El topless cotiza a la baja en líneas generales, aunque una visión más detenida ofrezca un panorama menos uniforme. Lo que en los años 60 y 70 se consideraba un movimiento liberador para las mujeres, precursor del movimiento feminista, hoy es rechazado por las más jóvenes. En Instagram se busca normalizar el busto al descubierto con iniciativas como #freethenipple; al margen de las redes, artistas de todo tipo subrayan el poder movilizador de un simple pecho femenino (solo recordemos a Rigoberta Bandini y la canción que pudo representarnos en Eurovisión). Sin embargo, pese a eso o quizá precisamente por eso, la playa ya no es su espacio natural.
En Francia, uno de los países donde la tendencia fue más relevante, hoy solo hacen topless el 19% de las francesas, mientras que en 1984 lo practicaba el 43%. Según refleja el último informe de IFOP (el INE frances), la caída del topless es constante: en tan solo tres años han pasado de practicarlo del 29% de las francesas a tan sólo el mencionado 19%.
En el caso de España, no hay estadísticas propias que reflejen la buena o mala salud del topless en las playas españolas. Sin embargo, según el informe del IFOP francés de 2019 España está a la cabeza de la tendencia.
Nuestro país es líder con un 48% de mujeres tomando el sol aún de esta forma, mientras que el resto de los países del viejo continente imitan la tendencia francesa. Alemania pasó de un 41% en 2016 a un 34% actual; Reino Unido de un 26% a un 19%; e Italia de un 20% a un 15%. España en los últimos tres años solo bajó un punto, y eso que entre las menores de 25 años no es algo que les ilusione. En cambio, a las mayores de 45 sí les parece una tendencia que incida en su bienestar. ¿A todas? Uppers ha hablado con tres pioneras del topless para quienes hacerlo no tenía tanto que ver con la lucha feminista como con la sensación de libertad y de formar parte de la vanguardia de su tiempo.
Tiene 56 años y lleva casi toda la vida pasando el verano en Mallorca, de donde es la familia paterna. Para Bea, hacer topless con algo menos de 30 años supuso estar al tanto de las tendencias. "Empecé a hacer topless en Almería, cerca de Mojácar, en uno de los primeros veranos que pasé con mi novio", afirma.
Bea, hoy médico en un centro de salud a la afueras de Madrid, hizo topless como una manera de demostrarse que estaba al tanto de las tendencias. "Me quitaba la parte de arriba cuando en la playa no había mucha gente porque no me sentía especialmente cómoda, pero era la forma de sentirme aún más joven y desinhibida, al margen de las reglas de casa. Una especie de rebeldía y de afirmación de la independencia", asegura. Admite que en las playas de Mallorca, donde coincidía y sigue coincidiendo con la familia, nunca se ha desprendido de la parte de arriba del bikini.
A la pregunta de si hoy sigue haciendo topless, niega rotundamente. Quiere sentirse cómoda en la playa "y con el pecho descubierto, no lo estaría".
Verano, naturaleza y libertad es la combinación ganadora de Cristina, una administrativa que acaba de cumplir 61 años. Separada y madre de dos hijas, para ella el topless ha sido siempre algo natural. "En casa de mis padres, nunca nos ocultábamos. A mi padre y a mi madre les he visto desnudos muchas veces y, para mí, en la playa quitarme el sujetador del bikini ha sido algo normal. Lo he hecho casi siempre", explica.
¿Hasta dónde llega ese 'casi'? Cristina no tiene que pensar mucho antes de contestar. "Algunas veces, sobre todo el playas muy concurridas, sentía cómo me miraban más de la cuenta. Como si nunca hubieran visto unos pechos. A veces ni siquiera me molestaba, pero no me gustaba que mi pareja u otros miembros de la familia se sintieran incómodos", señala. Cristina sintió el poder de la mirada del otro sobre el propio cuerpo y hoy, años después, hace topless de manera residual: "solo con mi pareja y mis hijas, y mejor con poca gente".
Las playas del Cabo de Gata han sido durante los últimos años el escenario de vacaciones de Celia, profesora universitaria y defensora acérrima del topless. "Es verdad que en la playa donde pasábamos los veranos no había mucha gente. Pero me hubiera dado igual: me encanta hacer topless, la sensación de libertad, de unión con la naturaleza es especial. Es algo de familia, todas mis hermanas lo hacen también y, además, no soportamos la marca del bikini en el pecho", dice con un toque de humor.
Celia recuerda que en los primeros años sí notaba cierta curiosidad entre los vecinos de sombrilla. "Supongo que era inevitable, lo que se sale de lo habitual suscita curiosidad", reflexiona.
Paradójicamente, hace unos años que Celia no puede hacer topless ni tomar el sol. La medicación del cáncer de mama que padece se lo impide. Sin embargo, pese a haberlo disfrutado en su juventud, no lo echa de menos. Hoy no haría topless. "No me siento segura con mi cuerpo, prefiero disfrutar del verano de otras maneras". La reacción no es rara. Algunos estudios demuestran que hay una relación entre hacer topless y la seguridad que sentimos hacia nuestro físico. Dicho de otra manera: es más fácil que se despojen de la parte de arriba de su bikini quienes se sienten más satisfechas con su cuerpo.