El frío extremo les sorprendió al llegar a Elbistan, una de las ciudades turcas devastadas por el terremoto de magnitud 7,8 en la escala de Richter que sacudió el pasado 6 de febrero las provincias del sureste de Turquía y el norte de Siria. De los 15º murcianos pasaron a los 18º o 20º bajo cero. El operativo de Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF) de Murcia, formado por diez bomberos, un médico, dos enfermeros y cuatro perros, apenas se detuvo en el olor difuso a ceniza de una ciudad desplomada y gentes deambulando. Su implacable adversario eran las horas. "No somos superhéroes, somos personas normales", afirman. Pero lo que se puede ver en este vídeo exclusivo para Uppers, rescatando en 14 horas a Verónica, una mujer que encontraron bajo toneladas de escombros gracias a sus perros y su experiencia de más de 15 años, lo contradice.
Manuel Pardo Ríos, vicedecano de la Universidad Católica de Murcia (UCAM) y enfermero del 061, forma parte de este operativo y, ya de vuelta a casa, nos hace una narración precisa de los rescates. Habla muy sereno y nos aporta las claves tanto técnicas como emocionales de lo que han vivido durante toda esta semana.
Los rescates son parte de la vida de estos hombres y mujeres; igual que la catástrofe es parte de la naturaleza, que, mal que nos pese, impone sus reglas, unas veces maravillas y otras desastres. Llegan con el cuerpo magullado y la cabeza minada de horror. Sufren también punzadas de dolor por la destrucción y la muerte que van dejando atrás. Vuelven porque ya no caben más milagros después de apurar hasta dar con el último resquicio de vida.
Su testimonio, vivo y prudente, nos permite mostrar la humanidad que habita en medio del caos. Más de 31.000 fallecidos en Turquía y otros 3.500 en Siria. El balance final será peor. Acumulan una amplísima experiencia en años, emergencias y cooperación internacional. Empiezan ahora una etapa de duelo para asimilar lo que han visto, reflexionar sobre todo lo que puedan aprender y, como Ana Frank, confiar en la belleza que aún queda en medio de tanta miseria.
¿El gobierno turco ha expulsado a los equipos de rescate?
El domingo se suspendieron las tareas de búsqueda para iniciar la siguiente fase de post emergencia. Inmediatamente empezarán con las excavadoras y la maquinaria pesada para buscar cadáveres entre los escombros. Es verdad que a veces ocurren milagros, pero científicamente es imposible hallar más vida. Las gráficas dicen que las primeras 36 horas son las idóneas. A partir de ahí y hasta las 72 horas, baja ligeramente la curva de supervivencia. Pasado este tiempo, cae dramáticamente y la probabilidad es casi nula, aunque siempre se aguanta algún día. Ahora es importante organizar las tareas de salubridad, gestión de cadáveres y recuperación de estructuras. El regreso era algo razonable y la relación con las autoridades turcas ha sido muy buena, especialmente con ADFAD, el organismo turco que se encarga de coordinar la catástrofe.
¿Cómo os encontráis?
Físicamente, cansados. Ha sido una semana muy intensa. Desde que salimos de Madrid, estuvimos 48 horas sin pegar ojo. Hemos dormido muy pocas horas. En esterillas y sacos, sobre el suelo y a 18 º o 20º bajo cero, la temperatura de un congelador convencional de casa. El trabajo es intensivo. Buscamos sin descanso, sobre todo los primeros días. Por otra parte, anímicamente es triste ver sufrir a un pueblo. Desde fuera vemos los rescates y las cifras. Allí lo que vemos son personas y familias que vienen a decirte que en sus casas deberían estar sus hijos, sus hermanos o padres. Piden ayuda para buscar entre los restos del edificio. En los rescates hay momentos positivos, pero la situación, en cualquier caso, es más de pérdida que de ganancia.
¿El recibimiento fue bueno?
En medio del drama tan tremendo, la gente ha agradecido nuestra ayuda y nuestro esfuerzo. Nos han visto trabajar mano a mano con ellos y dejarnos la piel para tratar de darle una oportunidad de vida a las personas que han sobrevivido al terremoto.
¿Cómo es ese momento de llegar a una ciudad colapsada?
