El bebedor poco versado, que teme acercarse al vino para no toparse con posturas maniqueístas y atorarse con lugares comunes, mucha razón tiene cuando se acoda en la barra del bar y pide, sin más, "una cañita". Porque muy probablemente, si se decide por un vino, le vuelvan a dar lo de siempre: un verdejito, un albariño, un tinto de Rioja o Ribera, un rosadito de vaya a saber dónde... negándole la bendita diversidad que tiene esta bebida en España.
Para abrirle horizontes, hemos convocado en Uppers a cinco viticultores y bodegueros, mentores de vinos distintos que quizás hoy descolocan a alguno que va de experto pero que en un futuro muy próximo van a dar mucho que hablar. Estos dinámicos "hacedores de vino" –todos ellos uppers por propia condición y experiencia– han elegido el camino menos trillado, pero también el más apasionante: el de los vinos diferentes, aquellos que descubren un paisaje, que sorprenden y que invitan a repetir. Aquí nos presentan algunos de sus elixires más originales, que son también los que más "enganchan".
Joan Àngel Lliberia (56 años), mentor del Celler Edetària se ha convertido en uno de los interpretes más brillantes de las distintas expresiones que ofrece la familia varietal de las garnachas en uno de sus territorios más preciados: la D.O. Terra Alta, en los territorios interiores de la provincia de Tarragona. Esta familia incluye tanto a la más conocida garnacha tinta como a la blanca –que tan bien se da en esta comarca– como a la más singular garnacha peluda, "una mutación que extrae la salinidad y la rusticidad del Mediterráneo y la frescura y el exotismo de una variedad que podría ser atlántica". De allí quizás el nombre de La Personal 2016 (38 euros), probablemente el más original de sus vinos, un tinto que sorprende por su rasgos diferenciales: en un primera impresión, parece mucho más ligero, pero resulta más intenso y profundo en sus aromas herbáceos y de fruta roja fresca.
Joan Àngel, que se formó como ingeniero agrónomo y y trabajó como directivo en la OIV (Office International de la Vigne et du Vin) de París antes de regresar a su tierra natal (Gandesa, Tarragona) para cunplir con su sueño de montar una bodega en la tierra donde sus abuelos y sus padres ya labraban la viña, explica que la garnacha peluda se llama así "no porque la uva de tenga pelos, sino por los pequeños filamentos que presenta el revés de la hoja esta variedad".
Al frente de Valduero, la bodega fundada por su padre en 1984 en la Ribera del Duero, Yolanda García Viadero (58 años) lleva ya dos décadas elucubrando su última "revolución": presentar el primer vino blanco en una Denominación de Origen consagrada desde su creación –en 1982– a los vinos tintos: Valduero Blanco de Albillo 2019 (20 euros). "Llevamos haciendo pruebas y ensayos y vinificando la variedad albillo mayor desde hace 20 años y estamos convencidos de que es una uva muy grande, para hacer blancos de calidad como los famosos riesling alemanes, de aquellos que se pueden guardar muchos años en botella.
En la Ribera del Duero esta uva ya se empleaba para dar equilibrio a los tintos de tempranillo –o tinta del país, como se la llama en esta comarca– y también para mezclar en los históricos claretes, pero hasta el año pasado nunca se se había permitido oficialmente elaborar blancos. Nosotros en Valduero lo hacíamos pero fuera de la D.O., con la marca García Viadero. Pero con el cambio de reglamentación en esta añada 2019 podemos presentar por primera vez a nuestro blancos como Blanco de Albillo de la Ribera del Duero, lo cual es todo un orgullo". La directora técnica de Valduero está convencida de que "la gente se sorprenderá al probar un blanco castellano que nada tiene que ver con el verdejo, es más austero de aromas pero también mucho más versátil en la mesa y puede guardarse en bodega durante años".
