El motivo por el que suele haber espejos en los ascensores
En 1877 se instaló el primer elevador en un edificio de la calle Alcalá de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol, que no sobrevivió a la Guerra Civil
Ya en esa época se empezaron a instalar espejos dentro de los ascensores por razones que no eran las estéticas
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Atusarse el flequillo, colocarse la falda, ajustarse el cinturón… todos nos miramos en el espejo nada más entrar en un ascensor. En Uppers nos preguntamos por qué suele haber espejos en los ascensores y si cumplen una función meramente estética como la de los probadores de una tienda. ¿Es posible que solo sirvan para verificar que nuestra imagen está a la altura de nuestras propias expectativas?, ¿son un objeto decorativo más del ascensor? o ¿se instalan con otra finalidad?
Los ascensores para el transporte en altura de mercancías existen desde la antigüedad. Hay constancia de que el matemático Arquímedes ya ideo este mecanismo hacia el 236 a.C. En el Coliseo de Roma, por ejemplo, se empleaban unos artilugios para trasladar mercancías, agua, comida, animales y hasta los gladiadores entre un nivel y otro de esta gran construcción.
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Los primeros eran un simple elevador vertical: una plataforma de madera que ascendía y descendía con la ayuda de cuerdas y poleas que eran accionadas gracias a la fuerza de los animales o de los hombres. Costó siglos convertir ese invento en un sistema que fuera lo suficientemente seguro como para que se subieran con una relativa tranquilidad un grupo de personas.
Uno de los primeros ascensores lo mandó instalar en el palacio de Versalles el rey Luis XV de Francia a principios del siglo XVIII. Su interés era muy personal ya que pretendía ascender de forma discreta a las habitaciones del segundo piso, donde vivía su amante, desde la primera planta en la que se repartían sus habitaciones. Ya en el siglo XIX los arquitectos británicos, Burton y Hormer, construyeron una plataforma en el centro de Londres para que los turistas pudieran subir a contemplar la ciudad desde las alturas.
Sin embargo, el verdadero artífice del invento que hoy usamos a diario fue el estadounidense Elisha Graves Otis, que lo presentó en la Feria de Nueva York en 1854 y también fundó la empresa Otis Elevator. Todo empezó dos años antes cuando planteó un novedoso sistema de seguridad, una especie de freno que se accionaba en el caso de que se rompieran los cables del elevador, algo muy común y que ocasionaba cientos de accidentes.
Poco después, en 1874 Otis instaló el primer ascensor para transportar personas en el Haughwout Building, un edificio de 24 metros de altura de la Avenida Broadway de Nueva York. Ascendía a 20 centímetros por segundo y contaba con bancos en su interior para que se sentaran pacientemente los vecinos mientras llegaban a su piso.
En España, el primer elevador se instaló en un edificio de la calle Alcalá número 5 de Madrid, pero actualmente no existe. Los siguientes se pusieron en marcha en el Palacio Real de la capital en 1903, eran tres y todavía se usan a diario.
Las funciones del espejo en un ascensor
El ascensor actual o por lo menos su cubículo nada tiene que ver con los primeros mecanismos. Lo que sí comparten casi todos son los espejos instalados en su interior. Incluso por lo menos uno de los ascensores del Palacio Real, que se conserva casi intacto al original, cuenta con un espejo. Es más, la que escribe se ha mirado en él, he utilizado este elevador y es absolutamente precioso.
La utilidad de los espejos que se encuentran dentro de los ascensores va más allá de querer mirarse. Una de sus finalidades es la psicológica. Muchas personas tienen fobia a los espacios pequeños, les hace sentirse atrapadas y les provoca una angustia horrible. Es más, son incapaces de subirse a un ascensor precisamente porque se trata de un lugar muy pequeño. El hecho de utilizarlos les puede generar agorafobia, que es un temor irracional a quedar atrapado, de donde no puede escapar u obtener ayuda. También les produce claustrofobia, que es un miedo incontrolable a los espacios cerrados. Estas personas, de la misma forma, tienen dificultades para subirse a un avión o entrar en un túnel.
Con todo ello, en los espejo se encontró una solución para que los afectados de tales fobias tuvieran menos resistencia a subirse a un ascensor. Los espejos dan sensación de amplitud porque duplican el espacio. Tan solo es una estrategia visual que reduce la opresión porque se engaña al cerebro, que cree que el cubículo donde se encuentra es más grande de lo que es en realidad.
Por otro lado, el espejo funciona como un distractor, es hipnótico. Cuando una persona se encuentra frente a él siempre se mira y además puede ver muchos otros detalles del resto de ocupantes con disimulo. La espera hasta llegar a su piso es más llevadera porque está entretenido mirándose u observando a los demás, una actividad que también hace que el miedo a ese espacio pequeño y cerrado se diluya.
En una publicación de la psicóloga Tara Well, que imparte clases en el Barnard College de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, habla precisamente sobre los beneficios de mirarse en un espejo y con ello corrobora las razones por las que se instalan en los ascensores. Esta especialista en motivación, percepción y cognición explica en su libro, titulado Meditación en el espejo, cómo se puede utilizar la imagen reflejada para controlar la ansiedad, aumentar la autoaceptación, ganar confianza o disfrutar mirando en vez de criticar la imagen de uno mismo.
El espejo inhibe los actos delictivos
Un factor más que cumplen los espejos de los ascensores es el de la seguridad. En ese espacio tan reducido se concentran varias personas que pueden ser desconocidas. La visión panorámica de lo que ocurre a la espalda y alrededor aporta seguridad y con ello tranquilidad. A su vez, un posible ladrón se verá intimidado a la hora de cometer un robo al igual que alguien que se quiera sobrepasar con otro ocupante porque están continuamente vigilados gracias a los espejos.
Además, los espejos son de especial utilidad para las personas con necesidades especiales. Los que dependen de una silla de ruedas para moverse se pueden guiar comprobando en el espejo los espacios disponibles, es decir, al controlar todo el campo de visión tienen autonomía en sus desplazamientos.