Una buena parte de su salud depende de que cocine en casa. Tan sencillo y, según los datos, tan difícil. Casi el 74% de los españoles come fuera de casa de lunes a viernes, según el informe sobre la Alimentación en la sociedad del siglo XXI post pandemia del Instituto Universitario de Investigación CEU y Mapfre. La centrifugadora del tiempo nos lleva a interrogarnos hoy por hábitos por los que nunca nos habríamos preguntado hace 40 años. La OMS advierte de que la tasa de obesidad se ha triplicado en todo el mundo desde 1975. Básicamente por dos motivos: se ha disparado el consumo de alimentos de alto contenido calórico -con más grasas y azúcares- y ha descendido la actividad física, un hábito en declive marcado también por la transformación del mercado laboral, que cada vez exige menos implicación física. Las consecuencias de la obesidad son conocidas y operan ya como una pandemia global.
En las grandes ciudades, los problemas de desplazamiento, las grandes distancias y los horarios laborales exigentes siempre han condicionado más a la hora de comer. No es nuevo, pero es distinto. Históricamente el trabajador -de obra o de oficina- que no tenía opción de regresar al mediodía cargaba con la fiambrera, lo que le garantizaba comida casera y ahorro de costes. Sigue siendo posible organizarse para preparar con antelación la comida para la oficina, aunque el tiempo es el otro factor que va devorando las buenas costumbres. Eso también ha cambiado: se ha ido abriendo paso el consumo de productos de supermercado. Los tápers están extinguiéndose en los frigoríficos de las zonas comunes de las empresas. Opera así especialmente entre las nuevas generaciones que se incorporan al mercado laboral, se hayan independizado de sus padres o no, porque no es ese un factor que modifique demasiado el hábito.
La vida aprieta pero viene bien recordar que los hábitos tradicionales tienen ventajas asociadas. Así que la vida aprieta, pero no debería ahogar. Esas costumbres deberían ser parte de un pasado sepultado por la vida moderna. Hacer la compra, cocinar y comer en casa cuando es posible no solo aporta salud, sino que refuerza las relaciones familiares. Cuando hablamos de comer en casa hablamos de comer comida cocinada en la cocina familiar, no de pedir por teléfono comida rápida y, generalmente, de mala calidad y más cara. Para cocinar en el domicilio el nivel de sofisticación culinaria no es parte de la ecuación. Lo relevante es que sean alimentos frescos transformados en casa. Nada rarito. Pero es que lo normal cotiza hoy a la baja.
Es necesario que las administraciones competentes desarrollen estrategias que fomenten que se cocine en casa y que, a la vez, orienten para consumir mejor cuando se hace fuera del hogar. Se hacen esfuerzos, pero se carece de una estrategia definitiva que permee en todas las capas de población y no se perciba como un mensaje institucional frío, administrativo. El Ministerio de Consumo ha publicado recientemente un recetario con vocación divulgativa y educadora dirigido por la nutricionista Marián García, con la chef María José San Román, reconocida con una estrella Michelín, y la colaboración de la periodista Arantxa Castaño. Es muy interesante y se lo puede descargar gratis en la web del ministerio. Es un recetario inclusivo -tiene en cuenta a los veganos pero también a quienes sufren alergias o intolerancias alimenticias- es healthy, apuesta por la sostenibilidad, propone ideas rápidas que no admitens excusas-, incluye productos y conceptos de reciente incorporación a la despensa española -ras el hanout, ramen, cuscús, wraps, pokes, etc- y por lo tanto lleva dos o tres guiños incluidos dirigido s los más jóvenes.
El Instituto John Hopkins, una universidad norteamericana dedicada a la investigación y cuyos trabajos gozan de prestigio global, en uno de sus estudios recientes apuntala la idea clave: los adultos que cenan en casa comida casera todos los días consumen 140 calorías, 16 gramos de azúcar y cinco gramos menos de grasa cada día que quienes solo cenan o almuerzan una o dos veces a la semana. ¿Saben sumar y multiplicar? Serían 51.100 calorías, 5, 8 kilos de azúcar y 1,8 kilos de grasa menos cada año. Así se entiende mejor. Si además de la cena casera comen saludablemente se ahorrarán hasta 116.800 calorías cada año.
El informe identifica hasta siete ventajas de la comida casera. Es más nutritiva y tiene menos azúcares, grasas, sodios y carbohidratos, incluyendo incluso las opciones más saludables de bares y restaurantes. Cocinar le educa (aprende a distinguir qué alimentos son ricos en proteínas, vitaminas y minerales) y desata su lado creativo. Si cocina lo que come disfrutará el doble, saboreará la comida y se saciará antes. Es un proceso consciente, no inducido. Deliberado y no arbitrario. Una cuarta característica de cocinar en casa es controlar el tamaño de las porciones que va a comer, sin excesos. Cocinar obliga a desarrollar hábitos organizativos que redundan en la salud: planifica lo que comes, equilibra la dieta y le ayuda a entender las temporadas de cada producto. Compartir en familia los hábitos de la compra, el cocinado y la celebración familiar extiende una cultura y unos hábitos saludables y a las siguientes generaciones y se ayuda a perpetuarlos en el tiempo por transmisión generacional. Por último, cocinar y comer en casa es mucho más barato. No se desperdicia nada recurriendo a la cocina de aprovechamiento: gasta menos y genera hábitos saludables.
Si hay algo que colisiona contra la idea de cocinar en casa es la realidad creciente en los supermercados y grandes superficies: el porcentaje de productos cocinados y listos para consumir se dispara cada día con nuevas ofertas. En las grandes ciudades este tipo de oferta supera con creces a los productos frescos. Muchos supermercados en ciudades como Londres, Nueva York o París son una sucesión de lineales repletos de recipientes de plástico -esa es otra- con platos para calentar de carne, pescado o guisos; hummus, cremas, gazpachos o falafel. Da igual. Superan el 75% de la oferta total. Buscar frutas y verduras frescas en esos supermercados es un laberinto.
No es este artículo un alegato contra el consumo fuera de casa. Sería absurdo y contraproducente. De hecho, una filosofía de comer sano a diario es perfectamente compatible con los datos del informe de consumo fuera del hogar del Kantar Worldpanel 2023, que indica que para muchos españoles las comidas en la calle suelen estar ligadas a opciones especiales, una tendencia que se consolida con motivo del encarecimiento del servicio debido a la inflación.
En concreto, los datos de 2023 mostraron un descenso del 2% en el consumo fuera del hogar. En definitiva, el retrato robot es el de un español que sale menos a comer fuera, que lo hace más planificadamente y lo convierte en un momento especial con la pareja los amigos o la familia. Las comidas de trabajo con clientes se han incrementado después de la pandemia y ha bajado notablemente (un 19%) la costumbre de bajar al bar para ver un partido de fútbol. Quienes más consumen fuera de casa son las personas de entre 60 y 75 años y quienes menos, los que están entre los 35 y lo 49 y que son quienes suelen tener hijos jóvenes que son un ministerio del gasto: pagos de colegios, ropa, libro y demás derivadas, sumadas a la hipotecas. Y entre las tendencias, se consolida el tardeo: se prefiere alargar el día que alcanzar la madrugada, esa cima ya demasiado larga, pronunciada y de éxitos inciertos, sobre todo a ciertas edades.