Aunque para probar vinos diferentes, nada como irse a Canarias. Aunque sea virtualmente, copa en mano. Las "islas felices" son un crisol vinícola que se despliega en una decena larga de denominaciones de origen, un rico mosaico de suelos, microclimas y más de medio centenar de variedades de uvas cultivadas (de las cuales una veintena son autóctonas), lo que da lugar a un panorama diverso de tintos, blancos y dulces singulares. En Lanzarote –quizás la isla que tiene los métodos de viticultura más particulares, por su condición extremadamente volcánica, que obliga a excavar huecos para cada cepa y protegerlos con muros de piedra, como protección para el viento– se encuentra El Grifo, la bodega que tiene documentada una trayectoria más antigua en todo el archipiélago, con actividad ininterrumpida desde 1775.
Fermín Otamendi (64 años), de la familia que se encuentra al frente de esta legendaria casa, elige un tinto, "más que un blanco, que son más concocidos, ya que en la isla lo que más se planta es malvasía" para mostrar al mundo otra de las especialidades del vino canario. "Ahora que asumimos que no todos los tintos tienen que ser cargados de color, potentes y muy tánicos, es el momento de probar vinos como El Grifo Tinto Colección 2018 (15,90 euros), expresión muy pura de la variedad listán negro, la uva tinta más expandida por nuestro archipiélago, que crece en vaso en viñedos prefiloxéricos y ofrece ese carácter mineral, fresco, atlántico y salino tan propio de los tintos de nuestras islas".
A Miquel Àngel Cerdá (56 años) –mentor, junto a su socio, Pere Obrador, de la bodega más conocida de Mallorca, Ànima Negra – le gusta explayarse sobre su vino blanco, Quíbia 2019 (14 euros), quizás por ser más un especialista en tintos o tal vez porque fue el vino que más le costó llevar a buen puerto. "Nos resultó muy difícil llegar al punto de equilibrio que buscábamos; de hecho empezamos trabajando con la uva prensal y al cabo de seis años pesábamos que habíamos agotado sus posibilidades sin haber alcanzado la satisfacción. Fue cuando incorporamos la callet, que es una variedad tinta, aunque vinificada en blanco, que se nos abrió un nuevo camino.
Y por fin, añadimos la uva giró, que nos da más frescura y durabilidad aromática". Hoy, Cerdá y su socio se muestran orgullosos con su Quíbia en tres aspectos que consideran fundamentales: "honestidad en el producto, ya que el vino está elaborado con nuestras propias viñas, de viticultura ecológica, con levaduras seleccionadas en las propias viñas; tipicidad, el riesgo de trabajar con variedades no exploradas tiene como recompensa el valor añadido de despertar la curiosidad de un público ávido de nuevas sensaciones; y equilibrio, la madre de toda las batallas: no hay placer sin frescura y elegancia".
Aunque seguramente el más singular y diferente de estos cinco vinos sea SiruAlta Orange 2019 (13,95 euros), el vino "naranja" con el que el consagrado arquitecto Alfredo Arribas (60 años), mentor de los bien reputados prioratos del Clos del Portal y viticultor radical con los Vins Nus ("vinos desnudos") de su domaine en la vecina D.O. Montsant ha roto moldes y conciencias. Lo de "desnudos" viene a cuento, no porque prescindan de etiqueta o de propio envase, sino de maquillaje: son vinos naturales, elaborados y embotellados sin el añadido de sulfitos, el conservante más extendido en la industria vinícola. Pero el rarísimo Orange, además de ser un vino natural, no es ni blanco, rosado ni tinto, sino naranja, lo que refiere a la maceración de uvas blancas con sus propias pieles.
Como un tinto, pero de uvas blancas, vamos. Así lo explica el propio Arribas. "SiurAlta Orange es un vino empírico, en el que predominan las tesis de vinificación por encima del habitual propósito de reflejar los orígenes (diversas variedades blancas: malvasía, garnacha y cariñena blancas). Se vendimia tempranamente, con la intención de ver recompensada la pérdida de acidez que generan la larga maceración y posterior fermentación de mosto en contacto con las pieles, siempre en pequeñas ánforas". En definitiva, un tesoro para los que estén aburridos de probar siempre lo mismo de siempre.