Si el calendario tiene un día señalado para dar rienda suelta al consumo de cerveza es el 17 de marzo. San Patricio, el santo irlandés, viene a bendecir ese brindis, que para algunos se convierte en dos, en tres o en un brindis infinito elevado a infinito. No hay datos rigurosos sobre la clemencia del santo a partir de cierto número de pintas de cerveza. Ocurre con todas las celebraciones populares: llega un momento que ya no necesitan mayores explicaciones. Cuando la gente las hace suyas, la historia decae. El origen importa poco. Pero en todo caso y para comenzar, sepan que San Patricio ni era irlandés ni se llamaba Patricio.
En el año 387 nació en Escocia y le pusieron Maewyn, un nombre mucho menos proclive a ser homenajeado pegándole fuerte a la flor líquida de la malta (que es la cebada germinada y tostada). Según lo que leas, su vida es una de aventuras: la versión más al uso es que siendo niño fue vendido como esclavo por los piratas y se dedicó al pastoreo en Irlanda hasta que se ordenó sacerdote. Terminó siendo obispo hasta que murió un 17 de marzo. Desde entonces se le considera el gran santo irlandés y en su nombre los irlandeses y asimilados se lanzan a las tabernas como si no hubiera un mañana.
Nada está claro. Ni siquiera por qué el color verde es el que marca la celebración. Antes era azul. Alguna teoría apunta que es el color del trébol con que el santo explicaba la santísima trinidad, sin reparar, esos teóricos, en lo difícil que es encontrar un trébol de tres hojas. Lo cierto que es que un río verde inunda las calles de medio mundo cada 17 de marzo. ¿por qué es día de honrar a la cerveza? Pues volvemos a las andadas: cualquiera sabe. Al coincidir con la cuaresma se apunta hacia el pretexto perfecto para romper la abstinencia, como si los bebedores contumaces de cerveza necesitaran semejante coartada. Establecido que el origen es difuso, que las explicaciones no son demasiado convincentes y que nadie sabe muy bien de qué va la cosa, vamos a lo importante: cómo la cerveza sirve de catalizador de la identidad de un pueblo.
Los irlandeses beben cerveza por castigo, vaya por delante. El consumo está en el entorno de los 100 litros/año per cápita. Incluyan en la estadística a los cientos de miles de irlandeses que no beben, saquen la media y acérquense al prodigioso mundo de los que consumen varios litros diarios. La cerveza es la bebida alcohólica más popular en Irlanda y se fabrica desde el siglo V en los monasterios y abadías, aunque a partir del siglo XVII la producción y la exportación se disparó. Hoy se producen más de 800 millones de litros de cerveza en la llamada Isla esmeralda.
En la relación de Irlanda con la cerveza hay un personaje relevante: Arthur Guiness, un visionario que ofrecería a la humanidad una cerveza negra -ellos dicen que es rojo rubí, pero servidor la ve negra la mire como la mire- con mucho cuerpo, densa, cremosa y con un sabor a cacao tostado y café que impacta en el paladar. Se vendía publicitariamente como “la crema de Irlanda”, e incluso en algunos anuncios de televisión una joven se untaba la crema superior de una pinta como si fuera un producto facial. Impresionante la Guiness e impresionante su fundador, un tipo con mirada larga e impulsor de proyectos a largo plazo: en 1759 firmó un contrato de arrendamiento de la fábrica de San Jame,s Gate de Dublín por 9.000 años. ¿optimismo? ¿voracidad? ¿un visionario? Ahí está: hoy decir pinta (568 cl) es decir Guiness, un nombre que ya es una sinécdoque de la medida cervecera británica más popular. Fleming nos legó la penicilina y Guinnes una cerveza espectacular. A cada uno lo suyo.
Como en todos los mercados, en Irlanda también se abren paso las cervezas sin alcohol. No obstante conviene distinguir entre las variedades clásicas: ale (de color ámbar, muy malteada), stout (negra, con la malta muy tostada y recuerdos de café y chocolate), lager (la dorada clara, refrescante, con menos cuerpo), red ale (de color rojizo, suave, acaramelada), pale ale (suave, color dorado claro, con mucho lúpulo, aromática y muchos cítricos) y la wheat beer (de trigo, dorada clara, con cítricos y toque especiado). En la excelencia de todas ellas influye determinantemente la calidad del agua irlandesa: procedente de suelos muy minerales.
Los irlandeses también tiene una gastronomía típica para su día nacional. El pan de soda (que no lleva levadura) se coloca sobre la mesa, donde puede ocupar su espacio un estofado irlandés -de cordero o ternera-, el popular guiness pie (hecho con cerveza y pasta brisa u hojaldre), un pastel de pollo y puerro, el colcannon (puré de patatas con col o berzas), el corned beef (falda de ternera en salmuera) y es también muy popular en las zonas costeras una especie de caldereta que llaman seafood chowder y que se cocina con marisco y le espesan la salsa con harina y leche. Para endulzar el menú, lo más clásico es el pastel de manzana.
No sería justo obviar, que además de esa pulsión cervecera, San Patricio y los irlandeses diseminados por el mundo como una semilla verde que crece, aprovechan el día de su santo para organizar actividades relacionadas con la literatura, la gastronomía, la historia, la música o el cine. En Madrid, hasta 500 gaiteros desfilarán por la Gran Vía para que se note que San Patricio ha llegado. Se repiten actos en media España (Barcelona, Valencia, Bilbao, Tortosa, Alicante, Sevilla…) y la Embajada de Irlanda organiza con su departamento de turismo una semana completa dedicada a la cultura irlandesa y las raíces celtas de España. Nueva York, Londres, Dublín por supuesto, se tiñen de verde el 17 de marzo. Y en Chicago, el río que lleva el mismo nombre que la ciudad, se tiñe literalmente de verde. Hace años comprobaron que después tardaban una semana en eliminar el colorante y ahora lo hacen con unos tintes vegetales menos longevos. Sea como sea, se lo pasan pipa los irlandeses por su St Patrick´s day. Y bien que hacen.