Los precios de la gasolina y el gasóleo marcan nuevos récords a diario, consecuencia directa del imparable encarecimiento del petróleo. Según los expertos, dentro de un mes podríamos estar pagando más de 2 euros por el litro de gasolina. Pero, además de sufrir estos precios desorbitados, a los consumidores nos queda la sensación de que, cuando el precio del barril de crudo sube, los carburantes aumentan su precio de inmediato en las gasolineras, pero cuando baja no lo hace ni mucho menos tan rápido. Pues bien, no es una sensación, sino una realidad que el experto económico Juan Luis Jiménez ha explicado en un hilo de Twitter.
Se trata de un fenómeno económico que recibe el nombre de 'efecto cohete y efecto pluma' (rocket and feather), que también podríamos traducir como 'ley del embudo', y suele darse en momentos de incertidumbre en los mercados. Para el consumidor, los precios suben tan rápido como un cohete pero después bajan tan despacio como una pluma.
Centrándonos en los mercados petrolíferos, este efecto se manifiesta ante subidas del coste de la materia prima. Entonces las subidas en el precio del crudo se incorporan de forma inmediata al precio de la gasolina y del gasóleo en las estaciones de servicio, aunque no hayan comprado el petróleo a importes altos aún. Pero cuando ese coste baja, el precio minorista tarda mucho más en actualizarse y bajar. ¿Cuál es la razón principal de este comportamiento? La falta de competencia en estos mercados.
El sector de la venta mayorista y minorista de carburantes es un mercado de reducida competencia, en cualquier país del mundo, como apunta Jiménez en su blog 'Nada es gratis'. De hecho, cumple con todas las rigideces propias de la oclusión tácita: alta inelasticidad-precio de la demanda (pues reducimos poco nuestro consumo ante los aumentos de precio), reducida sustituibilidad con otros productos (el uso de vehículos de hidrógeno o eléctricos aún se encuentra en fases iniciales), reducida innovación de producto y elevadas barreras a la entrada (especialmente legales).
La alta rigidez de la oferta y la demanda es la causa última de que los precios que se pagan en las estaciones de servicio sean superiores a los que habría en caso de competencia perfecta. ¿Cómo corregir esta situación? Una solución la tenemos con la entrada de nuevos operadores low cost con precios más reducidos que disciplinan la competencia en el mercado y que ahora mismo están en auge.
El truco de estas gasolineras low cost está en reducir costes eliminando completamente el personal, automatizando todo, comprando a granel y optimizando el uso de aditivos. Esta opción, por regla general, está permitiendo ahorrar unos 12-18 céntimos por litro. Además, la Administración Pública debería no solo regular sino también sancionar aquellas acciones contrarias a la competencia desarrolladas por las empresas participantes. La aplicación de la regulación en los mercados de gasolina debería incentivar la competencia con el objetivo de reducir el precio final que nos cuesta llenar el depósito.