Una catástrofe de este tipo se caracteriza siempre por el caos y nuestra función es intentar poner orden. Recomendamos que nadie vaya allí por sus propios medios. Una vez que el país autorizó la solicitud de ayuda a nuestra ONG, viajamos a Estambul y de allí, después de varias horas de vuelo y transporte por carretera, llegamos a Elbistan y nos dieron las ubicaciones para buscar vidas. Es un trabajo de coordinación con los equipos de allí. Todos los que hemos ido somos gente con mucha experiencia en intervenciones. El que menos tiene quince años profesionales. Hay un impacto emocional, pero puede más la parte técnica. La gente tiene pocas horas de vida y si nos relajamos llegamos tarde. La búsqueda a contrarreloj se vuelve obsesiva, siempre según los requerimientos de ADFAD.
¿Los perros han sido vitales en el rescate?
La unidad canina busca en los edificios. Son perros entrenados para detectar vida con el olfato a partir de la exhalación humana. Es un olor muy característico, imperceptible para el ser humano, pero ellos lo captan a una distancia de kilómetros. Una vez que marca el punto exacto, buscamos la vía de acceso más fácil hasta llegar a la víctima. Se le hace una evaluación sanitaria y vemos si necesita estabilización.
¿El rescate de Verónica fue especialmente complejo?
La encontramos en un edificio el tercer día del derrumbe. Uno de los perros se lo indicó a su guía. Estaba casi al límite y necesitamos 14 horas para poder sacarla. Estaba muy atrapada y corría el riesgo de que el edificio se derrumbara. Hubo que medicalizarla dentro y ponerle tratamiento dentro del derrumbe. Analgésicos y fármacos para hidratarla. Pensamos que se moría porque su situación era de extrema vulnerabilidad. Después de un trabajo en equipo gigantesco, conseguimos salvarla. Esto es una familia impresionante.
¿Un éxito así es un nuevo impulso para el equipo?
Cuando llegas a un escenario donde la cifra de fallecidos se cuenta por miles, las condiciones son difíciles y hay muy pocas opciones de vida, la sensación es de frustración. Buscas mucho y hay pocas oportunidades. Hallar una vida es de las cosas más intensas y bonitas que podemos vivir. También te da miedo porque se te transfiere la responsabilidad de gestionar esa vida y tienes que hacer todo lo posible para que sea un rescate seguro, rápido, con calidad. Es una mezcla de ilusión desbordante y miedo por la fragilidad de esa persona. Muy difícil de explicar. Es solo una mínima alegría frente a la pena por decenas de miles de fallecidos y búsquedas infructuosas. Es muy duro y genera un impacto brutal en los familiares.
¿Qué recursos tenéis para no desfallecer?
El tema de autocuidado y prevención de riesgos está muy estudiado. En los equipos hay un reparto de tareas y una de ellas, aunque no sea tan visible, es la logística. Los logistas se encargan de que puedas tener un sitio donde dormir, al menos dos o tres horas de calidad. Que podamos tener agua, comida, que esté todo preparado. En intervenciones de mucha intensidad se hacen relevos, cada pocos minutos si la tarea es muy pesada y requiere mucho esfuerzo. Se trabaja muy intenso, sales, descansas y entra el compañero, en forma de rotación. En el descanso aprovechábamos para acercarnos a unas hogueras porque las temperaturas eran brutalmente bajas. Hay una persona que verifica que todos llevemos el equipo de protección (guantes, cascos, gafas, mascarilla…) Si nos lesionamos no podemos atender a la siguiente víctima.
¿También os cuidáis anímicamente?
Al final del día hablamos, compartimos lo que hemos visto y sentido. Hacemos un poco de ventilación emocional y empatía con los compañeros que están más desbordados. No somos superhéroes, sino personas normales con nuestros problemas familiares y vitales. Hemos dejado nuestras casas y trabajos para venirnos aquí. Nos duele el sufrimiento de un pueblo.
¿Y a partir de ahora?
Estamos empezando a desconectar y tratando de limpiar emociones. Necesitaremos unos días de descanso físico y mental con nuestros amigos y familias. Será tranquilo, en casa, con la familia y haciendo deporte. Somos las segundas víctimas y nos espera una etapa de duelo. Gestionar números es fácil; gestionar las emociones es más complicado. Si no fuese así, sería preocupante.