Se juega en Europa, Asia y América. Es, por tanto, un divertimento global surgido de la mente de un español en horas bajas y en medio de uno de los conflictos más terribles vividos en España. Esta es la historia del futbolín y de su creador.
¿Quién no ha jugado alguna vez al futbolín? Esta versión del fútbol en versión reducida ha hecho soñar a unas cuantas generaciones y también ha hecho sacar al árbitro que llevamos dentro. Pese a que hay varias versiones, su invención se le atribuye a un español, al gallego Alejandro Finisterre, nombre por el que se conoce a Alexandre Campos Ramírez. Poeta, escritor e inventor, tomó su apellido de su lugar de nacimiento y vivió parte de su vida exiliado, pero un bombardeo durante la Guerra Civil hizo que le trasladaran a un hogar de convalecientes en Cataluña, cercano al macizo de Montserrat, donde nació su idea.
Durante su estancia en Cataluña, conoció al poeta de la Generación del 27 León Felipe, con el que forjó una gran amistad. En aquellos años fundó el periódico Paso de Juventud y empezó a firmar como Alejandro Finisterre en artículos políticos o poemas propios. Así fueron pasando los años, hasta 1936, año del comienzo de la contienda donde resultó herido y trasladado a territorio catalán, entonces perteneciente al bando progresista.
Allí, mientras se recuperaba junto a sus compañeros, se lamentaban porque no podían jugar al fútbol. "Como me gustaba el tenis de mesa pensé, ¿por qué no inventar el futbolín?", resalta The Guardian. Este mismo diario explica que Finisterre había encontrado un carpintero, Francisco Javier Altuna, para que construyera la mesa y tallar las figuras. El prototipo del futbolín vio la luz en 1937, año en el que fue patentado.
Al acabar la guerra se exilió a Francia, una huida en la que perdió los documentos de la patente. Según National Geographic, en 1948 se mudó a Ecuador, donde retomó su trabajo como editor y la poesía, pero terminó recalando en Guatemala en 1952. Allí conoció al Che Guevara, con el que termina uniéndole una gran amistad... y echando más de una partida al futbolín.
Durante el golpe de estado en ese país por parte del coronel Castillo Armas, el régimen franquista aprovechó para devolverlo a España con un secuestro que resultó frustrado, aunque el segundo sí que terminó con la aparente deportación a España.
Sin embargo, el arrojo de Finisterre le salvó: en el lavabo del avión que le llevaba a España 'fabricó' una bomba falsa al envolver una pastilla de jabón con papel de aluminio con la que amenazó a la tripulación, consiguiendo así desviar el avión a Panamá. Una vez allí, se desplazó hasta México, donde vive varios años como editor de varios títulos de poesía de diferentes autores hispanohablantes exiliados, donde además se le propuso como miembro de la Real Academia Galega.
En plena Transición, volvió a España para casarse con la cantante lírica María Herrero. Aquí constató cómo se había expandido el futbolín y el éxito de masas que era aquel juego que, en su día, surgió en un hospital, en plena Guerra Civil.
Según National Geographic, hubo varios futbolines antes del de Finisterre. A finales del siglo XIX comenzaron a expandirse, pero no llegó a triunfar hasta comienzos del siglo XX. En Suiza, algunos emprendedores fundaron una sociedad para la producción de futbolines para toda Europa, pero no tuvo éxito. Hasta que Finisterre, anarquista, según se dice, hijo de un fabricante de calzado, dio con el modelo perfecto, ningún país conoció que era eso de jugar al fútbol dando vueltas a una manilla. Un juego inocente pero tan apasionado como las batallas que se libran en el césped de los grandes clubs.