Sabemos que las emociones son funcionales (nos sirven para gestionar distintas circunstancias) y que, precisamente por esta razón, no son en sí mismas buenas o malas.
Sin embargo, el rastro que dejan en nuestra piel sí tiene un impacto positivo o negativo. Existe la neurocosmética, esa que potencia los beneficios de un cosmético con nuestros sentidos, como el olfato o el tacto. Si la cosmética puede potenciarse o interferir según nuestra propia biología, ¿no puede ocurrir lo mismo con nuestras emociones? La respuesta es sí. Nuestra experiencia emocional hace que nuestra piel y nuestros tejidos reaccionen de manera diferente. A cada emoción, por tanto, le corresponde un estado de piel. Veamos cuáles son los principales.
Bajo niveles altos de estrés, el cortisol, la hormona que producimos para dar respuesta a situaciones críticas, se dispara. Economizamos energía y la guardamos para huir si es necesario. ¿En la sabana, frente a un león, pensamos en una piel luminosa? No. Nuestro cuerpo piensa en que los músculos tengan la mayor energía posible para poder correr. La piel no es nuestra prioridad. Por tanto, se vuelve opaca por la falta de relajación. Al mismo tiempo, aparece el acné, debido a la alta producción de cortisona. El estrés también puede causar arrugas y líneas de expresión porque impide la correcta oxigenación de los tejidos.
Las respuestas de nuestro cuerpo ante el miedo son muy similares a las del estrés. La segregación de cortisol, cuyo exceso es peligroso porque puede dar lugar a la temida inflamación crónica, sigue en índices altos. El miedo, la angustia o el temor ante algo tiene un reflejo corporal específico, como es la apertura o excesivo movimiento de los músculos que rodean a los ojos. Esto significa que estaremos facilitando el camino para las llamadas arrugas de león, en el entrecejo, las patas de gallo y las arrugas en la frente.
Estar triste por una circunstancia desgraciada es normal. Estar triste de manera sostenida es algo distinto, más grave, que puede degenerar en depresión. Las consecuencias más visibles del rostro cuando se sufre de depresión son la hinchazón de ojos y la aparición de ojeras. También hay que destacar la interrupción en el proceso de regeneración celular, lo que acelera la aparición de líneas de expresión, a la vez que apaga la luminosidad de la piel.
Las personas que están tristes no suelen querer salir a la calle. La consecuencia más inmediata es se verán faltas de Vitamina D y su rostro tendrá una apariencia poco saludable. Además, cuando se está triste se suele llorar, un gesto que no es bueno para el rostro: las lágrimas deshidratan la piel y pueden provocar la aparición de bolsas y de patas de gallo alrededor de los ojos.
Cuando estamos contentos, segregamos serotonina y oxitocina, conocidas como hormonas de la felicidad. Estas hormonas son una especie de anti-radicales libres que todos tenemos en nuestro organismo: promueven la oxigenación celular y ayudan a eliminar todo lo malo de la oxidación, el proceso que nos hace envejecer. El resultado es que tendremos mejor tono de piel, mejor calidad y menos arrugas, ya que el oxígeno favorece la buena calidad de los tejidos. Aquí sí se cumple que el mejor cosmético anti-envejecimiento es la felicidad.