Bares privados en el salón: vuelve el sueño de la barra propia en casa
El experto en gastronomía Federico Oldenburg nos presenta su barra privada, un sueño sibarita cumplido tras muchos años
Habla con otros tres sénior sobre este lugar simbólico, fantasía espirituosa que vuelve con fuerza en tiempos de pandemia
¿Qué beben? ¿Qué botellas-capricho atesoran? ¿Cómo es disfrutar de esos momentos con amigos?
El mueble-bar que reinó desde los años 30 hasta bien entrados los 60 del siglo pasado en las casas de Occidente vuelve a la vida, y no tan solo como fetiche de diseño vintage, sino como emblema del hedonismo espirituoso mejor entendido. Cuatro sabios bebedores desvelan los secretos de sus bares privados, tesoros bien guardados en tiempos de necesario recato y barras con distancia social.
Quien esto firma siempre tuvo –la memoria refiere a la edad adulta, en este caso– el sueño de tener un bar en casa. No un bar de cañas y frituras, sino lo que más pudiera parecerse a un cóctel-bar, con su barra de madera, sus taburetes, su vaso mezclador, sus copitas de martini, su shaker y demás parafernalia; además de las necesarias botellas de numerosos elixires.
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Más que de la necesidad de apagar la sed –asunto fisiológico que puede resolverse en cualquier establecimiento público con venta de bebidas–, aquel anhelo provenía tal vez de cierta pasión cinéfila o quizás de la querencia por los bares antiguos de Madrid, como el Museo Chicote que fue o el Balmoral que ya no está... Vaya a saber.
La cuestión es que tras pasar años admirando en anticuarios muchas de esas barras decó que han sobrevivido al paso del tiempo –más decorativas que prácticas, hay que decirlo–, sabiéndolas pequeñas para alojar mi ingente colección de destilados, un buen día aconteció el milagro: el mueble-bar perdido apareció en mi casa.
Espacioso, con multitud de cajones y baldas, luces interiores, confortable barra y taburetes (2), todo ello capaz de plegarse para su transporte hasta convertirse en un enorme baúl negro. Como el de la Piquer, pero mejor: con ruedas. Y coronado por un cartel luminoso de Seagram's Gin, una de mis ginebras favoritas.
La envidia de los confinados
La llegada del mueble-bar más espectacular con el que jamás podría haber soñado provocó la algarabía de amigos y bebedores afines que no tardaron en presentarse en casa para fotografiar el ingenio y acodarse en la dichosa barra.
Pero no todas fueron sonrisas: mi paciente familia vivió la llegada del enorme trasto como la irrupción de un elefante en un bazar. "¿Piensas quedarte con esa cosa?". Como repartir el más de centenar de botellas que alberga mi querido baúl-bar implicaba un incordio aún más lamentable para los que cohabitan con este forofo de los asuntos líquidos, años después, lo cierto es que "la cosa" todavía me acompaña.
Así es como en esta larga cuarentena que nos ha tocado vivir en Madrid por culpa del Covid-19, mi querido bar privado se convirtió, además del sitio donde, entre otras cosas, preservo a buen recaudo una treintena de single malts –mi gran debilidad y capricho–, también en la sana envidia de muchos bebedores confinados que añoran los días en los que era posible acodarse en una barra sin otra preocupación que saber elegir lo que se va a tomar.
Juegos de pasiones
Hoy por fin el sol asoma en las terrazas (aunque no en las coctelerías, de momento) pero esto no impide que los cultos bebedores sigamos cuidando con celo nuestros altares privados. Desde luego, no soy el único. El bar propio es un placer que se disfruta solo y en compañía de otros. Y en el que entran en juego muchas pasiones: desde la locura por los muebles vintage hasta el conocimiento por los mejores destilados y la técnica mixológica. Los personajes que aquí reunimos aúnan estos intereses, amén de otras obsesiones y talentos.
Alberto Gómez Font: 65 años, barman, filólogo y lingüista
Fue Director del Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos) y es autor de varios libros relacionados con la coctelería, como Cócteles tangerinos de ayer y hoy (Lápices de Luna, 2017), Madrid en 20 tragos (Armero Ediciones, 2011) y 29 Dry Martinis (Edhasa, 1999).
Respecto al mueble-bar con el se ha fotografiado para Uppers en su casa de Madrid (el segundo que le ha acompañado en su periplo vital), "es discreto y sencillo cuando está cerrado, y vistoso cuando se abren las dos alas laterales y se trasforma en una preciosa barra", explica.
"Son ya bastantes los años que llevamos juntos –unos 25– y por sus estantes interiores han pasado botellas de los más variados orígenes y de los más selectos licores y destilados, si bien siempre han ocupado un lugar preeminente los rones, las ginebras y los vermús. Y ha tenido épocas peores (de poco movimiento) y otras mejores, una de ellas la actual, como efecto colateral del confinamiento del coronavirus: mucho movimiento y muchos cócteles para olvidar el cierre de los bares. Antier llegó una botella de vermú de Reus, anoche empecé una de pisco acholado, y hoy usaré la de vermú blanco seco francés y una de ginebra catalana para brindar con un dry martini".
José María Alonso: 38 años, empresario
Gran experto en bebidas espirituosas, tiene una empresa de de catering cuyo nombre esta inspirado en un coctelero doméstico: The Hometender. Realiza eventos privados en los cuales la coctelería tiene un gran protagonismo. En la barra privada de este "loco" de los destilados reina la selección de whiskies, con especial predilección de los single malts de la casa Macallan.
"Me gusta mucho el Cask Strength (sin filtrar ni rebajar con agua), para beber después de una comida fuerte, también el Sherry Oak por sus notas ahumadas y el de 25 años, puro terciopelo. Otra debilidad que tengo con los whiskies japoneses. Pero la gran joya que guardo para una ocasión especial es el Macallan 1858 Inspiration (edición limitada valorada en torno a los 600 euros), que probé una vez en Escocia y es una auténtica maravilla. También tengo ginebras, rones y muchas otras cosas, por supuesto..." añade este mixólogo casero devenido virtuoso del shaker.
Abel Cides: 47 años, bartender, comercial
Este profesional de la coctelería, que tras la cuarentena espera volver pronto a deleitar a los clientes del restaurante Alabaster de Madrid con sus alquimias espirituosas, sin olvidar en el resto de las horas laborables su actividad como comercial para una distribuidora de destilados.
Aún con pluriempleo, Abel Cides tiene tanta pasión por el universo de las bebidas espirituosas que siempre le quedan ganas de ejercitarse en alguna de las ¡dos! barras que tiene instaladas en su domicilio particular. "Las bebidas y la coctelería son mi pasión, así que cuando pude comprarme el ático no me lo pensé y, como contaba con una buena terraza, puse un bar interior y otro exterior que disfruto junto a mis amigos durante todo el año".
Como puede apreciarse en las imágenes, los bares privados de Cides no son precisamente pequeños y están bien surtidos. "Aunque tengo de todo, mi interés principal se centra en los whiskies de malta, aunque no me gustan los escoceses muy potentes y ahumados al estilo de Islay, prefiero los de Highland. Mi último gran descubrimiento es Agot, un single malt elaborado por una pequeña destilería localizada en Vitoria, Basque Moonshiners. Sorprende a todo el mundo". Son los consejos y caprichos de aquellos que han cumplido con el sueño de tener el bar en casa.