Cuando la pizarra del bar vale más que un Picasso
El periodista Antonio Hernández-Rodicio homenajea las pizarras de los bares
La decoración de los bares ha evolucionado desde los carteles de toros hasta convertir las pizarras en una suerte de redes sociales: protestas, críticas al Gobierno, bromas y menús del día.
Humor, entretenimiento, conciencia social, filosofía... Puedes encontrar una lección en cada bar
Primero fueron los azulejos cerámicos cargados de sabiduría popular. "Este bar invita dos veces por semana. Uno lo hizo ayer y el otro lo hará mañana" o el contundente "si bebes para olvidar paga antes de empezar". Todo muy tierno. Refranero tradicionalista en vena. También hubo una época en la que los carteles de toros colonizaron durante muchos años las paredes de los locales más añejos. Se alternaban con la publicidad decorativa de Tío Pepe con su inconfundible silueta y sombrero cordobés, testigo de un tiempo que aún sobrevive en las carreteras españolas. El toro de Osborne y el Brandy Veterano eran igualmente fijos en la quiniela de la época. España cañí. Misa de domingo, zapatos topolino, Manolete y el manso de Saltillo, que diría Sabina.
En aquellas tascas alcanforadas donde aún barrían con serrín y se guisaba en infernillos a la vista del respetable, Martínez Lacuesta era una de las bodegas riojanas más pujantes con su publicidad. Algunas de sus láminas, convertidas en chapas decorativas o carteles enmarcados, son obras de arte. De hecho, entre 1920 y 1936 vivimos en aquella España en blanco y negro el nacimiento de una sociedad de consumo, débil y quebradiza, a la que la publicidad trataba de ayudar a consolidarse.
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La guerra civil se lo llevó todo por delante. Hasta llegados los 60 no se recuperó y ya hasta hoy. Aunque aquello de la publicidad no siempre fue bien visto. La revista ilustrada Blanco y Negro, fundada por Torcuato Luca de Tena a comienzos del XX, se negaba a aceptar publicidad por considerarla de mal gusto, según cuenta la profesora Mercedes Montero en su ensayo sobre la sociedad de consumo en España.
Y la tiza, sabiamente empuñada por el tabernero, también servía para apuntar la cuenta en la barra.
Pero volvamos al bar. Un bar sin pizarra no es un bar. Será una neotaberna o una metatasca, o un ente tapatológico dotado de microondas y horno Josper. Pero lo que se dice un bar-bar, no es. Durante mucho tiempo, las pizarras tenían una funcionalidad muy definida: el menú del día, los precios y las ofertas. Y la tiza, sabiamente empuñada por el tabernero, también servía para apuntar la cuenta en la barra. Y el camarero sumaba a una velocidad de vértigo. La tiza era imposible de seguir para el ojo humano. Técnica de trileros.
Y cuando ibas por el segundo sumando ya había borrado la cuenta con el puño de la camisa. Si usted, dilecto lector, no ha asistido a tal espectáculo, posiblemente aún no esté vacunado. Aquellas pizarras, y no las de Van Gaal, eran un atrezzo tan relevante que empezaron a ser patrocinadas por las marcas comerciales, que colocaban su logo en el friso superior. Pero por encima de cualquier proclama, hubo un gran clásico que coronó todas las pizarras españolas: "Hoy no se fía, mañana tampoco". Aquella sentencia, repetida por toda la geografía española, exhibía, a partes iguales, cierto humor y la determinación del tabernero respecto a los clientes perezosos a la hora de tirar de la cartera.
Las pizarras de los bares han ido perdiendo su exclusividad funcional. Hoy comprobará cómo en muchos establecimientos se alterna su uso clásico anunciando los platos del día con una función más comunicativa. Las pizarras son en sí mismas las nuevas redes sociales de los bares: igual sirven para expresar una queja contra el gobierno, para invitar al consumo con ironía o para propiciar el cachondeo con algún mensaje hilarante.
