"De niño me encantaban los Juegos Reunidos Geyper. Algo más mayor me interesé por los de Educa. Siempre me han gustado mucho los juegos en familia o con amigos", dice Quique Espárrago (63), ingeniero agrónomo de Badajoz y propietario de una empresa de jamones ibéricos. En los años sesenta y setenta, incluso en los ochenta, cuando aún no se habían inventado los videojuegos o estaban al alcance de pocos, los juegos de mesa constituyeron entretenimiento recurrente para la inmensa mayoría de niños. Con el paso del tiempo, han evolucionado lo mismo que los antiguos aficionados, muchos de los cuales mantienen su apego a versiones más sofisticadas de aquellos clásicos.
"Al Monopoly sigue jugándose tanto como antes -explica Quique-, y se han hecho versiones, con otros nombres pero que en el fondo son lo mismo. Pero se basan demasiado en el azar: si sacas un seis caes en el Paseo del Prado y si no pagas estás muerto, mientras que si sacas un cinco, no. En los juegos actuales prima más la estrategia. El Monopoly es muy divertido, pero los nuevos juegos se basan más en tus decisiones y en las de los demás. Hay miles de mecánicas de juego y de temas. Son mucho mejores".
En la actualidad, dos divisiones copan el mercado: los euro games, facturados generalmente en Europa y con temáticas de lo más diverso (1800 se basa en la construcción del ferrocarril, y se centra en la venta de acciones y compra de raíles; Puerto Rico, en una plantación de tabaco), y un nicho dentro de aquellos, los war games, que emulan legendarias batallas. Los primeros son los que más adeptos aglutinan.
"Los wargameros son diez y los eurogameros son mil", indica Quique. "Los euro games —añade— tienen una mecánica bastante sencilla, no usan dados, y lo que hay es mucha estrategia: generalmente tienes recursos escasos y debes con ellos sumar para conseguir un bien común. Son muy divertidos porque recuerdan mucho la vida real".
Quique ha mantenido esta pasión que descubrió de niño. "Mi padre, ingeniero, nos decía que aparte de estudiar mucho había que tener cultura, y nos enseñó el amor por la historia, y por el tema colaborativo, para lo que nos inculcó la afición a los juegos de mesa", señala. Le gusta jugar en familia, aunque no siempre ha podido contar con esposa.
"De recién casados, jugando al Maquiavelo, pedí un préstamo a mi mujer y con eso financié su asesinato…, en el juego. Después de eso dijo que nunca más volvería a jugar conmigo. Han tenido que transcurrir años hasta que se le pasara el enfado y hasta que mis hijas se han hecho mayores para poder jugar en familia de nuevo. He iniciado también a mis sobrinos. Está muy bien que salgan de copas cuando tengan 18 años, pero quiero que conozcan el placer de jugar estas partidas intrascendentes pero con las que te lo pasas muy bien".
Sin embargo, jugar en familia no siempre es suficiente, y muchos jugones se reúnen en clubes y convenciones para medirse a otros aficionados. Una de las citas más importantes es el Festival de Juegos de Córdoba, que se celebra en octubre y que acoge partidas, presentaciones, encuentros con autores, charlas y exposiciones, todo alrededor de los juegos de mesa. Estos eventos son la oportunidad de muchos jugadores que viven en ciudades pequeñas, donde no pueden relacionarse con otros aficionados, de disfrutar de su pasión.
Otra de ellas es Bellotacon, con la que el propio Quique colaboró en sus inicios y cuyas riendas ha tomado en su última edición. Alrededor de 350 personas de todo el país acudieron a este evento celebrado en Badajoz el pasado enero. Por otro lado, gracias a herramientas como Bassel también es posible disputar partidas con personas de otras partes del mundo de forma on line. "Internet ha cambiado mucho la percepción. Antes uno podía creer que era un friqui, pero cuando te das cuenta de que hay tres millones de friquis, piensas: 'Pues soy menos friqui de lo que creía'", bromea Quique, que añade: "He hecho tanta amistad con un jugador de Oregón, que le he invitado a la boda de mi hija".
Quique pertenece a una jerarquía superior de jugadores: la de aquellos que han ido un paso más allá y han creado su propio juego. Desde hace tres años está desarrollando Congreso de Viena, que ha vendido a uno de los mayores distribuidores de juegos del mundo, GMT Games. Con un toque histórico, recrea el final de las guerras napoleónicas, aunque tiene mucho de euro game. La compañía norteamericana le ha rodeado de un equipo para ayudarle a pulir el concepto.
En estos cuatro años, le ha facilitado a 80 play testers de todo el mundo para probarlo on line (los actuales juegan desde Praga, Carolina del Norte, Tennesseee, Oregón, Arizona y Filipinas), así como a rompedores de juego, expertos en detectar posibles situaciones imprevistas que puedan surgir en las partidas y encontrar soluciones. "Si cuento los viajes que he hecho a Estados Unidos, ganaré a lo mejor 2.000 euros. Si sale muy bien, 5.000. Le he dedicado más de 8.000 horas y he tenido que aprender inglés", comenta Quique, que ha firmado el juego como Frank Espárrago. Aunque aún no ha llegado a las tiendas, ya cuenta con una preventa de más de mil unidades.
"Los juegos de mesa aportan, primero, el poder estar con mis amigos pasando un buen rato tomándote un té o un gintonic. Además, el placer de darte cuenta de lo bien que están hechos. Con los war games te conviertes un poco en actor: si soy Hitler, me convierto en el mayor nazi del mundo, y si soy Stalin, en el mayor comunista; ¡a Putin lo dejo pequeño! He "sido" Napoleón muchas veces y he ganado la batalla de Waterloo".
Alberto (52) trabaja en una empresa de importación de maquinaria y también se encariñó con los juegos de mesa en su infancia. "Me gustaban mucho Monopoly, Intelect…", dice. Ya de adulto, y aunque sigue jugando a una amplia variedad de títulos, se ha hecho incondicional de los war games. "Los descubrí cuando estaba en octavo de EGB. Como al principio eran difíciles de encontrar y había pocos aficionados, los juegos de tablero eran mi metadona".
Entre los clubes con más solera de España está el Club Dragón, en Madrid, que funciona desde 1983. Alberto, además de visitarlo todos los domingos para jugar (en su casa juega a diario), ejerce en él de tesorero. La veteranía y el contacto directo con muchos socios le avalan para trazar la evolución en el perfil de los jugadores. "La media de edad va subiendo", afirma. "Cuando empecé en el club, hace veinte años, había muchos universitarios; se han hecho mayores y no hay un relevo. También lo veo por mis sobrinos: se enganchan muy fácilmente a un videojuego, por la inmediatez. Jugar a esto requiere un esfuerzo. La gente joven es más cómoda".
Son varios los atractivos que Alberto encuentra a los juegos de tablero. "Plantean un problema que has de resolver", explica. "Me atrae mucho su mecánica. Hay personas que se aficionan porque les gusta la historia. Son juegos que tienen mucha narrativa. Hay gente muy competitiva, pero la mayoría de las veces el aliciente es encontrar la solución al juego. Buscas cuál ha sido tu error o el acierto del otro. Aunque no ganes, analizas por qué has perdido. Hay un componente de azar, pero en general son juegos que plantean un reto. Y eso es lo que los hace fascinantes".