Dice de sí mismo que se ve en el futuro como "un superviviente, con el afán y empeño de saber más". Comprender el mundo y el lenguaje que lo interpreta ha sido el lema vital de Miguel Vallés, barcelonés, ingeniero de caminos, canales y puertos, de pasado empresario, y, hoy, jubilado y entregado, por fin, a su pasión de siempre: escribir. Vallés acaba de publicar 'Relatos itinerantes', 28 cuentos breves que unen historias y viajes. No en vano, ha recorrido 124 países "en cualquiera de los océanos, en porciones de los cielos", según afirma en la entrevista mantenida con Uppers.
¿Los años te han animado a volcarte con tu vocación real?
A estas alturas, puede parecer una cursilería, pero yo de niño tenía dos vocaciones: hacer carreteras y escribir. Lo primero me llevó a estudiar Ingeniería de Caminos y, lo segundo, a adquirir un estilo personal que me acompañó en las redacciones y exámenes.
¿Qué papel han tenido los libros y la literatura en tu vida?
Decidí ejercer de ingeniero, aunque acabé convertido en gestor, pero no dejé de compaginarlo con la lectura, la lingüística y la escritura. Esta me surge, me satisface, me ayuda a entender el mundo y a mí mismo.
Tienes 72 años y, por tanto, atesoras muchos recuerdos. ¿Qué papel juegan en tu obra? ¿Y la imaginación?
La imaginación es fundamental y por eso mis novelas discurren por argumentos alejados de mis vivencias (y que así pasan a ser parte de mis vivencias). En el caso de los relatos, los recuerdos sustentan el contexto, si bien elijo solo aquellos con los que hilvanar una historia novelable y entretenida.
Cortázar decía que el equivalente de un cuento en geometría sería el círculo, porque cierra perfectamente y tiene una longitud determinada. ¿Puede aplicarse a tu libro?
No sé hasta qué extremo lo habré conseguido, pero mis relatos itinerantes pretenden ante todo ser literatura, al margen de su corta longitud; es decir, son cuentos por definición. Formalmente contienen planteamiento, nudo y desenlace y descriptivamente varían en su temática: suspense, ternura, asombro, felicidad, pesadumbre, didáctica... Son cuentos por derecho.
Estamos saliendo de una época complicada, especialmente para los mayores, como fue la pandemia. ¿Cómo la viviste?
Mi última obra la inicié a la par y a consecuencia de la pandemia. Me sirvió para compensar la falta de viajes, para mi estado anímico necesarios. Para mí, los viajes son el contrapeso de la rutina que desprende el día a día y en aquel lado de la balanza aprendo cosas nuevas, conozco personas diferentes y me ensimismo en situaciones intensas.
Es decir, contigo no vale eso de 'viajar con la imaginación'...
Parafraseando a Machado: "Viajero, no hay viaje, se hace viaje al viajar".
¿Cómo has logrado conciliar tu vida profesional con la creativa?
Siempre he conciliado mi vida activa con el amor por las palabras. He sacado tiempo donde no lo había para escribir.
Hay pocos escritores que no sean también grandes lectores, ¿es tu caso?
Me encanta leer y he leído muchísimo, quizás demasiado. ¡No sé dónde meter tanto libro! Pero no escribo como consecuencia de mis lecturas o influido por ellas. No tengo referentes, aparte de mi propio parecer. Disfruto de Joyce, Kafka, Cervantes, Proust, Ngozi Adiche, Monzó y el largo etcétera de quienes, cada uno a su manera, me enganchan y no me sueltan hasta el final.
Te defines 'de situación jubilado'. Pero un jubilado de 2022 tiene muchas cosas que hacer. ¿Cómo logras escribir?
La primera fase, en las novelas muy largas, se desarrolla en el intelecto, que se dedica a plantear un esbozo. Para el papel en blanco, un bolígrafo. En periodos dispares y sucesivos voy pasando al Word e imprimiendo. Repasando, rehaciendo, reescribiendo, cambiando y así sucesivamente. En ocasiones, los personajes me convencen de lo equivocada de la idea inicial.
Escribir te acompaña en tu día a día. ¿Quieres tú también acompañar a tus lectores?
Mi prosa es personal e intransferible. Identificable. Que sea buena o mala es otra cuestión, cada lector es soberano de sus gustos. Procuro adaptar la forma a la situación descrita, intentando que la cadencia de las palabras se acomode al ritmo del texto, que la estructura de las frases se adapte al momento del argumento, que el lector se sienta acompañado en su camino.
En este punto del camino, a los 72, ¿cómo te sientes?
Lector de todo, indagador, instruido. Aprendedor. Meditador. Sé lo que ignoro. Crédulo, a ratos, en la humanidad. Y tenaz contra la estupidez.