Lo han intentado. Los españoles llevan ya muchos años adaptándose al formato 'brunch' con toda la buena voluntad del mundo... pero va ser que no. Y hay razones para ello. La primera es que según un reciente Informe del Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad y Fundación MAPFRE, un 91,7% de ellos está acostumbrado a sus buenas tres comidas al día. Tres: desayuno, comida y cena. ¿Cabe en algún lugar la palabra 'brunch'? Al parecer no. Y la razón es que, mucho antes de que esta moda importada nacida en Inglaterra (ya se hablaba a finales del s. XIX) y resctada en décadas recientes por foodies de todo el mundo, se volviera símbolo de modernidad y sofisticación, aquí ya existía algo que hacía las veces de puente entre el desayuno y la comida: el aperitivo, almuerzo o vermú de toda la vida.
Que el brunch se inventó como comida salvadora de los juerguistas ingleses allá por 1890, ya es historia conocida. El caso es que poco, la costumbre se fue extendiendo y para la década del 30 del siglo pasado ya empezaba a ser costumbre entre las estrellas resacosas de Hollywood. Después empezó a tomarse en ciudades como Nueva York, como comida para después de la misa y como pretexto para socializar entre feligreses y antes de la comida en familia. Pero no ha sido hasta la eclosión de las redes sociales que el brunch, con sus frutas multicolores, sus pastelillos, sus crepes y yogures, se volvió objeto de incontables fotos y post, se volvió cool. Y está muy bien. Pero ¿es realmente necesario en un país que se precia de haber regalado al mundo el concepto tapas?
Según el Informe 'Sociedad y decisión alimentaria en España', presentado a principios de mes en el Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad y Fundación MAPFRE, la pandemia y el teletrabajo han cambiado nuestros hábitos alimenticios. Cada se come más en casa los días laborables, aunque a menudo se haga delante de una pantalla. Con todo, 9 de cada 10 españoles sigue comiendo fuera de casa los fines de semana. Y en ese sector el aperitivo de toda la vida sigue siendo imbatible.
De hecho, tampoco estamos solos en este paulatino desencanto con el brunch. Hace poco la columnista gastronómica Maggie Hennesy decía en un artículo que prefería mil veces un desayuno con tostadas, huevos y bacon y que prefería perder amigos que irse de brunch: "yo me levanto con hambre, y nadie en su sano juicio quedaría para un brunch a las 9 de la mañana. ¿Que se supone que tengo que hacer, ponerme un bol de cereales y esperar? No, gracias". Lo dicho, si los propios foodies americanos están volviendo al desayuno tradicional, ¿por qué seguir esforzándonos en asumir lo que no somos? Con sus quesos, montaditos de jamón, croquetas y cañas, el almuerzo español no es que vuelva, es que nunca se ha ido. Y el brunch, al parecer, tiene los días contados.