Como casi todas las cosas importantes de la vida, la pareja no viene con manual de instrucciones. La sensación de felicidad no se sujeta a ninguna norma: es algo totalmente subjetivo que depende de cada persona, de sus expectativas, su momento vital, sus compromisos familiares o, incluso, profesionales... Sin embargo, sí hay algunos hábitos que pueden incrementar esta sensación de bienestar común. Compartimos los fundamentales.
Ante un tema difícil, lo normal es evitarlo. Lo espinoso, lo peor de las relaciones, se esconden en los armarios o bajo la alfombra. Pues bien, las parejas felices no actúan así: tienen conversaciones difíciles, en lugar de evitar los asuntos desagradables. Esta evitación solo fomentaría el efecto bola de nieve.
La clave está en cómo se plantean estos temas: siempre de manera serena, en un momento tranquilo y desde la base de que si ese tema es tan conflictivo es porque seguramente hay una herida de la infancia detrás. Comprender por qué somos sensibles a algo marca todas las diferencias.
Las parejas felices practican la empatía. Eso quiere decir que comprenden a la otra parte y, lo que es más importante, validan sus emociones y sus puntos de vista. Negar la incomodidad o los miedos del otro y seguir amparado en la posición de salida es el ambiente que propicia el distanciamiento y el sufrimiento.
Al validar las emociones del otro, también asumen la responsabilidad que puedan tener en sus problemas, nunca los minusvaloran o los aíslan. En términos reales, significa que están comprometidos con su pareja y con el estado de la relación. No es magia: dedican tiempo y cuidados al vínculo que han logrado establecer en meses o en años.
Las parejas felices no se circunscriben a ellas mismas. Saben que una parte importante de la felicidad está en construir una relación satisfactoria con los demás. La diferencia es que la pareja es su santuario, un espacio de seguridad donde pueden ser ellos mismos y ser amados tal y como son.
En esa relación con los otros y con las experiencias que nos depara la vida, es inevitable que surjan cambios. Sin embargo, estos cambios no son percibidos como amenazas, aceptan que la relación cambiará en las diferentes etapas de la vida. Marcarse objetivos ideales de manera constante solo lleva a la insatisfacción y a la posterior decepción.
Es clave para aceptar esos cambios inevitables. Cuando la pareja funciona, hay confianza y cierta admiración hacia la otra parte. ¿Cómo será la persona con la que vivamos dentro de diez años? Si hay amor y respeto, seguramente seguirá siendo una persona maravillosa para nosotros. Los cambios, por tanto, se aventuran con optimismo y alegría, esa sensación de felicidad al cuadrado que nos hace dar lo mejor de nosotros mismos.
Nada de esto evitará que haya problemas, malentendidos o contratiempos, pero la alegría, la gran compañera del viaje por la vida, nos hará relacionarnos con ellos desde la ligereza, la amabilidad y la convicción íntima de que (casi) todo puede superarse con la persona correcta.