiene más opción que adaptarse a las nuevas circunstancias. Por un lado, "muchas de las tiendas físicas también tienen tienda en línea, por lo que la estrategia debería ser compartida". "Por el otro, el hecho de que el cliente pueda comprar en cualquier punto del planeta a través del comercio electrónico hace que el comercio tradicional se vea obligado a ser más flexible en cuanto a horarios y plazos de entrega, si quiere hacerle frente", añade la experta.
El hecho de tener a su disposición productos con precios rebajados prácticamente todo el año ha hecho que el público, en general, haya modificado sus hábitos de compra. "El consumidor ahora sabe que el comercio encadena los periodos de descuentos y que, por tanto, si no aprovecha unas rebajas, podrá beneficiarse de las que vengan rápidamente a continuación", señala Soler.
En este sentido, la dinámica de promoción constante implantada en los comercios ha hecho que "el consumidor pierda el sentido de la oportunidad, es decir, que no se vea apremiado por el hecho de no poder aprovechar el momento adecuado para comprar a mejor precio", añade.
Otro de los puntos negativos para el consumidor es que "ahora, aunque tenga varias oportunidades durante el año para adquirir un producto rebajado, ya no puede comprar ese producto que el comercio no había vendido durante la temporada y que rebajaba para deshacerse de él, pero que era de gran calidad". Y es que, "desde el momento en que se producen colecciones destinadas a venderse directamente en periodos de promoción o rebajas, el producto ya no es de calidad", advierte. "Por lo tanto, el consumidor paga algo menos por un producto que no es de calidad, mientras que antiguamente pagaba mucho menos por un producto de gran calidad", añade.
Por su parte, la profesora Jiménez-Zarco prefiere destacar los aspectos más claramente beneficiosos, como "la posibilidad de comprar a cualquier proveedor a un precio más ajustado y poder elegir entre hacerlo en tiendas físicas o a través del comercio electrónico". "La ventaja no es solo disponer de productos a un precio más bajo, sino también la variedad en cuanto otros aspectos, como la entrega o la forma de pago", afirma.