Hagamos un pequeño repaso categorizado por las pizarras más suculentas. El nuevo tam-tam del primer tercio del siglo XXI. Justo cuando la tecnología domina el mundo y las redes sociales colonizan la conversación, vuelve la pizarra. Como volvió el hombre con Otelo, la colonia.
La pizarra humanista
Apelación directa a recuperar la relación directa entre los seres humanos. Digamos que en la línea de más Platón y menos prozac. Dicho eso, el dueño de la casa cuela a la clientela con sentido del humor que no está dispuesto a pagar la factura mensual del wifi. Esa carencia suele ser más normal en bares de toda la vida que en cafeterías.
El ofertón
En unas líneas de tiza bien apretadas, el autor define la filosofía clásica del camarero quien, como uno de los siete trabajos de Hércules, además de vérselas con el león de Nemea, tiene entre sus misiones aguantar al cliente. Y de paso evidencia lo barato que sale tomarse un café en un bar con la cantidad de servicios gratuitos complementarios que ofrece.
El bar como refugio
El bar siempre ha sido un refugio para el alma. En el norte de España también lo es para el cuerpo. En este dan claramente a elegir. Y no hay dudas. Y de paso, las tormentas son la coartada perfecta para relajar ciertas tensiones con el dietista.
La pizarra estadística
Un poco de ciencia siempre viene bien para ilustrar a los parroquianos. Como se sabe, la estadística nos da razones para ser optimistas. Esta pizarra parece salida del CIS de Tezanos para convencer a la humanidad de que una barra es como el útero materno: uno de los lugares más seguros y confortables del mundo.
De esposas y amantes
El arte del pizarrismo mantiene un punto machista importante. Igual que aquellos azulejos viejos que hablaban de la suegra, hoy hablan aún de esposas, amantes y ex novias que ya no te hacen ni puñetero caso. Es hora de revisar ese machismo carca en estos detalles también.
El cómplice
Un camarero siempre es confesor y cómplice. Si no, ni es camarero ni es ná. La ley lo llamaría cooperador necesario. Aunque, como es lógico, esa oferta de servicios avanzados tiene unas tarifas
Un poquito de por favor
La educación, la antigua urbanidad, es un bien preciado. No todos los clientes lo entienden. Justa e inteligente reivindicación del tabernero. ¿Tanto cuesta pedir las cosas por favor?
Los idiomas, un clásico
En las zonas turísticas era habitual que las pizarras estuvieran escritas en varios idiomas. En este bar se toman a broma la pertinaz sequía idiomática hispana. Y aún resuena el My taylor is rich de Louis de Funes
Esa lucha interior
En ningún sesudo tratado filosófico encontrará sintetizado con tanto acierto esa lucha interior entre el bien y el mal, esa ética desgarradora entre lo que se debe y lo que se quiere, entre lo que conviene y lo que apetece.
Pizarras covid
El virus ha creado su propio universo en los bares. Tras someterlos a cierres, limitaciones y profilaxis quirúrgicas, algún tabernero se toma su venganza en su pizarra.
La sostenibilidad ante todo
No podía ser menos, los bares están a la cabeza para el cumplimiento de los ODS y la agenda 2030. Concienciación y práctica. En eso es un sector envidiable. Salvemos el planeta. En ello están.
Prisas, las justas
Sentarse a comer en un bar tiene sus exigencias. Olvídese de eso de llegar con prisas, metiendo las manos por delante, dando voces al camarero y esperando ser servido al instante.
Ayudando a los vecinos
Todo no va a ser vender cañas y tapas. Hay que ser solidarios con los vecinos de puerta. Finísima manera de reinventar el aquí no se fía, que eso, en todo caso será en la puerta del lado.
El bar que te enseña y te entretiene
La vocación pedagógica de algunos establecimientos es formidable. En este dan una buena excusa para pasar las horas. Incluso para llevar a los niños. Y con premio.